Es noticia
La fiera de mi niña
  1. Mercados
  2. A Bordo del Argos
Miguel de Juan Fernández

A Bordo del Argos

Por

La fiera de mi niña

“Caballero, éste es el bolso de mi esposa- dice el Dr. Lehmann Están ustedes en un error- dice un atribulado David Huxley-, este bolso pertenece

“Caballero, éste es el bolso de mi esposa- dice el Dr. Lehmann

Están ustedes en un error- dice un atribulado David Huxley-, este bolso pertenece a esta señorita ¿Verdad que éste es su bolso?

No, no es el mío- dice Susan Vance-

Aclaremos esto- dice Huxley anonadado- usted me pidió que se lo guardara.

Sí, es cierto, le dije que sostuviera el bolso- dice tranquila Susan; verá, ha habido un error. La verdad es que perdí el mío y debí coger el de su esposa, pero como no quería que él se marchara le dí el bolso de su esposa para que lo guardara mientras yo iba en busca del mío. La cosa está muy clara, ¿no cree?”

La fiera de mi niña

(Bringing Up Baby, 1938)

En el nº6 de la revista Nickelodeon, de José Luis Garci, se premiaba la película de 1938 como la mejor screwball comedy de la historia. Poco tengo que objetar, aunque Historias de Filadelfia es otra de mis favoritas. Las screwball se referían a las comedias alocadas que se crearon en los gloriosos años 30 del cine de Hollywood. Este pequeño fragmento refleja parte de esa locura, y, recomiendo a quien no haya visto la película que lo haga en cuanto pueda, porque no se arrepentirá. Cumpliendo la promesa del artículo anterior, en éste hablaremos sobre hombres y mujeres; bueno, al menos en su faceta como inversores porque el tema así, en general, da para mucho más que un pequeño artículo, como dan fe siglos de escritores sobre el tema.

En Febrero de 2001, en la revista ‘The Quarterly Journal of Economics’, se publicó el estudio Boys will be boys: Gender, Overconfidence and Common Stock Investment de Brad M. Barber y Terrence Odean. El estudio se basaba en más de 35.000 casos particulares de operaciones efectuadas por diferentes clientes de una firma de intermediación y asesoramiento de California a lo largo de una serie de años. La conclusión del estudio era, grosso modo, la siguiente: los clientes operaban demasiado, terminaban comprando futuros perdedores y vendiendo futuros ganadores; y las mujeres obtenían mejores resultados promedios que los hombres. (¡Uy, lo que me ha dicho!)

Los datos del estudio muestran que las mujeres obtenían, de promedio, un 1.4% mejor que los hombres. Y las mujeres solteras lo hacen incluso mejor que los solteros, ya que les baten por un 2.3% de media anual… ¡casi ná! En el estudio de Barber-Odean se refleja que no es que las chicas (ánimo chavales) sean mejores analizando compañías o seleccionando alternativas de inversión que los hombres. No, nada de eso. Tanto ellos como ellas compran, más o menos las mismas acciones, o dicho de otra forma, meten la gamba de igual modo. Pero la diferencia fundamental estriba en el exceso de confianza que tienen los hombres sobre sus propias habilidades, sus conocimientos y sus expectativas futuras (en el libro hacía una pulla que omitiré aquí por pudor). Dicho exceso de confianza llevaba a los hombres a operar más, mucho más que las mujeres –de media un 45% más que ellas –, y era este exceso de trading, de compraventa, de saltar de una acción a otra, de rotar la cartera, de estar pendiente a diario de la bolsa y actuar en consecuencia a sus movimientos, lo que reducía la rentabilidad media para los hombres en un 2.65%, y para las mujeres en un 1.72%. Y los solteros son peores aún, éstos ya no tienen remedio: operan de media un 67% más que las solteras, lo que les reduce su rentabilidad un 1.44% más que a ellas si se hubieran movido menos.

Porque insisto, no es que ellas seleccionen mejor, que tengan mejor intuición sobre qué empresa va a subir en bolsa más que otras. De hecho, los resultados mostraron que las acciones que tanto hombres como mujeres vendían, obtenían mejores rentabilidades que, aquellas que decidían comprar, y la diferencia entre la selección de acciones de unos y otras no era estadísticamente significativa. “Tanto hombres y mujeres reducen sus rentabilidades (bruta y neta) por compraventa; los hombres simplemente lo hacen más a menudo” (Que nadie se despiste, que seguimos hablando de operar en bolsa y no de otras relaciones y actividades más… horizontales; siendo clásicos, claro).

El efecto de un exceso de confianza que lleva a un trading excesivo afecta también a los fondos de inversión, donde al igual que para los individuos, la compraventa tiene un impacto negativo en la rentabilidad (Carhart 1997 citado en Barber-Odean). “Algunos gestores de fondos pueden operar activamente, sabiendo de antemano que ello reducirá las rentabilidades esperadas de sus fondos, simplemente para crear la ilusión de que están dando un servicio valioso (Dow y Gorton 1994). Si la mayoría de los gestores activos creen que ofrecen sólo un mal servicio a sus clientes, ésta sería una industria cínica. Nosotros proponemos que la mayoría de los gestores de fondos, conociendo que la gestión activa de media resta valor, creen que su capacidad personal para gestionar está por encima de la media. Por tanto, ellos estarían motivados a operar por exceso de confianza, no cinismo.” (Barber-Odean 2001)

Sed buenos y pensemos que no es por cinismo, sino por exceso de confianza. De todo hay en la viña del Señor. Pero, lo cierto es que cuando se tiene en cuenta el volumen de comisiones asociadas a esas operaciones de Trading o de rotación de cartera, es complicado no pensar que puede haber un alto grado de conflicto de intereses en este ámbito, o en la gestión de una cartera de fondos o acciones como servicio retribuido en banca privada. Una cosa es que un inversor piense que es un fuera de serie comprando y vendiendo acciones – es más, seguro que si opera varias veces al día le hacen la ola cuando entra en la sucursal bancaria (gane o pierda, ellos se llevan esas comisiones) – y use su dinero, y otra, que sea un profesional que tiene un deber de buen hacer en provecho de unos partícipes. (Por si alguien está interesado, la rotación en el Argos es bajísima, no queremos pagar costes de más).

En resumen, solteras seguid siéndolo –recordad lo que decía el personaje de John Wayne en la película Alaska: Tierra de Oro: “no comprendo cómo una mujer que puede hacer felices a cientos de caballeros prefiere fastidiarle la vida a uno” (obviamente, su personaje no estaba muy a favor de casarse, pero al final le pescan)– y casadas, ¡no dejéis que vuestros maridos entren en páginas web de información bursátil! Haced como el pobre Huxley, Cary Grant, y dejaros liar por las mujeres como Susan Vance, Katherine Hepburn.

Nos vemos.

“Caballero, éste es el bolso de mi esposa- dice el Dr. Lehmann