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Y usted, ¿se siente amortizado?
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César González

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Y usted, ¿se siente amortizado?

Me contaban la conversación de Luis con su amigo Fede. Fede es un reconocido matemático. Debido a sus responsabilidades en la empresa en que trabajaba, realizó

Me contaban la conversación de Luis con su amigo Fede. Fede es un reconocido matemático. Debido a sus responsabilidades en la empresa en que trabajaba, realizó un MBA con el que mejorar sus habilidades. Además, tiene vena artística. Su pasión por la pintura y la fotografía le han llevado a organizar exposiciones en las que ha ido dando salida a su intermitente producción. No es informático, pero bucea fácilmente en el software. Ha trabajado con mayor o menor fortuna en varias empresas y, cumplidos los 55 años, le cuenta a Luis sentirse amortizado. Sí. ¡Amortizado! Una persona con sus habilidades, formación y experiencia ha sido tumbada en la lona por las dificultades profesionales que le acarrea personalmente la crisis.

Ustedes pueden contar casos como el de Fede y llenaremos páginas, una tras otra. Pero su caso viene a cuento porque esta atmósfera contaminada ha transformado su nivel de aversión al riesgo. Hasta hace tres años no tenía reparos en situar, de modo estable, elevados porcentajes de sus ahorros en sociedades cotizadas con futuro y en aventuras empresariales de amigos y conocidos. Ahora piensa en rentabilidades con flujos predecibles.

¿Cuántos Fede conocemos? Dicho de otro modo: ¡Cuánto ha crecido la aversión al riesgo! Entre las grandes fortunas y entre los ahorradores ‘de toda una vida’. La aversión al riesgo tiene lógica inversora: se transforma en movimientos entre divisas, entre países y sectores, entre instrumentos de renta fija pública y privada.

España cuenta con un stock de formación espectacular y no nos podemos permitir el lujo de amortizar a cientos, miles, quizá decenas de miles, de otros Fede.

Qué distinto su caso del de José Miguel. Ya está jubilado. Consiguió asesoramiento sencillo, pero inusual, para rescatar sus aportaciones al fondo de pensiones en el momento y de la forma más adecuada. Hay que decir que el desconocimiento sobre el impacto fiscal de estos productos, llegado el momento de la jubilación es enorme. Quizá porque, para muchos de nosotros, las aportaciones tuvieron una finalidad fiscal inmediata y el futuro… ¡ya llegará! Pero sigamos con José Miguel y su actitud ante las adversidades y su consecuente aversión al riesgo.

José Miguel tiene siete hijas e hijos y a todos ellos, de un modo u otro, les aprietan los ajustes. Uno en el paro por el cierre de la empresa, otro… ¿qué les voy a contar? Vendía ventanas. Pueden imaginarse cuántas ventanas esperan el aire fresco de una fachada en aquel almacén alquilado en Rivas Vaciamadrid. Maribel, la tercera, está más tranquila. Trabaja en Hacienda. Pero su marido preparaba unas oposiciones que parece nunca llegarán ante los recortes presupuestarios. Así que en casa han tenido que proceder de igual forma: ajuste presupuestario mientras José María –su marido- busca trabajo y, mientras tanto, proceder a un reparto de tareas domésticas para prescindir de la ayuda de una cuidadora que garantizaba la paz mientras José María recitaba los temas en la biblioteca.

El planteamiento de José Miguel es envidiable. Con setenta y tres años tan sólo piensa en que sus ahorros puedan ayudar a cerrar algunos de los agujeros de los bolsillos de sus hijos. Su perspectiva es la de un emprendedor de cuarenta años. Piensa que si la Bolsa está de oportunidad más vale invertir en las acciones que heredarán sus hijos y nietos. No tiene nada de atrevido. Ha buscado consejo y asesoramiento, ha recapacitado y ha decidido. Es verdad que su talante es optimista y que sus escasas necesidades diarias están cubiertas con la pensión pública. Su nivel de aversión al riesgo, como se ve, es muy inferior al de Fede. No nos engañemos: la aversión al riesgo no es cosa de la edad.

Me viene a la memoria el caso de Piluca. Llegó tarde –por un año- a la prejubilación de oro que hasta hace poco beneficiaba a quienes alcanzaban cincuenta y pocos años en una entidad de crédito. Mira hacia atrás y ¡qué rabia! ¡Por unos pocos meses de nada, no entró en el corte! Mira hacia el futuro y se alegra de las condiciones del ERE que le han llevado al paro. Inmaculada se ha decantado por destinar la indemnización a un plan de deuda pública con vencimientos escalonados que llegan hasta sus sesenta y siete años, edad en la que espera pasar a la pensión de la Seguridad Social. No le ha sido fácil encontrar quien pusiera negro sobre blanco sus aspiraciones. Pidió a tres entidades un plan concreto. En un caso, los precios de compra de los títulos reflejaban tanta incertidumbre que prefirió no seguir preguntando en aquella oficina. En otra entidad,  las comisiones de depósito, las de la cuenta corriente, y los volúmenes mínimos le echaron para atrás. Finalmente acertó y tiene su plan de deuda pública, con vencimientos predecibles bajo el brazo.

Lo de Carmen y Euge parece más llamativo. Son maestros. Sus ahorros son producto de ir sisando por aquí y por allá. Un viaje menos, una compra en el súper más barato, una beca para la niña de sobresalientes,… La hipoteca casi, casi, finiquitada. Y me dice: Oye,… con eso del euro, ¿no me quedaré sin mis sesenta mil? Que me voy al banco, los cambio por dólares y los pongo a buen recaudo.

Decía que lo de Carmen y Fede parecía más llamativo. Pero hemos de preocuparnos por la generalización de estos comportamientos. Las expectativas para la inversión caen a plomo si se pierde la confianza en la moneda. Es como la pérdida de confianza en tu enseña, en tu orgullo, en tu soberanía, en tus posibilidades. Si esto sucede en España, qué diantres estará sucediendo en Portugal, Irlanda y Grecia. Motivos nos sobran, por tanto, para explicar los flujos de capitales hacia el exterior en Italia y España.

Seamos positivos. Todavía la demanda de oro, plata y brillantes no es tan fuerte como para plantear inversiones alternativas a las que ofrecen las grandes divisas internacionales. ¿Lo ven? ¡Es cuestión de una determinada aversión al riesgo! Yo no quiero sentirme amortizado. Y usted, ¿se siente amortizado?