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“Corta en seco tus pérdidas”
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Víctor Alvargonzález

Telón de Fondo

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“Corta en seco tus pérdidas”

Lo importante no es cometer errores. Lo importante es aprender de ellos. Los errores son una fuente de sabiduría para quien aprende a no repetirlos. Allá

Lo importante no es cometer errores. Lo importante es aprender de ellos. Los errores son una fuente de sabiduría para quien aprende a no repetirlos. Allá por la década de los 90 iniciaba yo mi andadura como gestor de patrimonios, actividad que no he dejado desde entonces, si bien ahora del lado del cliente, es decir, en una empresa sin producto propio ni accionistas que vendan o distribuyan productos financieros, cuando tuve la oportunidad de aprender en propia carne una norma básica: corta tus pérdidas a tiempo.

El caso es que había un valor que, según los analistas de la casa, tenía todo a favor. Y he de decir que no había un interés concreto en colocarlo o quitarle un peso de encima a un cliente importante, que suele ser una de las muchas formas en las que se manifiesta el conflicto de intereses en la industria financiera, tan dada a colocarle al inversor algo que no le interesa, pero sí a la entidad financiera de turno, y motivo por el que yo abogo por la independencia. El caso es que para entonces había trabajado antes un par de años como broker, sabía que estas cosas ocurren y después de ciertas averiguaciones confirmé que no era el caso. Era una recomendación limpia. Y con fundamento analítico. Así que invertí en el susodicho valor para mis clientes. Por el motivo que sea –no llegué nunca a saberlo, seguramente alguien tenía que deshacerse de un paquete importante de acciones– , el caso es que la cosa no funcionó y aquello bajaba y bajaba. Era una época en la que el análisis fundamental era el rey absoluto y la filosofía era mantener el valor cayera lo que cayera –nunca mejor dicho– si los “fundamentales” eran buenos. Aplicar un “stop” de pérdidas era un pecado. Afortunadamente no había invertido mucho en esa acción concreta y el resto de valores de la cartera funcionó bien (eran los maravillosos 90), pero aún así, cuando finalmente tiré la toalla, había perdido un dinero que sólo era parcialmente justificable, porque el resto se habría evitado situando el sentido común por encima del análisis fundamental. No sabía qué “mano negra” vendía y vendía, pero esa era la pura realidad. No enfrentarse a ella sólo me trajo perjuicios y más pérdidas. Pues eso es exactamente lo que les está ocurriendo a los griegos y a la Europa del euro: sus políticos son incapaces de aceptar la realidad y eso solo trae y seguirá trayendo sufrimiento a los ciudadanos griegos y enormes gastos improductivos a los contribuyentes europeos.

Hace ahora ocho meses advertía desde estas mismas páginas que la situación griega acabaría siendo insostenible (“¿Nos hemos vuelto locos?”, del 18/06/11), e insistía en ello un mes después (“¿Pero dónde estamos?”, 09/07/11) con argumentos que no repetiré para no aburrirles, pero que, visto lo visto, no me negarán que eran bastante válidos. Desde entonces y si, como parece seguro, se aprueba este nuevo tramo de ayuda por importe de 130.000 millones de euros –que se añade a los 110.000 de hace solo unos meses–, así como la quita del 70% de la deuda soberana en vigor, el agujero griego habrá costado al contribuyente, a las entidades financieras y a los inversores privados alrededor 400.000 €  hasta la fecha, siguiendo un cálculo que hago sobre la marcha, de forma conservadora y olvidándome probablemente de alguna entrega anterior. Seguramente es bastante más. Pero lo peor es que seguro que será bastante más en el futuro si alguien no detiene esta locura.

Y uno se pregunta humildemente –asumiendo que de nuevo le van a decir eso de que la salida de Grecia del euro sería un desastre, que vaya tontería, etc., etc. – que ya puestos, ¿no habría sido más inteligente emplear esos 400.000 millones de una sola vez para ayudar a Grecia a organizar una salida ordenada del euro? ¿Qué hace un país con peor calificación crediticia que Camerún compartiendo divisa con Alemania? ¿No sería mejor organizar un protocolo ordenado de salida –o de vacaciones– utilizando esos miles de millones de euros para ayudar a Grecia a encontrar una solución definitiva a su problema y no una serie de dolorosos parches y dietas de adelgazamiento draconianas? Porque, no nos engañemos: para que Grecia rompa su dependencia financiera del exterior (8,6% del PIB en la actualidad) o bien tendría que gastar un 25% menos de lo que gasta o exportar un 50% más de lo que exporta. Para hacernos una idea de lo que eso significa, en el caso de las exportaciones tendría que triplicar su actual capacidad como país turístico, su casi única fuente de ingresos exteriores. Y no digo ya vender tres veces más –a ver cómo haces eso sin capacidad de devaluar– , sino crear la infraestructura necesaria para meter a todos esos turistas. Y ya me dirán con qué dinero lo van a hacer ahora, con la que tienen encima. Y lo de gastar un 25% menos  –desde los niveles actuales, cuidado, después de muchos recortes– acabaría sin la menor duda en una revolución.

Puestos a ser constructivos y tratar de ver el lado alegre de la vida –como los crucificados de la vida de Bryan, que cantaban lo de “Allways try to see the bright side of life” –, Grecia tiene una última salida: la misma que tan exitosa les ha resultado a países emergentes como India o China: abaratar sus costes y exportar bienes complejos, como microchips, placas solares, etc. Y, en paralelo, abaratar el coste de su principal atractivo y fuente de entrada de divisas: el turismo. Alguien se me tirará al cuello: ¡por Dios, Grecia no es un país emergente! Claro que no. Es peor, es un país sumergido, con unos datos económicos peores que muchísimos países emergentes, y que irán a peor. Grecia y la Unión Europea tienen que asumir que políticamente Grecia es todo lo europea que se quiera, pero económicamente lo mejor que puede pasarle es unirse a los países emergentes y seguir su estrategia de crecimiento económico. Además contarían con la ventaja de estar pegados a la Eurozona y el protocolo de salida incluiría obviamente un trato comercial de favor, como no puede ser de otra manera por mínima solidaridad política europea. Y para eso solo hay una salida: devaluar. Si no, nunca podrán competir. Y no pueden devaluar dentro del euro. Imagínense el resultado, y les pongo sólo un ejemplo: si devalúan, el turismo les saldrá por las orejas. La oferta de ir a una isla griega con un descuento del 50% es demasiado tentadora.

Obviamente, el momento de salida del euro de Grecia no puede ser ahora. Para que no haya contagio, antes hay que construir un verdadero cortafuegos y, todavía más importante, hay que esperar a que quede meridianamente claro para los mercados que España e Italia son casos muy diferentes al de Grecia. De hecho, gracias a la entrada en vereda de los políticos europeos, reflejada en su reciente compromiso de seriedad fiscal y en las medidas tomadas por los gobiernos italiano y español (en este último caso el hecho de que solo se aprieten el cinturón los ciudadanos y no los políticos no afecta, al menos de momento, a una mejor percepción de nuestra seriedad presupuestaria), los mercados empiezan a vernos con distintos ojos, como demuestra la caída de las primas de riesgo. E Irlanda también es diferente. Muy diferente a Grecia. Irlanda sí que tiene capacidad de exportar y lo está haciendo: acaba de alcanzar el superávit en la balanza por cuenta corriente. Está fuera de peligro y la cotización de sus bonos lo refleja. España, Italia e Irlanda podrían recuperar la confianza de los mercados y con una ayudita del BCE en forma de aval ilimitado al fondo de rescate, el cortafuegos, – que habría que convertir en un banco europeo– se marcaría una clara línea roja que permitiría una salida ordenada de Grecia del euro sin efecto contagio. Siempre nos quedará Portugal, pero ni es como Grecia ni es una economía tan grande como para que no se la pueda rescatar. Y es recuperable, incluso dentro del euro.

Lo importante no es cometer errores. Lo importante es aprender de ellos. Los errores son una fuente de sabiduría para quien aprende a no repetirlos. Allá por la década de los 90 iniciaba yo mi andadura como gestor de patrimonios, actividad que no he dejado desde entonces, si bien ahora del lado del cliente, es decir, en una empresa sin producto propio ni accionistas que vendan o distribuyan productos financieros, cuando tuve la oportunidad de aprender en propia carne una norma básica: corta tus pérdidas a tiempo.