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¿Qué tienen en común los taxis con los bancos?
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Víctor Alvargonzález

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¿Qué tienen en común los taxis con los bancos?

La mirada complaciente es miope. El dinosaurio ignora al saltamontes “fintech” que hace lo mismo que él pero de forma más rápida y eficiente, simplemente porque es pequeño

Foto:  Decenas de taxis hacen cola esta tarde en las proximidades de la estación de Atocha, en Madrid. (EFE)
Decenas de taxis hacen cola esta tarde en las proximidades de la estación de Atocha, en Madrid. (EFE)

Dentro de unos años, lo que ha ocurrido en el sector del taxi en Madrid será objeto de estudio en las escuelas de negocio. Un ejemplo terrible sobre cómo el exceso de regulación acaba haciendo daño a quien trata de proteger.

Ser taxista en Madrid no era un mal negocio. Prueba de ello es que las licencias llegaron a pagarse muy caras en su particular mercado secundario. No había competencia y los políticos garantizaban que no la hubiera nunca. El crecimiento de la demanda estaba garantizado y las tarifas se revisaban todos los años -al alza- incluso cuando no había inflación. Y si los políticos se ponían remolones, castañazo en forma de huelga que bloquea la ciudad ¿Qué podía salir mal?

Salió mal la competencia. O más bien la falta de ella, porque llevó a un descenso brutal en la calidad del servicio. Y siempre hay un avispado que se da cuenta de las cosas.

Si los taxis dieran el mismo servicio que sus competidores, les obligarían a cerrar en dos días

Cualquiera que haya utilizado alguna de las alternativas al taxi tradicional sabe que la diferencia no está tanto en el precio como en el servicio. Trato excelente, vehículos impecables, no tienes porqué escuchar a “Los Chichos” a toda pastilla ni hay que esperar mientras el conductor enarbola el datafono a ver si hay suerte y pilla cobertura (eso si lleva datafono) Tampoco te bajas del coche con palpitaciones ni tienes que besar el suelo agradecido de llegar sano y salvo. Si los taxis dieran el mismo servicio que sus competidores, les obligarían a cerrar en dos días, ya que se puede coger en cualquier sitio, tiene acceso al carril reservado al transporte público y la disponibilidad es mucho mayor.

¿No les recuerda todo esto al sector financiero? El financiero es un sector que no tiene nada de “bueno, bonito y barato”, que confía ciegamente en que si algo falla el “padre padrone” Estado le sacará las castañas del fuego y que, por las mismas, mira de forma displicente cualquier atisbo de competencia externa.

Cobrar tres euros por una transferencia de cien es muy caro (¡por internet!). Cargar una comisión de gestión superior al 1% por hacerlo igual o peor que tu índice de referencia –o por no hacer nada, como ocurre con los fondos garantizados- es carísimo. Y de ahí en adelante. Hay mil ejemplos más, pero pongo estos dos porque son típicos del juego de trileros en que se ha convertido la banca, que te quita comisiones por un lado y te las pone por otro.

¿Y qué me dicen del servicio? La imaginativa “estrategia digital” consistente en cerrar sucursales y palo y tentetieso tiene lagunas. Empezando por el abuelo al que le dices que se espabile y use la banca por internet. Porque a lo mejor se rebota y cambia de banco. Si no se instauran servicios alternativos, que den una atención igual o superior a la de las sucursales -y la formación adecuada-, puedes perder clientes al mismo ritmo que cierras oficinas. Un buen canal alternativo no se improvisa. Es en sí mismo un modelo de negocio diferente al de una sucursal en cada esquina.

El problema de fondo es que en los negocios ocurre como con los hijos: la sobreprotección no es buena, porque luego les cuesta enfrentarse a la vida

El problema de fondo es que en los negocios ocurre como con los hijos: la sobreprotección no es buena, porque luego les cuesta enfrentarse a la vida. Tarde o temprano la realidad llama a la puerta. Y encima las desgracias nunca vienen solas. En el caso de las entidades financieras no se trata solo de tipos de interés cero o de que la economía no crece. Con la prepotencia que da la sobreprotección, las entidades mantienen sus mochilas de ladrillo y créditos impagados, en lugar de venderlas rápido por lo que valen. O toman riesgo emergente o sectorial y hacen cosas ilegales que acaban en multas de miles de millones porque saben que papá pagará la fianza.

Pero a largo plazo hay algo incluso más peligroso: protegido por la legislación, el sector se cree inmune a la competencia, que piensa quitarse de en medio llamando a “su” político para que, llegado el caso, haga una ley que le cierre el paso, sin darse cuenta de que ese mismo político puede cambiar de bando si en lugar de una pyme le llaman Apple, Amazon o Google.

Si creen que exagero, bajen a la calle, pasen por una parada de taxi a media mañana, y luego me dicen

La mirada complaciente es miope. El dinosaurio ignora al saltamontes “fintech” que hace lo mismo que él pero de forma más rápida y eficiente, simplemente porque es pequeño. Ve el vehículo, no el modelo. Su visión borrosa le impide ver que ese modelo de negocio lo puede llevar acabo un saurio tan grande como él, pero mucho más evolucionado.

Por supuesto que habrá bancos en el futuro. Serán siempre garantía de seguridad financiera y de los datos personales. Pero serán distintos. La mezcla de bajos tipos de interés, menor crecimiento, mala gestión y revolución digital serán para el sector como lo fue para los dinosaurios el impacto del cometa que acabo con la especie. No acabó con la vida, sino que produjo un salto en la evolución. Un salto que afectará a todo el sector financiero, y no sólo a los bancos, porque todo él es ineficiente, caro y complaciente.

Llevo años advirtiendo sobre esto a los accionistas, insistiendo en que el banco no es como el equipo de fútbol, que al banco no le deben fidelidad. No digo que no tengan bancos en cartera, digo que ya no vale todo. Si creen que exagero, bajen a la calle, pasen por una parada de taxi a media mañana, y luego me dicen.

Dentro de unos años, lo que ha ocurrido en el sector del taxi en Madrid será objeto de estudio en las escuelas de negocio. Un ejemplo terrible sobre cómo el exceso de regulación acaba haciendo daño a quien trata de proteger.

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