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El activismo democratiza las cotizadas
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El activismo democratiza las cotizadas

Las compañías cotizadas pertenecen a los accionistas (ciudadanos), quienes eligen al Consejo de Administración (gobierno); y son dirigidas por los ejecutivos (ministros)

Foto: © Simone Golob/Corbis
© Simone Golob/Corbis

Utilizando una analogía imperfecta que traza similitudes entre los factores “una persona, un voto” y “una acción, un voto” el capitalismo y la democracia directa funcionan de un modo muy similar. Las compañías cotizadas pertenecen a los accionistas (ciudadanos), quienes eligen al Consejo de Administración (gobierno); y son dirigidas por los ejecutivos (ministros).Desde la gran crisis financiera, parece que el sistema capitalista se va acercando al modelo de democracia directa. Empieza a ser cada vez más habitual que los accionistas descontentos abran la puerta a gestores activistas que presionan al Consejo de Administración y a los órganos ejecutivos para que mejoren la gestión, el negocio y sus resultados en el interés de la sociedad y de sus accionistas.

Un ejemplo reciente de mejora del valor tras la intervención de gestores activistas ha sido Hertz que, en 2014, y tras la campaña desarrollada por el Hedge Fund Glenview Capital Partners (a la que también se sumaron las de Third Point y Jana Partners), aprobó el spin-off de su negocio de alquiler de equipos (HERC) manteniendo la propiedad sobre ambas marcas, y logró que la acción de la compañía se apreciara notablemente. La gran paradoja de nuestros tiempos es que el auge de la gestión pasiva conlleva que los accionistas institucionales no voten más sus acciones y a la pasividad de la gestión se une la pasividad gubernativa. Si los ciudadanos no votan, se corre el riesgo de que el gobierno tienda a privilegiar sus propios intereses sobre los de la sociedad y sus partícipes.

El modus operandi de los inversores activistas consiste, a menudo, en aumentar su participación en una empresa pero manteniéndose por debajo del límite que les obligaría a hacer pública su titularidad. Ganan poder de influencia y crece su capacidad de toma de decisiones pero, salvo algunos ejemplos mediáticos, suelen mantener un perfil bajo. Desde este posicionamiento, el gestor activista se aproxima a algunos de los mayores inversores, muchos de ellos inversores institucionales, les presenta su plan y pide su apoyo. Tras ello, se dirige al consejo de administración o al CEO de la compañía para mostrar el resultado de sus análisis y discutir vías de mejora.

Idealmente, el debate es constructivo y el equipo directivo accede a adoptar la estrategia propuesta. En caso contrario, el gestor activista suele dirigirse al Consejo de Administración para tratar de obtener apoyo y, si es necesario, sustituir a los ejecutivos reacios al cambio. En estos -raros- casos en que los miembros de la junta no parezcan estar actuando en pro del interés de los accionistas, los gestores pueden entrar en lucha de poder tratando de posicionarse en la junta directiva que sustituiría a la anterior.

Un ejemplo claro de éxito activista en este sentido lo encontramos en el protagonizado por Third Point en Yahoo! que, entre otras importantes consecuencias, desembocó en el despido de su CEO, Carol Bartz, y la renuncia de su sucesor, Scott Thompson, tras sacar a la luz Third Point la inexactitud de su expediente académico. No olvidemos tampoco la fuerza del activismo de Trian Partners en Heinz donde, tras una campaña de 8 años, logró que la compañía fuera adquirida por Berkshire Hathaway y 3G Capital al precio de 72,5 dólares por acción; o en Tiffany&Co, donde su activismo logró el nombramiento de Peter W. May, presidente y fundador de Trian, como director de Tiffany tras haber conseguido implementar cambios que incrementaron los ingresos de la compañía en un 42%, y en un 75% sus beneficios, entre 2007 y 2012.

Las estadísticas recientes muestran dos tendencias principales en el comportamiento de los inversores activistas. La primera es que la tasa de éxito de las proxy fights (luchas por la delegación de voto de los accionistas) aumenta de manera constante y los activistas son cada vez más tomados en cuenta -y seguidos- por los accionistas. La segunda, tal vez consecuencia de la anterior, es que los gestores son cada vez menos proclives a embarcarse en cruentas batallas con los consejos de dirección de las compañías; prefieren evitar una disputa pública con los accionistas.

La sensación percibida por los gestores activistas es que las compañías se están alejando de un sistema de gestión central para aproximarse a un nuevo modelo, más democrático, en el que los intereses del accionista ganan peso. Que esto sea posible con menos conflictos y más debate es muy alentador. Se desperdicia menos tiempo y energía en batallar y, cada vez más, los ejecutivos son percibidos por el accionariado como verdaderos consultores que trabajan por el interés común.

Pero el activismo en inversión también tiene una pega principal, su menor agilidad frente a otras estrategias de gestión alternativa ya que debatir potenciales cambios estratégicos, construir y presentar propuestas, y convencer de un plan requiere tiempo, en ocasiones años. Aún así, en nuestra opinión, los resultados a medio y largo plazo compensarán, sin duda, la no inmediatez de liquidez. No nos cabe duda de que la gestión activista es una opción muy positiva, en auge, y absolutamente recomendable.

* Lionel Aeschlimann, socio de Mirabaud y CEO de Mirabaud Asset Management

Utilizando una analogía imperfecta que traza similitudes entre los factores “una persona, un voto” y “una acción, un voto” el capitalismo y la democracia directa funcionan de un modo muy similar. Las compañías cotizadas pertenecen a los accionistas (ciudadanos), quienes eligen al Consejo de Administración (gobierno); y son dirigidas por los ejecutivos (ministros).Desde la gran crisis financiera, parece que el sistema capitalista se va acercando al modelo de democracia directa. Empieza a ser cada vez más habitual que los accionistas descontentos abran la puerta a gestores activistas que presionan al Consejo de Administración y a los órganos ejecutivos para que mejoren la gestión, el negocio y sus resultados en el interés de la sociedad y de sus accionistas.

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