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Por qué nadie habla de lo que hay que hablar
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Alberto Artero

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Por qué nadie habla de lo que hay que hablar

Hoy vengo de prestado. espero que me sepan disculpar. Cuando uno no sabe de una materia, o sabe poco, que suele ser lo habitual, lo mejor

Hoy vengo de prestado. espero que me sepan disculpar. Cuando uno no sabe de una materia, o sabe poco, que suele ser lo habitual, lo mejor es acudir a quien puede cubrir sus carencias de forma efectiva. Ya sé, lo debería hacer más a menudo. Pero, entonces, les privaría a ustedes del placer de tirarme de las orejas con la frecuencia que lo hacen. Que no pueden estar más estiradas, oigan. Bien. Leo en el WSJ del pasado 28 de octubre un muy interesante artículo de Karel Lannoo del CEPS acerca de la necesidad de establecer un marco supervisor común que evite que se reproduzcan en el futuro situaciones como las que actualmente padece la banca europea. En el cuarto párrafo hace un alegato demoledor contra los ratios de solvencia establecidos en Basilea II, "incapaces de dar una indicación clara del nivel de riesgo de las entidades financieras". Su argumento parte de un ejemplo palmario: la belga Dexia. A 30 de junio de 2008 reclamaba tener un ratio Tier 1 del 11,4%, medido a través del valor atribuido a sus activos en función de su riesgo ponderado. Pero si en el denominador se sustituía esta cifra por el importe total del activo del balance, el porcentaje caía al 1,6% "por debajo del 2% exigido por los supervisores estadounidenses para cerrar una institución".

 

Perplejo acudo a un profesional de mercado, especializado en estos temas, para que me ilustre sobre la cuestión. Y no contento con informarme, me remite esta filípica que, tal cual, poco en manos de los sufridos lectores diarios de este Valor Añadido. Va por ustedes.

 

"En las últimas semanas, gobernadores de bancos centrales, señalados dirigentes políticos, distinguidos profesores de  universidad, y reputados consultores y hombres de empresa, nos están, por fin, explicando a las personas sencillas, los motivos que han originado la casi quiebra del sistema económico occidental. Es un placer oírles: las causas, identificadas; el diagnostico, unánime; y el tratamiento también: más regulación y más supervisión. Más funcionarios que controlen la discrecionalidad de esos locos banqueros. A mí han estado a punto de convencerme, hasta casi hacerme olvidar que ninguno de ellos, a pesar de su sabiduría,  previó lo que se estaba larvando, y las devastadoras consecuencias que iba a tener para los ciudadanos de a pie, sometidos en estos momentos al dilema de perder todos los ahorros de nuestra vida pasada, o pagar impuestos durante el resto de esa misma vida para financiar el rescate del sistema.

 

Pero en todo este discurso, y dado que éste es un foro docto en temas financieros,  quisiera preguntarles: ¿No están ustedes echando nada de menos? ¿Por qué nadie se acuerda ahora, cita, o nos explica, que era aquello de “Basilea II”? La misma comunidad financiera que ahora propone coartar el libre albedrío de los banqueros, lleva desde el año 2001 embarcándonos a todos en la migración de Basilea I a Basilea II. Se trataba (o al menos eso nos decían) de un nuevo paradigma en la gestión bancaria, un mundo mejor para todos, y tenía previsto  su debut precisamente para este año.

 

Para los no iniciados, les diré en qué consiste básicamente Basilea II. En su versión simple, pretende que los requerimientos mínimos de solvencia de una entidad bancaria, la fortaleza de su capital para aguantar crisis como la que estamos viviendo, se establezca en función de las calificaciones de las… ¡agencias de rating!. No es broma. Y en su enfoque más avanzado, Basilea II establece que esos umbrales mínimos de solvencia sean determinados por… ¡los propios banqueros!. ¿Cómo lo ven?

 

Desde Basilea I (1985) la medición de los riesgos que asumía un banco (o caja) se asignaba en función de unas ponderaciones muy simples, establecidas por el supervisor financiero. Era pues un sistema tutelado por los poderes públicos, sencillo, e igualitario, pues se aplicaba a todas las entidades, con independencia de en qué jurisdicción operasen, o de su tipo de negocio. Sin embargo los banqueros propusieron cambiar el modelo, con una justificación: ellos eran capaces de medir sus propios riesgos mucho mejor que el supervisor, por que habían desarrollado unos modelos estadísticos “muy avanzados”, que les permitían estimar a la perfección los riesgos a los que estaban expuestos. De modo que desde el año 2005, los mismos bancos que acaban de ser comprados, rescatados, nacionalizados o “inyectados”, han “homologado” con sus reguladores sus propios modelos de medición de riesgos. Por cierto que la conclusión de esos sesudos cálculos estadísticos ha sido infalible en todos los casos: las entidades de crédito tenían una solvencia a prueba de bomba, y recursos propios más que suficientes para afrontar sobradamente los riesgos de su actividad. Basilea II iba a ser el futuro de la gestión bancaria durante los próximos 20 años, como lo había sido Basilea I desde 1985. Si no me creen y quieren pasar un buen rato, relean los párrafos dedicados a Basilea II en las memorias de los bancos rescatados.

 

Pero déjenme decirles algo más preocupante: durante el reinado de Basilea I, el 100% de los inspectores del Banco de España era capaz de verificar el ratio de solvencia de una entidad en 8 horas con la ayuda de un balance y una hoja Excel. Desde la entrada en vigor de Basilea II, ese porcentaje se reduce a, quizás, un 5%, y hacen falta meses de trabajo y costosos recursos técnicos e informáticos. Y mucho peor aún es la situación de los  miembros de los Consejos de Administración de nuestros bancos y cajas: ninguno está capacitado para hacer un juicio crítico acerca de la metodología, las hipótesis y los cálculos que determinarán en el futuro su grado de exposición  a los distintos tipos de riesgos. El Consejo debe confiar ciegamente en el trabajo de un reducido grupo de “super-sabios”, empleados pata-negra que tras meses de encierro en un laboratorio, manipulando complejísimos modelos econométricos y bases de datos, saldrán gritando frenéticamente la frase… “ya lo tengo”

 

Pero desafortunadamente la realidad es mucho más compleja. Esos modelos, apadrinados por los banqueros, homologados por decenas en todos los países europeos con la bendición de  supervisores y consultores, técnicamente impecables, teóricamente infalibles, calibrados hasta la extenuación, y sometidos a pruebas de  stress y back test, han resultado un completo fiasco. Basilea II ha descarrilado antes de arrancar".

 

Creo que merecía la pena reproducirlo en su literalidad. No sé que opinarán ustedes. Concluyo como empecé. Karel Lannoo, en el párrafo siguiente del artículo al que he hecho referencia, busca la solución a la dudosa foto de la verdadera fortaleza de balance que, a su juicio, se deriva de Basilea II exigiendo que la solidez bancaria se fundamente en cuatro puntos. Ratios puros de apalancamiento (capital entre activos); ratios de liquidez, que obliguen a mantener un nivel mínimo de activos de disponibilidad inmediata; ratios de diversificación de los mismos (para evitar, por ejemplo, la concentración inmobiliaria que se ha dado en España) y, por último, un indicador consensuado de buen gobierno que permita calibrar la solidez del equipo gestor (como toda variante subjetiva, de menor aplicabilidad práctica). No me enredo más. El sábado más y mejor.

 

Recomendación gastronómica de los jueves. Sigo en 82,5 para 1,73 de altura por lo que, en esencia, tengo sobre peso. Pero esta semana he hecho un par de visitas interesantes. Una positiva y otra menos. Empecemos por el final. Chantarella en Doctor Fleming. Lo conocí siendo ese minúsculo local kitsch cerca de Ferraz, al que no le faltaba su bola discotequera, y me encantó. No había vuelto desde entonces a la nueva ubicación. ¿El resultado? Decepcionante. Comida poco sorprendente; raciones, en mi particular opinión, raquíticas para los precios que cobran; servicio muy despistado y poco profesional que dio a servidor, aparte de la compañía, uno de los pocos placeres de la velada: ver cómo el Secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, tenía reclamar su comida casi 25 minutos después de haberla pedido. Ah,  un ejemplo para el recuerdo: pedimos fruta de postre. El chico que nos atiende nos dice que no hay. Tras ver en la carta que sirven macedonia, se lo indicamos. Y el camarero dice que eso sí, que la trae. Al rato vuelve: aunque está en la carta, no queda. Pero si quieren fruta con fondue de chocolate, sí. ¿Y sin fondué? No. De locos. Muy a gusto en Belaunde, 22 en Victor Andrés Belaunde. Un lugar informal muy bien llevado por su dueño, Javier. Pregunten por él. Chupito de salmorejo espectacular, crujiente de anchoas con tomate delicioso, aros de cebolla en su punto de fritura y un solomillo fileteado de sabor como hacía tiempo y eso que llega algo frío a la mesa. Más para compartir que para hacer comida de mesa y mantel. Unos 20-25 euros por barba sin vino y con postre. Recomendable.

Hoy vengo de prestado. espero que me sepan disculpar. Cuando uno no sabe de una materia, o sabe poco, que suele ser lo habitual, lo mejor es acudir a quien puede cubrir sus carencias de forma efectiva. Ya sé, lo debería hacer más a menudo. Pero, entonces, les privaría a ustedes del placer de tirarme de las orejas con la frecuencia que lo hacen. Que no pueden estar más estiradas, oigan. Bien. Leo en el WSJ del pasado 28 de octubre un muy interesante artículo de Karel Lannoo del CEPS acerca de la necesidad de establecer un marco supervisor común que evite que se reproduzcan en el futuro situaciones como las que actualmente padece la banca europea. En el cuarto párrafo hace un alegato demoledor contra los ratios de solvencia establecidos en Basilea II, "incapaces de dar una indicación clara del nivel de riesgo de las entidades financieras". Su argumento parte de un ejemplo palmario: la belga Dexia. A 30 de junio de 2008 reclamaba tener un ratio Tier 1 del 11,4%, medido a través del valor atribuido a sus activos en función de su riesgo ponderado. Pero si en el denominador se sustituía esta cifra por el importe total del activo del balance, el porcentaje caía al 1,6% "por debajo del 2% exigido por los supervisores estadounidenses para cerrar una institución".