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Por qué es necesaria una Huelga General en España
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Alberto Artero

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Por qué es necesaria una Huelga General en España

Resulta deprimente comprobar de primera mano el eufemismo en que ha quedado convertido el diálogo social en nuestro país. Culpa de todos los interesados, sin lugar

Resulta deprimente comprobar de primera mano el eufemismo en que ha quedado convertido el diálogo social en nuestro país. Culpa de todos los interesados, sin lugar a dudas. De lo poco que se ha ido filtrando por aquí o por allá, se colige que hay unos que mandan, otros que obedecen y, por último, esos necesarios convidados de piedra que no se pueden creen el espectáculo que están viendo. Así, la obsesión semántica del Gobierno ha pasado de negar la crisis a agarrarse a cualquier documento que incluya la palabra reforma, modo de dar cuerpo a ese brindis al Sol ausente de concreciones idóneas que es el cambio de modelo productivo. Un ejecutivo que baila al son que marcan los sindicatos que son los que tienen la sartén por el mango. El pánico del Presidente a la conflictividad social les ha hecho ganar fuerza de modo paralelo a su descrédito entre sus propios representados, liberados y similares aparte. Ande yo caliente, que se aguante el de enfrente. Un drama. Y, mientras, los empresarios con los ojos como platos ante la cortedad de miras de sus interlocutores, la falta de idoneidad de sus propuestas y su persecución denodada de un continente que vender, no importa la utilidad de su contenido, antes de que acabe el curso político. Cualquiera se mueve, cooperadores necesarios como son de ese servilismo al poder que caracteriza la forma de hacer negocios en España.

Cuando los analistas más ilustrados hablan del peligro de argentinización de España, algunos lo interpretan de modo reduccionista como la fatal posibilidad de que se produzca una congelación de los depósitos bancarios o se aplique arbitrariamente el criterio público/privado en relación con los activos de los contribuyentes. Una definición que se queda corta porque supone confundir consecuencias con causas. En la raíz de tales actuaciones se encuentra la tolerancia de la población hacia una clase política corrupta en el fondo y demagógica en las formas, que no duda en servirse del Estado para sus intereses particulares. Y que sólo cuando le tocan el bolsillo se echa a la calle de forma abrupta, como el que se despierta sobresaltado de un sueño en el que no tarda en volver a caer. Un proceso de deterioro en la actividad pública, y en el juicio crítico que sobre la misma debiera hacer la ciudadanía, que no se produce de la noche a la mañana pero que hay que cortar antes de que se llegue a ese punto de inflexión en el que, desgraciadamente para el conjunto de la sociedad, no hay vuelta atrás. Pues bien, estamos cerca de sobrepasar esa raya.

El fenómeno de peronización de un país requiere, como acabamos de apuntar, primero un distanciamiento de las instituciones administrativas del fin para el que han sido creadas. Su caldo de cultivo ideal es la profesionalización de la política en contraste de la política de buenos profesionales que hicieron, por poner un ejemplo, la Transición en España. Implica el triunfo de la mediocridad, de las carcasas vacías, de esos loros repetidores de clichés demagógicos que terminan por anidar en los bosques del resto de los poderes del Estado esparciendo su vomitivo guano de partidismo y corrupción. Pero necesita igualmente de un anestesiamiento, perdón por el palabro, de todos los llamados a censurar y detener, con su voto, la generalización de la mala praxis pública: los sufridos españoles. De un paulatino adormecimiento de su capacidad crítica, de su voluntad reivindicativa, de su deseo de cambio. Poco a poco, de modo sibilino y aun inconsciente a través de la desnaturalización de lo que debieran ser los pilares de la sociedad.

No soy de los que piensan que lo que ha ocurrido con la calidad de la educación en España haya sido fruto de una eutanasia activa, intencionada, perseguida. Pero sí estoy convencido que la muerte pasiva de la excelencia educativa era y es condición imprescindible para liquidar el criterio, con él el juicio, de su mano la reivindicación y, en última instancia, la denuncia, elementos todos ellos incómodos para la acomodada nueva clase dirigente. Y es tan solo un  ejemplo, el de la España del Gran Hermano. Podríamos hablar también de la proliferación de funcionarios públicos en todas las esferas geográficas posibles, ciudadanos todos ellos que deben su sustento a los mismos que se encargar de hipotecar su futuro y a los que no les queda más remedio, cuestión de supervivencia, que mirar hacia otro lado. ¿Cuál es su libertad? O de todos aquellos que han hecho del subsidio su modo de vida, aun sabiendo que es fuente de arbitrariedades e injusticias. Añadan apartados a la lista.

Puede que sea coger el nabo por las hojas pero es por todo esto por lo que es necesaria a la de ya una huelga general en España, el único modo de que la sociedad en su conjunto diga al Ejecutivo basta, hasta aquí hemos llegado, no queremos ser la Argentina de Europa. Una oportunidad única para que, de una puñetera vez, el gobierno deje de actuar para garantizar su supervivencia en el poder o de forma tal que se mantenga en el redil esa parte de la sociedad que le garantiza su apoyo a cambio de concesiones mayores o menores. ¿No tenías miedo a la crítica de la ciudadanía? Pues toma dos tazas y ahora, por favor, supera el trauma del juicio histórico y empieza a hacer Historia evitando que los peores augurios se materialicen. ¿Un coste? No, una inversión: sacrificio hoy para obtener un rédito superior mañana. Y es, precisamente, el mañana de nuestros hijos de lo que estamos hablando. Señores de los sindicatos, convocantes por ley, no se equivoquen: es eso lo que está en juego. Pero están demasiado pringados como para siquiera pensar en hacerlo.

Resulta deprimente comprobar de primera mano el eufemismo en que ha quedado convertido el diálogo social en nuestro país. Culpa de todos los interesados, sin lugar a dudas. De lo poco que se ha ido filtrando por aquí o por allá, se colige que hay unos que mandan, otros que obedecen y, por último, esos necesarios convidados de piedra que no se pueden creen el espectáculo que están viendo. Así, la obsesión semántica del Gobierno ha pasado de negar la crisis a agarrarse a cualquier documento que incluya la palabra reforma, modo de dar cuerpo a ese brindis al Sol ausente de concreciones idóneas que es el cambio de modelo productivo. Un ejecutivo que baila al son que marcan los sindicatos que son los que tienen la sartén por el mango. El pánico del Presidente a la conflictividad social les ha hecho ganar fuerza de modo paralelo a su descrédito entre sus propios representados, liberados y similares aparte. Ande yo caliente, que se aguante el de enfrente. Un drama. Y, mientras, los empresarios con los ojos como platos ante la cortedad de miras de sus interlocutores, la falta de idoneidad de sus propuestas y su persecución denodada de un continente que vender, no importa la utilidad de su contenido, antes de que acabe el curso político. Cualquiera se mueve, cooperadores necesarios como son de ese servilismo al poder que caracteriza la forma de hacer negocios en España.