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Camino expedito para La Gran Pifia
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Alberto Artero

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Camino expedito para La Gran Pifia

En la España de la crisis siempre hay espacio para una pifia más. Es lo que tiene la adormecida idiosincrasia patria. El desarrollo de la actual

En la España de la crisis siempre hay espacio para una pifia más. Es lo que tiene la adormecida idiosincrasia patria. El desarrollo de la actual coyuntura ha puesto de manifiesto que nos puede el corazón, nos llevan las acaloradas palabras, escupimos la crítica con más o menos gracia pero, al final del día, seguimos como estamos, votando a los mismos mediocres de siempre y sin establecer cauces de actuación colectiva que permitan la regeneración democrática de España. Los pocos intentos que se han  dado en tal sentido ocupan las páginas de los medios más por las disputas internas que por los objetivos externos. Está mal que lo diga con tanta crudeza pero los españoles somos perros ladradores, poco mordedores. Y nos comemos una foto dominical como la de ZP y los sindicatos como si nada; peor dicho, como si fuera verdad que la solución de la situación que sufrimos pasara por la clase sindical y el reforzamiento de su posición en las instituciones. Déjenme que me despierte que debo estar soñando.

Esa es igualmente nuestra actitud ante una de las mayores pifias, oportunidad perdida, que están deparando las difíciles circunstancias actuales, momento histórico para volver la vista atrás, aprender de los errores pasados y establecer los cauces necesarios para no repetirlos en el futuro. El tiempo juzgará en relación con estos años, de hecho, si fuimos o no capaces de resolver adecuadamente la encrucijada histórica a la que ahora nos enfrentamos. Si tuvimos o no la inteligencia suficiente como para corregir el rumbo de una nave que, creyéndose suficientemente madura como para guiar su propio destino, ha tomado una deriva extraña hacia mares peligrosos, llenos de inciertas amenazas. Si, en definitiva, comprendimos o no que lo que estaba en juego era consolidar las bases de la convivencia mutua o, por el contrario, nos limitamos a pasar la página de la Historia a la espera de que el capítulo terminara felizmente de modo natural y se iniciara una nueva etapa, milagrosamente más racional y próspera. Esperen sentados.

¿A qué me refiero? A la racionalización del sector financiero en general y de las cajas en particular. Cualquier observador exterior que analice, siquiera someramente, lo que está pasando en nuestro país en relación con esta cuestión, caería fulminado víctima de la estupefacción. Sin embargo aquí, ya se sabe, comulgamos con ruedas de molino, que el tiempo nos ha hecho tener unas tragaderas más grandes que las partes nobles de la madrileña estatua del caballo de Espartero. Alguno dirá que está hasta el gorro, que es tema menor para la que está cayendo, así se la guisen y se la coman las entidades financieras. Pero en un  mundo como el actual en el que hemos convertido a la banca en el eje central de la canalización de ahorro a la inversión, por una parte, y en el que gran parte de nuestra vida ordinaria depende de la voluntad de tales señores de cumplir con su cometido, por otra, su ordenación adecuada y duradera se convierte en un elemento de los esenciales a la hora de perfilar la España de diseño que queremos construir, al menos de boquilla. Sorprende, de hecho, que su reforma no se incluya ordinariamente entre el abanico de cambios estructurales permanentes e imprescindibles a nivel nacional. Lean, si no, las 100 encuestas de ayer en el suplemento Mercados de El Mundo y verán cómo brilla por su ausencia.

Hasta ahora lo que se está produciendo es una suerte de mundo al revés en el que son los entes los que proponen y gobierno y administración disponen. Y, salvo nefasta por ineficaz actuación entre bambalinas, lo hacen más bien mal tirando a fatal. Estamos en la antítesis de lo que ha ocurrido en Estados Unidos con sus grandes bancos. Entidades privadas que contribuyen abiertamente a la financiación de los partidos políticos pero que, llegado el momento, son obligados a pasar por el aro de las concentraciones sugeridas, las inyecciones de capital e incluso la muerte más o menos desordenada como ocurrió en el caso de Lehman. Prima el interés colectivo sobre el individual, aun con la crítica que se puede hacer a su responsabilidad en el nacimiento y estallido de la crisis. Aquí no escapamos a tal censura pero, pese a ello, nos encontramos a políticos poniendo objeciones a la consolidación de firmas que se desenvuelven en régimen de competencia en el sector privado de la economía, a la espera de poder garantizarse unas prebendas que son resultado de la ineficiencia del sistema, en la mayoría de las ocasiones, y no de su propia competencia. Un disparate.

De ahí que lo que se proponga, salvo excepciones muy puntuales, sean fórmulas en las que prima el interés particular frente al de la colectividad. Pasan por el novedoso concepto de la fusión virtual con dispersión geográfica, las uniones de balances independientes bajo un paraguas común como se propone en Castilla y León o, en el caso del insoslayable desmantelamiento de CCM por Cajastur, la creación de un banco malo dentro de una sociedad privada con dinero de todos. Sólo las operaciones catalanas parecen que se encuadran dentro de la racionalidad a día de hoy. Aunque hayan generado no podo revuelo dentro del sector, no es de extrañar que autores tan estridentes como Marc Vidal, aquí en Cotizalia, o moderados como Joaquín Estefanía, en El País de este domingo, vengan a decir, de un modo más directo o encubierto, que, al final, para el viaje de racionalizar oficinas y despedir gente no hacían falta estas alforjas. Y tienen más razón que unos santos.

Mientras, y frente a la locuacidad internacional de sus alter egos, el Banco de España permanece ausente, más allá de declaraciones de intenciones como las de hoy en FT, y a la espera de acontecimientos dando la terrible sensación de que, o bien ha tirado la toalla, o bien le superan los acontecimientos. MAFO debería empezar a ejercer de gobernador y buscar en el diccionario la semántica de la palabra gobernar que va unido al ejercicio de la autoridad y no a la práctica de la pusilanimidad. El Ejecutivo, por su parte, tendría que ser el primero en comprender que, en la medida que pese sobre sus espaldas la incertidumbre sobre su devenir futuro, ninguna entidad va a nadar en el océano del crédito sino que la mayoría van a guardar la ropa por lo que pueda pasar, condenando a España a unos cuantos meses más de letargo recuperatorio. No es momento de primar el interés político, sino el social. Claro que en el pendón de la clase dirigente, gran parte de la cual no se imaginó en una igual a costa del erario público, una leyenda prima sobre cualquier otro signo: privilegios. Siendo así, a ver si usted y yo empezamos a morder con nuestro voto y nuestra movilización. Que ya es hora de poner obstáculos a la consumación de La Gran Pifia, una más de la colección.

Buena semana a todos.

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En la España de la crisis siempre hay espacio para una pifia más. Es lo que tiene la adormecida idiosincrasia patria. El desarrollo de la actual coyuntura ha puesto de manifiesto que nos puede el corazón, nos llevan las acaloradas palabras, escupimos la crítica con más o menos gracia pero, al final del día, seguimos como estamos, votando a los mismos mediocres de siempre y sin establecer cauces de actuación colectiva que permitan la regeneración democrática de España. Los pocos intentos que se han  dado en tal sentido ocupan las páginas de los medios más por las disputas internas que por los objetivos externos. Está mal que lo diga con tanta crudeza pero los españoles somos perros ladradores, poco mordedores. Y nos comemos una foto dominical como la de ZP y los sindicatos como si nada; peor dicho, como si fuera verdad que la solución de la situación que sufrimos pasara por la clase sindical y el reforzamiento de su posición en las instituciones. Déjenme que me despierte que debo estar soñando.

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