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Olvídense del modelo sueco… el futuro de la banca pasa por Canadá
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Alberto Artero

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Olvídense del modelo sueco… el futuro de la banca pasa por Canadá

Interesante, como casi siempre, el último post de Paul Krugman en el New York Times. Una pieza en la que el Nobel fija sus ojos en

Interesante, como casi siempre, el último post de Paul Krugman en el New York Times. Una pieza en la que el Nobel fija sus ojos en un país tan anodino informativamente hablando como Canadá. Y lo hace para detenerse en cuál ha sido la evolución de su sector bancario desde el inicio de la crisis, inmune a los sobresaltos que casi se llevan por delante a la industria equiparable de su vecino del sur. Dada la capacidad que tiene el profesor de poner temas de moda, apuesto 100 a 1 a que, en breve, pasaremos de hablar del modelo sueco como solución a los desequilibrios financieros con origen en la banca a hacerlo del ejemplo canadiense como vía óptima para evitarlos. Y, ¿en qué consiste tan magistral receta? Básicamente en el clásico zapatero a tus zapatos que la Historia ha ratificado como uno de los aforismos populares más acertados. Con todas las implicaciones que eso conlleva.

De inicio, el post contiene una exclamación encubierta: It´s politics, stupid. Es la política la que determina la viabilidad de un sistema frente a otro, la que ha procurado la supervivencia de las instituciones financieras canadienses frente a las de Estados Unidos. Así, no existen entre ambas naciones grandes diferencias culturales o de estructura social y/o económica. Tal similitud se manifiesta en su pareja evolución de los tipos de interés antes del estallido de la burbuja de crédito; en la excesiva concentración bancaria, quizá exacerbada en el caso canadiense donde cinco firmas copan la práctica totalidad del mercado; y en el modo en el que los dos países de beneficiaron de la incorporación de China al comercio internacional con su particular propuesta de trade off de bienes baratos y reciclado de divisas.

Sin embargo, como ha quedado demostrado, mientras los bancos canadienses han salido prácticamente limpios de polvo y paja de todo este berenjenal, los estadounidenses siguen con su particular purga de pecados pasados. ¿Cuál es el truco? It´s politics. Krugman cita hasta tres elementos diferenciales esenciales: uno, limitación del riesgo a asumir por las entidades financieras, a través del establecimiento de un techo a su capacidad de apalancamiento; dos, contención de los procesos de titulización; tres, protección de la clientela hasta el punto de restringir notablemente la actividad hipotecaria sin las suficientes garantías de pago o subprime. En definitiva, mantener el negocio bancario dentro de los estándares de balance y cuenta de resultados que impiden que de su actividad se derive un riesgo sistémico para el conjunto de los agentes económicos. Ay si todo el orbe hubiera imitado el modelo canadiense, otro gallo nos cantaría.

Al final, concluye Krugman no se trata más que de devolver a la banca a su ser, a su odioso y aburrido ser. ¿A qué se refiere? Aunque no lo explicite, a su consideración de mero intermediario entre el ahorro y la inversión en sus distintas vertientes, desde la más general de depósitos y crédito hasta la más sofisticada de colocación y suscripción o comisionista de una venta. A la necesidad de que devenga en una industria mejor regulada, hasta el punto de asimilarse a una utility, en la que la rentabilidad sobre los recursos propios se reduzca drásticamente y sea función de la propia capacidad para gestionar los estados anuales dentro de un estrecho corsé. En la que los beneficios recurrentes primen sobre los cíclicos y los extraordinarios respondan a tal denominación. Una vuelta forzosa a los orígenes que termine con todo lo excesivo que rodea al sector, desde su concentración de riesgos o su exagerada participación en el PIB de determinadas naciones, a los bonus multimillonarios que superan las siete cifras.

Probablemente, los lobistas parlamentarios de Estados Unidos impidan que una reforma de tal alcance salga adelante. Habrá que confiar en el criterio de instituciones supranacionales como el Banco Internacional de Pagos para imponerlas, aunque su precedente con Basilea II no sea muy halagüeño. Sin embargo, tales medidas parecen la única vía para ajustar la dimensión de la economía financiera a la actividad productiva, que sufrirá en el envite. Y de qué manera. Mal necesario. De lo contrario volveremos a hablar dentro de no tanto de la necesidad del modelo sueco con su visión global del desastre, su propuesta de creación de un banco malo, su potenciación de las entidades sanas y su recuperación en el tiempo de las consecuencias de la debacle. Sería muy triste que, después de lo que hemos vivido, ése sea el destino que nos espere, ¿no creen? Pues eso.

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Interesante, como casi siempre, el último post de Paul Krugman en el New York Times. Una pieza en la que el Nobel fija sus ojos en un país tan anodino informativamente hablando como Canadá. Y lo hace para detenerse en cuál ha sido la evolución de su sector bancario desde el inicio de la crisis, inmune a los sobresaltos que casi se llevan por delante a la industria equiparable de su vecino del sur. Dada la capacidad que tiene el profesor de poner temas de moda, apuesto 100 a 1 a que, en breve, pasaremos de hablar del modelo sueco como solución a los desequilibrios financieros con origen en la banca a hacerlo del ejemplo canadiense como vía óptima para evitarlos. Y, ¿en qué consiste tan magistral receta? Básicamente en el clásico zapatero a tus zapatos que la Historia ha ratificado como uno de los aforismos populares más acertados. Con todas las implicaciones que eso conlleva.