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¿Saben qué? El capital de la banca importa un comino
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Alberto Artero

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¿Saben qué? El capital de la banca importa un comino

Sepan una cosa: la banca es insolvente. Toda la banca es insolvente. Es consustancial a su negocio que lo sea. Pedir prestado a corto y financiar

Sepan una cosa: la banca es insolvente. Toda la banca es insolvente. Es consustancial a su negocio que lo sea. Pedir prestado a corto y financiar a largo es el eje central de su actividad, la vía como ha ganado tradicionalmente dinero. Si una parte significativa de la clientela de una entidad retirara simultáneamente sus fondos, el banco afectado tendría, casi con toda seguridad, que suspender sus operaciones. Es verdad, estoy hablando de insolvencia como falta de liquidez. Pero es que la banca es también insolvente en términos de recursos propios. Un 10% de capital, como el que se rumorea que se implantará en España para las cajas a final de este ejercicio, y que estas instituciones consideran como un porcentaje disparatado, supone que un 90% del balance está sustentado por dinero aportado por terceros. ¿De verdad? No. Puesto que, para la comparativa, los activos se computan ponderados por su riesgo, hay partidas que simplemente desaparecen en este cálculo por considerarse seguros, como la deuda soberana española (¡!). Al final, ese 10% puede quedar fácilmente por debajo del 5% sobre activos totales. Ya es otra cosa, ¿no creen? Cualquier otra compañía en cualquier otra industria (salvo aquellas que la financiación está vinculada a flujo de caja recurrente) se consideraría quebrada con tal desequilibrio.

La tradicional legitimación y común aceptación de este estrecho margen de maniobra del negocio bancario se produce bajo una premisa que era válida en su origen: al ser la banca el agente económico encargado de poner en contacto ahorro e inversión, su tarea principal no es otra que intermediar dinero, operativa sujeta, por definición, a un riesgo limitado. Una concepción que se ha mantenido en el tiempo pese a la acumulación de una serie de factores que deslegitiman su consistencia como:

  1. el  descuadre entre depósitos y créditos y la actuación cada vez más generalizada de bancos y cajas como originadores y propietarios, no como simples instrumentos de puesta en contacto entre depositantes y prestatarios, con su correspondiente componente adicional de incertidumbre.
  2. la aceptación colectiva de las “virtudes” del apalancamiento –veces en que el equity está comprendido en el activo del balance- pues permite incrementar artificialmente el ROE o Return on Equity -falaz medida de rentabilidad cuando se distorsiona el denominador- a la vez que se disminuye el WACC o Coste Medio Ponderado de Capital, haciendo la comparativa entre ambos muy ventajosa. Tentación irresistible.
  3. la constatación empírica de que determinados eventos posibles pero poco probables pueden convertir posiciones tradicionalmente seguras en agujeros negros de la noche a la mañana, lo que puede invalidar atribuciones de riesgo basadas en estándares históricos. Son los llamados cisnes negros de Nassim Thaleb.

No es difícil concluir tras la enumeración anterior que, defender la solvencia de la banca con base en que conserva un patrimonio neto, capital más reservas, del 5% ó 10% de su activo bruto o ponderado, no deja de ser lo que en terminología anglosajona se conoce como un “wishful thinking”, un deseo de difícil materialización. De hecho, y sobre este particular, ha caído como una bomba en el sistema financiero inglés un estudio publicado por el Banco de Inglaterra al que llego a través del FT Alphaville (la parte mollar a partir de la página 27, apartado 4).

En él, sus autores llegan a la conclusión de que el nivel óptimo de recursos propios de la banca para cubrir CUALQUIER contingencia –tras vincular econométricamente pérdida de valor de los activos con caídas del PIB asociadas a crisis financieras- se sitúa, agárrense a la silla, en el 50% de los RWAs o Risk Weighted Assets-Activos Ponderados por Riesgo. Un nivel que se correspondería con el 17% sobre los Activos Totales, esto es: con un apalancamiento de 6 (100/17). Si se quitan los eventos más extremos, dicho porcentaje cae hasta el 19% de los RWAs, es decir, prácticamente el doble de lo que se pide en España a día de hoy a las cajas. Vaya, vaya.

Cuando uno lee esto, se da cuenta de que el debate alrededor del capital de las instituciones financieras, tanto en España como en los foros internacionales, es discusión estéril. En realidad importa un comino si su tamaño se fija en un 5%, un 7% o un 10% del balance. Da igual. Nadie está dispuesto de verdad a coger este toro por los cuernos. La Historia ha demostrado que:

  1. recurrentemente se prueba que el capital es insuficiente cuando sobreviene una crisis;
  2. recurrentemente caen instituciones financieras a consecuencia de su falta;
  3. recurrentemente se incurre por parte de las autoridades en el riesgo moral, socialización de pérdidas, bajo la excusa de evitar males mayores;
  4. recurrentemente se hace acto de contrición y se grita a los cuatro vientos never more;
  5. recurrentemente hay more porque ni se actúa sobre el desequilibrio del balance, ni se vuelve a los básicos del negocio, ni prima la prudencia sobre la complacencia.

En esas estamos. Acabará esta dolorosa coyuntura y sentaremos las bases, por defecto, falta de control o innovación dolosa, para la siguiente, más trágica aún. Ya lo saben. Ahora pueden seguir con la guerra de cifras, MAFO y Salgado los primeros. Por ejercitar el cerebro que no quede. Buen fin de semana a todos.

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Sepan una cosa: la banca es insolvente. Toda la banca es insolvente. Es consustancial a su negocio que lo sea. Pedir prestado a corto y financiar a largo es el eje central de su actividad, la vía como ha ganado tradicionalmente dinero. Si una parte significativa de la clientela de una entidad retirara simultáneamente sus fondos, el banco afectado tendría, casi con toda seguridad, que suspender sus operaciones. Es verdad, estoy hablando de insolvencia como falta de liquidez. Pero es que la banca es también insolvente en términos de recursos propios. Un 10% de capital, como el que se rumorea que se implantará en España para las cajas a final de este ejercicio, y que estas instituciones consideran como un porcentaje disparatado, supone que un 90% del balance está sustentado por dinero aportado por terceros. ¿De verdad? No. Puesto que, para la comparativa, los activos se computan ponderados por su riesgo, hay partidas que simplemente desaparecen en este cálculo por considerarse seguros, como la deuda soberana española (¡!). Al final, ese 10% puede quedar fácilmente por debajo del 5% sobre activos totales. Ya es otra cosa, ¿no creen? Cualquier otra compañía en cualquier otra industria (salvo aquellas que la financiación está vinculada a flujo de caja recurrente) se consideraría quebrada con tal desequilibrio.

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