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Rodrigo Rato y la imposible búsqueda de Consejero Delegado para Bankia
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Alberto Artero

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Rodrigo Rato y la imposible búsqueda de Consejero Delegado para Bankia

Rodrigo Rato lo tiene crudo para incorporar un Consejero Delegado de renombre a Bankia. Muy complicado en un momento crucial para la sociedad: el de su

Rodrigo Rato lo tiene crudo para incorporar un Consejero Delegado de renombre a Bankia. Muy complicado en un momento crucial para la sociedad: el de su salida a bolsa. Ahora que desde el Banco de España se exige tanto la despolitización de sus órganos de gobierno como una profesionalización en la gestión diaria de las antiguas cajas, el que fuera vicepresidente económico de José María Aznar tiene limitada su capacidad de maniobra. Es esclavo de los mensajes internos y externos que ha lanzado en el pasado. Y también de determinadas actuaciones pretéritas que suponen un obstáculo insalvable para incorporar talento capaz de lidiar con los turbulentos momentos a los que se enfrenta el nuevo banco. Lo que es no saber y actuar a corto sin medir las consecuencias a largo de los propios actos.

El Rey soy yo”. Ese ha sido el discurso que ha enarbolado Rato en numerosas ocasiones desde su aterrizaje en la, ahora, mayor institución puramente nacional por volumen de activos. Ha dejado claro, a quien le ha querido escuchar, que era él el responsable de lo que acontecía dentro de la sociedad vinculando, de esta manera, su éxito o fracaso personal al de la firma que preside. Si al principio tal actitud podía atribuirse a un desconocimiento del negocio, que no poco desconcierto causó entre sus colaboradores inmediatos, con el paso de los meses se ha debido más a la voluntad de transmitir contundencia en la gestión como modo de aplacar la incertidumbre que pesaba sobre el futuro de la compañía.

Sin embargo, en el pecado lleva la penitencia de la imposibilidad de unir a su causa profesionales de prestigio. Ex ante, demandan contar con un amplio margen de autonomía para el desempeño de la tarea que de ellos se espera. Pensar que un Goirigolzarri, que ha vivido en BBVA bajo el paraguas del temperamental Francisco González, va a salir de la Málaga de su dorada jubilación (que incluye, no lo olvidemos, una cláusula de no competencia hasta septiembre de este año), para meterse en el Malagón de la subordinación al fuerte carácter del que fuera principal responsable del FMI, resulta posible pero poco probable. El hombre, cierto, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pero no cuando la roca tiene el tamaño de ésta.

La repercusión mediática del caso de los frustrados bonus al equipo directivo de Miguel Blesa -dos de cuyos principales representantes, Ildefonso Sánchez y Matías Amat, continúan ocupando puestos estratégicos en la nueva entidad financiera- supone un obstáculo adicional en el proceso de alinear los intereses personales de los candidatos a ocupar el cargo de CEO con lo que Bankia puede ofrecerles. No en vano, en la medida en que los fondos públicos sigan presentes en el balance de la entidad, sea en forma de préstamo o de capital, los mecanismos compensatorios que establezca ni escaparán al riguroso escrutinio de Banco de España, ni se deberían oponer a su postura anterior, cambio de sesgo a su conveniencia poco decoroso cuando se ha enarbolado la bandera de la virtud.

Desde este punto de vista, resulta imposible la atracción de directivos de, por ejemplo, Santander, BBVA o la propia Caixa que unen a una remuneración de partida elevada, acorde a sus responsabilidades, unos derechos consolidados que, en muchos casos, se miden en millones de euros. Salir de una entidad multinacional y solvente para entrar en un banco local que pelea por conseguir recursos propios, donde gran parte de la tarea pasa por racionalizar la deficitaria red y sin un paquete salarial que compense, dificultan mucho la toma de una decisión que el fiel de la balanza inclina, sin duda, hacia el rechazo. No hay placer sin dolor, pero el primero ha de justificar el segundo. No parece ser el caso. Asúa, García Candelas, Robatto o Pedro Larena son algunos de los pesos pesados que ya ha declinado ser la novia en esta boda.

Cabría oponer que, de cara al futuro inmediato de Bankia, en el que prima la gestión de balance sobre la del negocio, la alternativa podría ser un perfil más pegado a la banca de inversión. Una posibilidad más. Más allá de que antes o después el elegido tuviera que dar el do de pecho a nivel operativo, y no solo financiero, no hay que olvidar que existen alternativas, de partida, más atractivas en términos de potencial remuneración y libertad de acción en este segmento de negocio. Como la vacante de Credit Suisse que ahora deja Fernando Abril-Martorell. De ahí que, si finalmente se opta por esta vía, tendría más sentido, y supondría una valiente revolución, la promoción interna de alguno de los cachorros destacados de la casa como Carlos Stilianopoulos, figura clave en la interlocución con los distintos inversores que se han interesado por el banco.

Lo dicho, no es fácil. Algún headhunter de postín, al que se encargó la búsqueda de un Director General cuando la institución madrileña todavía era Caja, ya salió con el rabo entre las piernas, escaldado de la dificultad de un proceso para el que faltaban candidatos y sobraban restricciones. ¿Está ocurriendo algo parecido ahora? Quién sabe. Pero no me extrañaría. De momento, José Manuel Fernández Norniella sigue con su novedoso papel de Vicepresidente con Galones de Mando a la espera de acontecimientos. El tiempo corre en contra de los dos, presidente y número dos. El pasado reciente de dichos y hechos de Rodrigo Rato también. ¿Misión Imposible? La Esperanza es lo último que se pierde...

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Rodrigo Rato lo tiene crudo para incorporar un Consejero Delegado de renombre a Bankia. Muy complicado en un momento crucial para la sociedad: el de su salida a bolsa. Ahora que desde el Banco de España se exige tanto la despolitización de sus órganos de gobierno como una profesionalización en la gestión diaria de las antiguas cajas, el que fuera vicepresidente económico de José María Aznar tiene limitada su capacidad de maniobra. Es esclavo de los mensajes internos y externos que ha lanzado en el pasado. Y también de determinadas actuaciones pretéritas que suponen un obstáculo insalvable para incorporar talento capaz de lidiar con los turbulentos momentos a los que se enfrenta el nuevo banco. Lo que es no saber y actuar a corto sin medir las consecuencias a largo de los propios actos.

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