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Hora de liquidar el Banco de España y mostrar la puerta a MAFO
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Alberto Artero

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Hora de liquidar el Banco de España y mostrar la puerta a MAFO

Uno. ¿Son necesarios los bancos centrales? Visto lo visto en estos cuatro años de crisis es innegable que su figura institucional ha quedado muy tocada. Ahora

Uno. ¿Son necesarios los bancos centrales? Visto lo visto en estos cuatro años de crisis es innegable que su figura institucional ha quedado muy tocada. Ahora que sus dos objetivos principales - control de precios y búsqueda del pleno empleo- son recuerdos de un pasado más feliz, en el que no había inflación de materias primas y las economías desarrolladas eran capaces de crear puestos de trabajo, dos preguntas vuelven a sonar con renovado eco: ¿para qué sirven estos organismos?, uno;  ¿son prescindibles?, dos. Ambas son extensión natural de nuestro post de ayer sobre la utilidad y pervivencia del sistema bancario.

Dos. Cuestiones que nacen no solo al calor de los fines que los bancos centrales tienen encomendados, sino también de los mecanismos de que disponen para alcanzarlos, siendo el primero y principal la fijación del precio del dinero a través de los tipos de interés de intervención. Dado que el dinero es el activo más líquido y fungible que existe, intermediado extensivamente en sus distintas monedas a lo largo y ancho del planeta, ¿hasta qué punto tiene sentido la intervención de un tercero para establecer su coste de transacción?, ¿por qué no delegar dicha tarea en los demandantes y oferentes de fondos?

Tres. Una doble tercera reflexión inicial reafirmaría tales incertidumbres. Se ha consolidado en los bancos centrales la actuación con carácter reactivo y no preventivo, es decir: corrigiendo los desequilibrios una vez que se han producido y no anticipándolos como debería ser su obligación. ¿Cuál es, entonces, su utilidad? Además, queda la sospecha, envuelta en altas dosis de certeza, de que ya no velan por la salvaguarda de la actividad productiva sino de la financiera, como un Greenspan deslenguado se dedicó a afirmar sin tapujos una vez abandonadas sus responsabilidades ejecutivas. ¿Son aún válidas las metas que persiguen?

Cuatro. Aterricemos en nuestro país. El caso español es un vivo ejemplo de que cuando se trata de meter bajo el paraguas de un mismo banco central realidades económicas diversas el resultado es un desastre. Los tipos de interés negativos que disfrutó España durante la gestación de la burbuja están en la génesis de la misma. Crearon una situación de desbarajuste tal que, años más tarde, la misma situación es insuficiente para que podamos levantar cabeza. Hemos optado por ceder soberanía monetaria a cambio de matar los instrumentos convencionales que la definen y ayudan localmente. ¿Dónde queda la cercanía a la situación de cada estado?

Cinco. Más en el ámbito local. No cabe hablar ya de las funciones del Banco de España en el seno del sistema europeo de bancos centrales, una de las dos categorías fijadas por el supervisor en su página web y que han sido absorbidas en su totalidad por Trichet y sus chicos. Sí que es responsabilidad específica de la delegación local promover la estabilidad del sistema financiero y supervisar la solvencia de las entidades que lo integran. Y es ahí donde el actual Gobernador, satisfecho con su política de provisiones anticíclicas, laureado internacionalmente, ha hecho aguas mayores.

Su gestión ha sido un desastre. Incapaz de atender las advertencias de su cuerpo de inspectores sobre lo que estaba por venir, permitió una concentración excesiva del sector inmobiliario en el balance de muchas de las instituciones españolas, hecho que ha sido finalmente el que ha puesto en tela de juicio la viabilidad del conjunto (¿estabilidad?). No solo eso, ha actuado de forma timorata y discontinua en la gestión de los problemas de capitalización de nuestras firmas, dejándose llevar más por la conveniencia del momento que por el convencimiento respecto a su papel (¿solvencia?). Por último le ha faltado determinación a la hora de favorecer la reordenación del sector bancario nacional, cediendo a la presión del gobierno central y de los regionales (¿gestión?). El resultado es de todos conocido.

Seis. Ni siquiera en su papel de asesor ha cumplido con la discreción que ha de caracterizar a la institución que rige, despachándose en público con elementos de sospecha o de crítica salvaje al Ejecutivo que debiera haber reservado para el ámbito privado. Prudencia obliga especialmente en un tema y en una coyuntura tan sensibles como éstas. Muchos se preguntan, ¿a qué juega?

Conclusión. Cuando la independencia, el rigor y la capacidad de acción, las tres señas que definen tu acción, están en tela de juicio a resultas de tus actos, pones en juego no tu prestigio personal sino el de la cuestionada institución que diriges. Y la falta de diligencia hace aún más perentoria esa reclamación reciente a nivel europeo de cesión de la supervisión financiera a organismos supra nacionales no contaminados por los intereses políticos locales. Un traspaso que sería la puntilla para un Banco de España en sus horas más bajas. Inconscientemente, el banco central puede estar cavando su propia tumba. ¿Morirá MAFO matando el BdE? Pregunta para todos ustedes.

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Uno. ¿Son necesarios los bancos centrales? Visto lo visto en estos cuatro años de crisis es innegable que su figura institucional ha quedado muy tocada. Ahora que sus dos objetivos principales - control de precios y búsqueda del pleno empleo- son recuerdos de un pasado más feliz, en el que no había inflación de materias primas y las economías desarrolladas eran capaces de crear puestos de trabajo, dos preguntas vuelven a sonar con renovado eco: ¿para qué sirven estos organismos?, uno;  ¿son prescindibles?, dos. Ambas son extensión natural de nuestro post de ayer sobre la utilidad y pervivencia del sistema bancario.