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El Gobernador del Banco de España bate récords de desfachatez
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Alberto Artero

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El Gobernador del Banco de España bate récords de desfachatez

Alguien debiera decirle a Miguel Angel Fernández Ordoñez que lo mejor que puede hacer para acabar de forma discreta su desastroso mandato al frente del Banco

Alguien debiera decirle a Miguel Angel Fernández Ordoñez que lo mejor que puede hacer para acabar de forma discreta su desastroso mandato al frente del Banco de España es prodigarse lo menos posible y no abrir la boca más de lo necesario. El ego descomunal y la impertérrita desfachatez del personaje convierten la tarea en titánica pero, escúchenme bien queridos asesores de comunicación, de ello depende que salga por la puerta de atrás de la institución que dirige -con poca pena y menos gloria- o lo haga entre el legítimo estruendo de aquellos que se han visto agraviados por su negligente actuación que así, por acotar, son básicamente todos los españoles.

Sin embargo, el gobernador ha decidido morir matando y sigue de foro en foro defendiendo lo indefendible de su gestión y buscando la justificación de lo que está pasando en el sistema financiero español fuera de su área de influencia. Como si lo sucedido en la banca desde el inicio de la crisis tuviera poco que ver con él y con sus decisiones. En uno de sus últimos discursos oficiales, el 10 de abril con motivo del XIX Encuentro del Sector Financiero, su narrativa alcanzó cotas inusualmente elevadas de surrealismo en el afán por echar balones fuera. Un ejercicio de superación que se antojaba imposible a estas alturas de la película. Pero no. La vida te da sorpresas.

Les voy a juntar tres párrafos del mismo que ponen de manifiesto, de forma explícita, a qué me estoy refiriendo:

página 2: “dos fueron los desequilibrios más profundos que se produjeron en España durante la fase de expansión:  la explosión del endeudamiento y la pérdida de competitividad. En efecto, desde 1996 el crédito empezó a crecer por encima del PIB y así lo hizo sistemáticamente hasta 2006, cuando alcanzó sus tasas máximas de crecimiento anual: por encima del 25% en total del crédito y de más del 40% en la promoción inmobiliaria”. El doctor diagnostica bien aunque tampoco había que ser un lince para saber que nuestros bancos se habían sentado sobre una bomba de relojería. No es que la conciencia de tal realidad le impeliera a actuar. Seguía instalado en la complacencia de su provisionamiento anticíclico, paradigma de su buen hacer alabado internacionalmente. La concentración de riesgo promotor en el balance de la banca hubiera alertado a cualquiera con dos dedos de frente. A cualquiera menos al Gobernador del Banco de España.

página 3: “como es sabido, en el caso de España el efecto directo de la crisis financiera internacional –la súbita aparición de activos tóxicos en los balances bancarios- fue mínimo, gracias a la solidez de nuestra regulación y supervisión y al modelo de negocio de nuestras entidades. Pero sus efectos indirectos, como la caída del producto y el cierre de la financiación bancaria, afectaron seriamente a nuestro sistema”. Esta frase es, sencilla y llanamente, para enmarcar. Con este vano intento por echarse flores, pone de manifiesto su completa incompetencia. Martinsa-Fadesa había caído en el verano de 2008 pero, ¿saben qué?, los balances de nuestros bancos y cajas marcaban cero en los medidores de toxicidad. Y ¿saben qué más? Que no es esto lo que al final afecta al sistema sino el cierre de los mercados que impiden que la rueda siga girando. Así, como lo leen, con un par. Im-presionante.

y, el remate, en la página 6, excusatio non petita, accusatio manifiesta al por qué no se abordaron antes las reformas: “Estas preguntas llevan solo a la melancolía (¡toma ya!) y, además, está probado que no solo en España sino en casi todo el mundo sucede que las grandes reformas se hacen en los peores momentos (¡toma, toma, toma ya!). Lo que debería animarnos en que más vale tarde que nunca y lo que importa es que en 2009 (¡cuando su diagnóstico venía de 2006!) se inició un proceso de reestructuración bancaria que queda ya poco para completarlo (el factor t de tiempo que todo lo cura)”. En fin, después de esto, y de la mierda que echa encima del resto de los actores implicados en la Reforma Financiera en párrafos anteriores del mismo texto, comprenderán que sobra cualquier comentario adicional. Se califica solo.

¿Qué me dicen?. Despierten de su estupefacción. Estamos hablando de un político que nunca terminó de quitarse la gorra de Secretario de Estado de Hacienda y Presupuestos que ejerció antes de aterrizar en el BdE. No en vano se pasó meses hablando de las reformas que España necesitaba mientras el chiringuito bancario se hundía ante su fatal indiferencia. Es normal que le resulte imposible quebrar, en los estertores de su mandato, tan perversa inercia de confusión de roles. Oír de sus labios “pensar que ya hemos hecho lo que hay que hacer y que nadie puede darnos lecciones es el mayor enemigo de la batalla para salir de la crisis”, toda vez que la dejación de funciones y la actitud soberbia han presidido su actuación no deja de ser,  cuando menos, paradójico.

Su recuerdo va a ser terrible. Y si se limitara a una evocación onírica aún sería soportable. Pero qué va. La huella de su legado en forma de calamidades en todos los ámbitos de la sociedad va a permanecer entre nosotros aún durante mucho, demasiado tiempo. Es directamente responsable con su complacencia de la quiebra del sistema al tolerar una intolerable expansión crediticia cuya peor cara se vive ahora en forma de quiebras y desahucios y una concentración de riesgo -directa en suelo y residencial e indirecta en promotoras participadas por las entidades- que muestra ahora su peor cara y nos mantiene en el ojo europeo del huracán. El modelo está quebrado, el dinero no circula y, además, consume recursos públicos que se distraen de la economía real. Tiene muchos motivos para callar. Cada palabra que brota de su boca en un insulto más a la inteligencia de quienes le escuchan. Chitón.

Buen fin de semana a todos.

Alguien debiera decirle a Miguel Angel Fernández Ordoñez que lo mejor que puede hacer para acabar de forma discreta su desastroso mandato al frente del Banco de España es prodigarse lo menos posible y no abrir la boca más de lo necesario. El ego descomunal y la impertérrita desfachatez del personaje convierten la tarea en titánica pero, escúchenme bien queridos asesores de comunicación, de ello depende que salga por la puerta de atrás de la institución que dirige -con poca pena y menos gloria- o lo haga entre el legítimo estruendo de aquellos que se han visto agraviados por su negligente actuación que así, por acotar, son básicamente todos los españoles.

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