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Dios mío, ¡el enloquecido Krugman ataca de nuevo!
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Alberto Artero

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Dios mío, ¡el enloquecido Krugman ataca de nuevo!

Les voy a decir una cosa: que Krugman prediga ruptura del euro no es ninguna novedad. Lleva meses haciéndolo. Hace exactamente seis publicamos en este mismo

Les voy a decir una cosa: que Krugman prediga ruptura del euro no es ninguna novedad. Lleva meses haciéndolo. Hace exactamente seis publicamos en este mismo blog una columna titulada: “‘España, en situación tercermundista’, firmado Paul Krugman” en la que nos hacíamos eco de esta tesis. Entonces Europa estaba en situación crítica, quizá por eso se prestó mayor atención a sus palabras. Ahora que vuelven a pintar bastos, de nuevo se detiene en él el foco de atención. ‘Es palabra de Krugman’, dice el oficiante. ‘Gloria a ti Señor Gurú’, contesta subyugado el pueblo fiel, sugestionado por el alarmismo de los medios de comunicación. Poco importa que su discurso consista en un Tratado sobre la Integración Fiscal o en una cagarruta como el comentario de ayer en su espacio en el NYT. Su simple mención conmueve. ‘Lo ha dicho Paul’, tal es la familiaridad con la que le tratan ya algunos.

Hace tiempo que desmontamos al Nobel. De hecho, el tres de noviembre de 2010 publicamos una pieza llamada Y el ignorado Krugman enloqueció…”, en cuyos tres primeros párrafos afirmábamos lo siguiente:

“Paul Krugman cuenta en su currículum con el Premio Nobel de Economía. Conquistó tal galardón en 2008 por sus trabajos sobre globalización y libre comercio, según declarara entonces la Real Academia Sueca. Esa es, de hecho, su especialidad y no otra. Un pequeño matiz que debería servir para poner en contexto sus opiniones. Es distinto el valor de sus comentarios cuando habla de Guerras de Divisas o de las Relaciones de Intercambio con China que al hacerlo sobre qué deben hacer gobiernos o bancos centrales para auspiciar la salida de la crisis. Es importante esta salvedad ya que estamos llegando a un punto en el que es escuchar la Palabra de Krugman y dan ganas de santiguarse, como si de un oráculo infalible se tratara. No es así.

El autor viene insistiendo desde hace meses en el mantenimiento de políticas monetarias y fiscales expansivas como remedio universal a los problemas que afectan a las economías desarrolladas. Poco importa que hasta ahora haya sido un fiasco el mayor estímulo simultáneo de tipos de interés y gasto público que la historia contemporánea haya conocido, conjunción planetaria de escaso resultado práctico: el dinero no circula y sigue sin crearse empleo. Ha hecho suyo el keynesianismo más tergiversado, de la famosa frase “a largo plazo, todos muertos”, para justificar la acción hoy sin importar sus consecuencias mañana, hasta el más Estado en lugar de mejor Estado, sin formular distinción alguna entre las ayudas a la producción y las de carácter asistencial. Cuestión de detalles.

A aquellos que advierten, a nivel presupuestario, de la necesidad de controlar los niveles de endeudamiento no duda en llamarles despectivamente “moralizantes”. En su libro de recetas, incluye un apartado dedicado a una potencial condonación/restructuración de la deuda privada como mecanismo de salida a la actual coyuntura de exceso de endeudamiento. Una defensa del riesgo moral y de la intervención administrativa que convierte el nombre de su columna, “La Conciencia de un Liberal”, en una de las paradojas más curiosas del mundo bloguero actual. No hay que olvidar que el libro que da nombre a su columna, publicado 2007, es una “defensa del liberalismo y una llamada a todos los ciudadanos de Estados Unidos a recuperar el control de su destino económico”. Glaps, menudo timing y menuda coherencia ideológica.”

Firme opositor a las políticas europeas de austeridad -no sin cierta razón en el análisis de sus consecuencias, que no en las recetas alternativas que propone-, su carácter se ha ido agriando con la evolución de la crisis europea hasta el punto de que parece haber renunciado a lo racional y entrado en el campo de lo visceral. Da la impresión de que ha vuelto a enloquecer fruto de una frustración que se debe, entre otras cosas, a sus repetidos intentos de extrapolar medidas válidas a un Estados Unidos con Tesoro único, transferencia fiscal entre estados, mandato dual del Banco Central (inflación y crecimiento), política monetaria homogénea, tipo de cambio propio y moneda refugio a esa amalgama de intereses que es la ‘Europa Unida’ donde la diversidad de costes de financiación pone de manifiesto, a día de hoy, que la ruptura conceptual del euro es ya un hecho y que solo avanzando hacia un modelo definitivo de integración como el estadounidense se puede vencer esa triste realidad.

De hecho, de todo lo afirmado por él antes de ayer, solo hay un punto en el que cabe estar de acuerdo: la moneda única ha muerto, está muy lejos de los fines para los que fue concebida. Ha dejado de ser fungible. Por tanto, su amenaza es vana, querido ‘amigo’. Ya lo sabemos. Ahora le tiene que entrar en la mollera en que todo el sueño comunitario pasa por ella y que la fuerza del empeño en conservarla nace, precisamente, de la urgencia de conservar esa piedra angular. Su desaparición supondría el desmembramiento comunitario, quizá la última oportunidad de sumar como región. Se antoja imposible. El desastre sería no solo financiero sino 'espiritual'.

Siguiendo con su texto, cabe incluso admitir que la salida del espacio común de Grecia es una posibilidad más que cierta, tal y como nos recordaba ayer Wolfang Münchau en FT, Default Now or Default Later? Personalmente me importa menos el coste de este desenlace final cuando el ahorro en dinero y deterioro de la Eurozona que hubiera supuesto dejarla caer a las primeras de cambio. Un ejercicio que sería extraordinariamente revelador. Seguro. A andar se aprende andando y es evidente que, en un mundo en el que los 'tail events', sucesos posibles pero poco probables, se ha puesto de manifiesto la irrealidad casuística sobre la que se cimentó la Eurozona en caso de que vinieran mal dadas. Es en los momentos críticos cuando se impone la necesidad de ceder para corregir errores. La debacle helena propicia una buena ocasión para ello.

Pero, a partir de ahí, lo demás es un disparate tanto en el fondo –si los ejes sobre los que se construyó la Unión es la libertad de circulación de personas y capitales, no cabe un corralito a la argentina- como en la forma –el 99% del depositante medio español jamás, y digo jamás, va a tener en la cabeza mandar su dinero a Alemania; y menos aún fuera del ámbito del euro-. Unos escenarios, por cierto, contemplados y amplificados también por los ultraliberales que tanto criticas, Paul; vaya por Dios. Por lo demás, la ayuda del BCE a la banca europea que anticipas ya está sobre la mesa -¿te parece poco una inyección de un billón de euros, el PIB español?- y la alternativa que propones de una acción directa o indirecta de Alemania, está pergeñada a través de los distintos fondos de rescate con la colaboración del FMI y del propio Draghi. ¿Entonces?

Krugman sigue enloquecido. Ya lo decía Tagore: "calla si lo que tienes que decir no es más importante que el silencio". Algunos, aunque puedan, no quieren. Cuidado con los Idus de Marzo...

Les voy a decir una cosa: que Krugman prediga ruptura del euro no es ninguna novedad. Lleva meses haciéndolo. Hace exactamente seis publicamos en este mismo blog una columna titulada: “‘España, en situación tercermundista’, firmado Paul Krugman” en la que nos hacíamos eco de esta tesis. Entonces Europa estaba en situación crítica, quizá por eso se prestó mayor atención a sus palabras. Ahora que vuelven a pintar bastos, de nuevo se detiene en él el foco de atención. ‘Es palabra de Krugman’, dice el oficiante. ‘Gloria a ti Señor Gurú’, contesta subyugado el pueblo fiel, sugestionado por el alarmismo de los medios de comunicación. Poco importa que su discurso consista en un Tratado sobre la Integración Fiscal o en una cagarruta como el comentario de ayer en su espacio en el NYT. Su simple mención conmueve. ‘Lo ha dicho Paul’, tal es la familiaridad con la que le tratan ya algunos.