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Del Libor al petróleo, manipula precios que la banca gana
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Alberto Artero

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Del Libor al petróleo, manipula precios que la banca gana

El escándalo del Libor, que de forma tan certera explicara Kike Vázquez en Cotizalia, va ganando dimensión horizontal y vertical conforme pasan los días. En efecto,

El escándalo del Libor, que de forma tan certera explicara Kike Vázquez en Cotizalia, va ganando dimensión horizontal y vertical conforme pasan los días. En efecto, la responsabilidad parece no circunscribirse únicamente a las entidades privadas sino que ha alcanzado de lleno a las autoridades públicas. El paso del tiempo ha acreditado su conocimiento del problema y su poca voluntad de solucionarlo en tiempo y forma. De esos indolentes barros vienen tan mediáticos lodos. 

Por otra parte, y como era previsible, en el país de los pleitos, la demanda es el rey. Comienzan los movimientos en Estados Unidos para exigir responsabilidades penales a los bancos involucrados en la fijación incorrecta de la referencia interbancaria. Reclamaciones de miles de millones de dólares se encuentran a la vuelta de la esquina. El sector había escondido tantos enanos que, incapaces de soportar el hacinamiento, han decidido salir de golpe montando un circo que promete nuevas y suculentas funciones. Días de gloria periodística.

En la última ha aparecido como estrella invitada el petróleo. De acuerdo con la información dada a conocer el lunes por The Daily Telegraph, políticos y asociaciones ecologistas han urgido al gobierno de Reino Unido a que la investigación sobre el Libor -que ya ha costado la cabeza a los principales ejecutivos de Barclays- se extienda a la negociación del crudo. ¿Razón? La sospecha, manifestada por instituciones tan dispares como el G-20 o la US Commodities Futures Commission, de que se haya producido también manipulación en el mercadeo de esta materia prima. 

Una vez que se ha quebrado el principio de transparencia y buena fe que determina la validez de la información operativa suministrada por aquellos que fijan de forma explícita los niveles de intercambio, sea del dinero o de cualquier otro bien susceptible de transacción –transparencia y buena fe a estas alturas de la película, My Godness-, la extensión de la duda a otros activos o mercados es inevitable. Más aún en este caso concreto donde la propia ‘patronal de los supervisores’, el IOSCO, ha reconocido abiertamente la posibilidad de que se esté alterando irregularmente el valor del oro negro.

La frase más demoledora en relación con este particular la ha pronunciado Paul Tucker, subgobernador del Banco de Inglaterra también cuestionado por sus injerencias, al afirmar que el abuso del Libor puede ser solo parte del suministro deshonesto de información financiera sustancial por parte de los bancos. Una aseveración que, sin duda, abre la caja de los truenos para que se cuestionen todas y cada una de sus actividades de trading, tanto por cuenta propia como de terceros. Dados los incentivos existentes para que así sea y la cantidad de intereses creados, aún en este punto de la crisis mundial, lo sorprendente sería que no hubiera sido así. 

Dicho esto, demostrar este tipo de acciones no es tan fácil y la ley exige que la carga de la prueba la soporte la acusación. Desgraciadamente lo éticamente reprobable no siempre es legalmente punible. En la medida en que las instituciones hayan actuado dentro de los parámetros de la norma, poco hay que rascar, nos guste o no. Sin embargo, a nadie se escapa que esta triste paradoja -legalidad perjudicial- se incardina con el propio origen de la crisis actual donde ha primado el interés particular sobre el escrúpulo general.

Lo verdaderamente relevante es cómo unos cuántos, los de siempre, han jugado con el devenir diario de mucha gente, lo de siempre. Estamos hablando de actuaciones potencialmente irregulares sobre parámetros que afectan a millones de individuos alrededor del planeta, gente cuyos tipos hipotecarios han podido ser falsificados o sus depósitos de combustibles falazmente inflados. Una suerte de Gran Hermano que vela por lo suyo parece haber gobernado nuestras vidas sin que siquiera lo percibiéramos. Y no, no es la Administración por más que su cooperación por omisión haya sido más que determinante. 

Esa es la tragedia actual: que nada es verdad, ni es mentira sino que sigue siendo del color del cristal con el que una oligarquía conchabada y ruin lo mira. De confirmarse la extensión del problema al petróleo, algo que no creen justificado las agencias que intervienen en la formación de su precio, el tema no debería caer en saco roto. Es hora de sacar a airear la poca dignidad colectiva que nos queda. O las estructuras revientan o seremos nosotros los que acabemos reventados por ellas. Y si me dan a elegir, qué quieren que les diga, me quedo con lo primero. Amén.

El escándalo del Libor, que de forma tan certera explicara Kike Vázquez en Cotizalia, va ganando dimensión horizontal y vertical conforme pasan los días. En efecto, la responsabilidad parece no circunscribirse únicamente a las entidades privadas sino que ha alcanzado de lleno a las autoridades públicas. El paso del tiempo ha acreditado su conocimiento del problema y su poca voluntad de solucionarlo en tiempo y forma. De esos indolentes barros vienen tan mediáticos lodos. 

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