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2013, salvo milagro, como 2012 o peor
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Alberto Artero

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2013, salvo milagro, como 2012 o peor

Resulta aterrador comprobar cómo el inicio de 2013 trae una enumeración de problemas bastante similar a los del comienzo de 2012, en la mayoría de los

Resulta aterrador comprobar cómo el inicio de 2013 trae una enumeración de problemas bastante similar a los del comienzo de 2012, en la mayoría de los casos agravados por el paso improductivo del tiempo. Basta hacer un recorrido por los predios internacionales para comprobar que así es: Estados Unidos se enfrenta tanto al fiscal cliff -realidad insoslayable antes o después, tal como ha anunciado la propia Oficina Presupuestaria USA tras el acuerdo de Año Nuevo- como al techo de deuda con sus Cámaras y el principal partido de la oposición divididos; en la eurozona el problema de integridad ha saltado de Grecia y el resto de los denostados PIGS a un Reino Unido que amenaza portazo al ver amenazado su feudo financiero y a una Francia cuyos desequilibrios macroeconómicos convierten los españoles en un juego de niños; el nuevo Gobierno japonés ha sido el último en entrar de lleno en la batalla por devaluar su divisa, por más que sea ya palmario que el repago de su deuda no solo es improbable, sino imposible; los BRIC sufren hasta el punto de dar su relevo a los llamados mercados frontera y, entre ellos, China se salva del cacareado hard landing solo a base de seguir invirtiendo en infraestructuras hacia ninguna parte en términos de racionalidad económica o uso potencial (interesante como siempre Michael Pettis sobre este particular, vía Zero Hedge).

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No solo eso. 2012 ha sido el año en el que se ha vuelto a constatar la discrepancia cada vez mayor entre los gobiernos nominales y los reales, entre las instituciones formales y aquellas que con sus decisiones rigen verdaderamente el mundo. Algunos pensarán que apuntamos a los Bildenberg y compañía, pero es todo mucho más evidente. Basta con mirar a la reunión anual de Jackson Hole, en la que queda reservado el derecho de admisión y en la cual los banqueros centrales de los cinco continentes deciden, pulgar arriba, pulgar abajo, si esta es una fiesta que merece la pena continuar o no. Sin el papel cada vez más activo de estos organismos, el caos estaría reinando en las finanzas internacionales, y por ende en la economía real, desde hace ya muchos meses. Poco importa que la utilidad marginal de sus nuevas inyecciones monetarias, en términos de aportaciones al PIB de los países auxiliados, sea cada vez menor. Más madera hasta que reviente la caldera. Pronto, como nos descuidemos, los salvavidas serán más grandes que el barco que están llamados a auxiliar, que sigue medio hundido bajo el peso de la falta de desapalancamiento. ¿Y entonces?

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España no es la excepción. Muchos se empeñan de forma voluntarista en ver brotes verdes refrendados por la estadística. Buenas noticias que no dejan de esconder una severa deflación interna y una cierta cooperación exterior en términos de demanda. Nos podríamos unir al club de los que afirman misericordiosamente que estamos en el buen camino si no fuera porque el diagnóstico que hemos realizado al inicio de este post para el conjunto de la economía mundial resulta de igual aplicación en nuestro país. Esa sensación gatopardesca de que pasan muchas cosas pero que, en el fondo, seguimos como estábamos: no se atisba en el horizonte inmediato sostenibilidad de las cuentas públicas, ingresos menguantes y nueva acumulación de facturas en el cajón; ni creación de empleo, vistas las proyecciones que hablan de, al menos, un par de puntos adicionales de des-empleo en 2013, que no al revés; ni circulación de crédito en la medida en que continúe la presión sobre el balance y la cuenta de resultados de la banca, círculo vicioso de morosidad y recursos propios; ni estabilidad en el precio de la vivienda, principal depósito de valor de los españoles, ante el desequilibrio aún existente entre oferta e interés comprador. Solo el factor t de tiempo permite albergar alguna esperanza. El ‘ya queda menos’ frente al ‘podemos’.

Desgraciadamente.

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Será recordado el ejercicio pasado como el de la decepción. Muchos habían -habíamos- renunciado a la queja en los últimos meses del zapaterismo en la esperanzada creencia de que lo nuevo iba a ser mejor. Por el contrario, en muchas ocasiones durante el primer año de mandato de Rajoy se ha instalado entre votantes de uno u otro signo, y especialmente entre los del PP, la sorpresa ante la manifiesta ausencia de un plan integral e integrador que permitiera a los agentes económicos saber en qué escenario habrían de manejarse. Cualquier atisbo de estabilidad ha sido sistemáticamente reventado a base de reales decretos que no han hecho sino deteriorar la capacidad financiera real de buena parte de los españoles, más impuestos y menores prestaciones, afectando a ese 58% del PIB nacional que es el consumo. Si en 2012 la amenaza del rescate ha acechado a España, fruto tanto de la herencia recibida como de la torpeza decisoria y comunicativa del nuevo Ejecutivo, ahora es a sus ciudadanos a los que hay que rescatar antes de que sea demasiado tarde. Las subidas en el coste de los suministros con las que arranca 2013, que no olvidemos afecta de manera más grave a las rentas más bajas, unido al carácter confiscatorio de muchas medidas tributarias amenazan con convertir la mayor conquista de nuestra nación en el tardofranquismo y la transición, la creación de una abundante y diversificada clase media, en una añoranza.

Hay voluntad, pero da la sensación de que falta orientación y determinación para pasar a la Historia. Me contaba un colaborador de estas líneas, recientemente reunido con dos de los peces gordos tanto del partido como del Gobierno popular, que prima en este último una sensación de impotencia, de no poder hacer mucho más, al ser inquiridos como fueron sobre la urgencia de una reforma de una Administración insostenible y un Estado del bienestar inviable. Más bien al contrario, prima en una mayoría sustancial de la población la sensación opuesta: que se podría hacer mucho más y que, si no se hace, es por un temor pueril a la pérdida del voto o por un deseo manifiesto de mantener ese statu quo que beneficia a las que César Molinas bautizó como clases extractivas frente al resto. En un año -este 2013- en el que los problemas internacionales persisten, si cabe, agravados y en el que el coste de oportunidad de invertir en nuestro país frente a otros va a ser aún más manifiesto, tenemos que sacarnos solos las castañas del fuego. Recuerden, por si acaso, las elecciones alemanas de septiembre. Es difícil que se nos ocurra mejor iniciativa para alinear gobernante y gobernando, pueblo y representantes que acometer de una vez por todas los ajustes de estructura que conviertan nuestro país en sostenible sin que el peso del sacrificio recaiga únicamente en quien se empieza a cansar de dar y no recibir a cambio. Estadismo frente a escapismo es la tarea pendiente. A ver si se ejecuta.

Feliz 2013 a todos.

Resulta aterrador comprobar cómo el inicio de 2013 trae una enumeración de problemas bastante similar a los del comienzo de 2012, en la mayoría de los casos agravados por el paso improductivo del tiempo. Basta hacer un recorrido por los predios internacionales para comprobar que así es: Estados Unidos se enfrenta tanto al fiscal cliff -realidad insoslayable antes o después, tal como ha anunciado la propia Oficina Presupuestaria USA tras el acuerdo de Año Nuevo- como al techo de deuda con sus Cámaras y el principal partido de la oposición divididos; en la eurozona el problema de integridad ha saltado de Grecia y el resto de los denostados PIGS a un Reino Unido que amenaza portazo al ver amenazado su feudo financiero y a una Francia cuyos desequilibrios macroeconómicos convierten los españoles en un juego de niños; el nuevo Gobierno japonés ha sido el último en entrar de lleno en la batalla por devaluar su divisa, por más que sea ya palmario que el repago de su deuda no solo es improbable, sino imposible; los BRIC sufren hasta el punto de dar su relevo a los llamados mercados frontera y, entre ellos, China se salva del cacareado hard landing solo a base de seguir invirtiendo en infraestructuras hacia ninguna parte en términos de racionalidad económica o uso potencial (interesante como siempre Michael Pettis sobre este particular, vía Zero Hedge).