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Triste España: un país de sospechosos, unas instituciones de pacotilla
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Alberto Artero

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Triste España: un país de sospechosos, unas instituciones de pacotilla

No se pueden aceptar como normales los agujeros del sistema, por mor de los cuales se producen filtraciones de quienes deberían poner el mayor de los celos en la privacidad de sus actuaciones

Foto: Acto solemne de izado de la bandera nacional presidido por los presidentes del Congreso y del Senado, en Madrid. (EFE/Juanjo Martín)
Acto solemne de izado de la bandera nacional presidido por los presidentes del Congreso y del Senado, en Madrid. (EFE/Juanjo Martín)

España es un país en la picota. No hay día en el que no nos desayunemos con un escándalo nuevo relativo apersonajesrelevantes de la vida pública nacional. Se está empezando a convertir en peligrosa costumbre, tanto más en la medida en que incide en la negativa percepción de las instituciones por parte de los ciudadanos y, por ende, en suacelerado proceso de desapego respecto a las mismas. Italianización de la política con relevantes efectossobre la gobernabilidad del país y sobre la capacidad futura de encontrar consensos que permitan corregir los defectos de fábrica que tiene nuestra democracia. La mayoría absoluta de Rajoy puede pasar a la historia como la gran oportunidad perdida para reconducir el modelo de la Transición.

Sin embargo, sería bueno que reflexionáramos como sociedad sobrelo que está sucediendo, toda vez que en la aparición y tratamiento de los sucesivos casos se está aceptando lo que no deja de ser una doble perversión.

En primer lugar, dar por válido que se puede vivir sin seguridad jurídica entendida no tanto como estabilidad normativa cuantocomo la necesidad de que investigaciones, instrucciones, inspecciones o revisiones se mantengan en privado hasta que no emanen de ellas conclusiones que pongan de manifiesto irregularidades de consecuencias civiles, penales o administrativas para los investigados, inspeccionados o revisados. No se pueden aceptar como normales los agujeros del sistema, por mor de los cuales los medios reciben de manera sistemática filtraciones de quienes deberían poner el mayor de los celos en la privacidad de sus actuaciones.

Lo que en su día ocurría de manera generalizada en alguno de los juzgados de la Audiencia Nacional –y que curiosamente desapareció tan pronto salieron de los mismos sus jueces estrella, qué casualidad–se ha extendido a casi todos los organismos encargados de analizar, estudiar, contrastar datos y documentos a fin de identificar si hay visos de delito en determinados comportamientos financieros o fiscales. No deja de ser una tragedia enun estado que pretende ser desarrollado y de derecho tolerar que se lleveal ‘patíbulo’ de la condena social a quien, simplemente, está siendo objeto de estudio y puede quedar finalmente absuelto sin llegar a recibir imputación alguna.

Ocurre además –y entramos de este modo en la segunda de las reflexiones–que una vez que existen ya unas sospechas preliminares y se procede a abrir las correspondientes causas judiciales, el mero hecho de figurar en ellas convierte automáticamente al probable en cierto, al potencial delincuente en reo culpable a ojos de la opinión pública con enormes consecuencias para la reputación de aquellos que, afectados directamente por tales acusaciones, acaban demostrando con el tiempo lo infundado de las mismas.

Un tema crítico en el que los mass media debemos, sin duda, asumir nuestra parte de culpa: pecamos, en demasiadas ocasiones, por exceso de sensacionalismo y por defecto de conocimiento técnico. Sobre todo cuando la irrupción de internet ha convertido errores que antes morían con el tiempo en referencias permanentes cada vez que se busca información en la red sobre un caso concreto o un personaje determinado. En la medida en que lo publicado es, como regla general, ‘eterno’, prescindir de juicios precipitados de valor o de condenas anticipadas injustificadas se hace aún más relevante.

Actuar sobre lo segundo se antoja más complicado, si bien es evidente que entre unas cosas y otras España se está convirtiendo en una nación de ciudadanos bajo sospecha. Es imperativo hacerlo sobre lo primerosi no queremos un deterioro adicional de unas instituciones que, en cierto modo, ya son de pacotilla. Construidas sobre los frágiles cimientos de un consenso trasnochado, encierran entre las paredes desu pomposidad semántica –pura fachada–intereses políticos y corruptelas serviles que poco bien hacen al conjunto de la sociedad... y a ellas mismas.

Podríamos terminar esta entrada pidiendo su erradicación, la purificación de sus intenciones y la ortodoxia ensus actuaciones,pero, a estas alturas de la película, creer en la actuación milagrosa de nuestra clase dirigente se antoja complicado, ¿verdad?

Buena y corta semana a todos.

España es un país en la picota. No hay día en el que no nos desayunemos con un escándalo nuevo relativo apersonajesrelevantes de la vida pública nacional. Se está empezando a convertir en peligrosa costumbre, tanto más en la medida en que incide en la negativa percepción de las instituciones por parte de los ciudadanos y, por ende, en suacelerado proceso de desapego respecto a las mismas. Italianización de la política con relevantes efectossobre la gobernabilidad del país y sobre la capacidad futura de encontrar consensos que permitan corregir los defectos de fábrica que tiene nuestra democracia. La mayoría absoluta de Rajoy puede pasar a la historia como la gran oportunidad perdida para reconducir el modelo de la Transición.

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