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A Río le crecen los enanos: ¿unas Olimpiadas sin fijo ni móvil?
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Alberto Artero

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A Río le crecen los enanos: ¿unas Olimpiadas sin fijo ni móvil?

Oi no es sino síntoma de la degradación de quien ha sido durante años la gran esperanza emergente y que sigue manteniendo intacta buena parte de su potencial: Brasil

Foto: Río de Janeiro (Reuters)
Río de Janeiro (Reuters)

Ante la imposibilidad de hacer frente a unos vencimientos de renta fija el próximo mes de julio, ha presentado concurso de acreedores Oi, la cuarta operadora de telefonía de Brasil. No se trata de una suspensión de pagos cualquiera. La compañía gestiona el sistema de telecomunicaciones de Río de Janeiro, donde el próximo 5 de agosto arrancarán los Juegos Olímpicos. Parece inevitable la intervención de las autoridades públicas para evitar que se sume un caos mayor al que ya está presidiendo la gestión local del evento. Estamos ante una manifestación más de ese modo de hacer las cosas que ha llevado al país suramericano a la precaria situación política, económica e incluso social en que se encuentra.

El proteccionismo, el intervencionismo, la corrupción están instalados en todas las capas de la Administración y dificultan no sólo el correcto funcionamiento de sus distintos estamentos sino también la actividad privada. No en vano, errores clamorosos de gestión aparte sobre los que volveremos más adelante, Oi se ha visto severamente castigada por las contraprestaciones abusivas exigidas por los distintos gobiernos al hacerla concesionaria de regiones escasamente habitadas. Al contrario de lo que sucede con competidores como Telefónica, sujetos a obligaciones similares, Oi no cuenta con recursos suficientes de otros negocios como para compensar la ruina tanto de inversiones como de ingresos o penalizaciones derivada de tales servicios.

Fruto de esa realidad ha sido un beneficio operativo menguante, una generación de caja en declive y una deuda y unos costes asociados a la misma que se han disparado en los últimos años al calor del deterioro de la percepción de Brasil por parte de los inversores y de la devaluación del real (el 75% es en moneda extranjera). Sirva como muestra un botón: los costes financieros son el doble del resultado de explotación de la empresa. Por si fuera poco, los intentos por reestructurar el excesivo apalancamiento (17.000 millones de euros le contemplan, 50% con vencimiento entre este año y el que viene) o por buscar un socio que pudiera inyectar el capital necesario para reordenar el balance se han encontrado no sólo con los dos obstáculos principales a los que ya hemos hecho referencia: inviabilidad operativa y financiera, sino también con el nacionalismo militante de los defensores de la identidad brasileña de la firma que se han dedicado a poner palos en las ruedas del potencial interés ajeno. Para esto ha quedado el ‘campeón nacional’ impulsado por Lula da Silva.

Se cierra así el círculo vicioso.

Habrá, seguro, una solución de emergencia tanto de corto plazo –inyección de los fondos necesarios para poder salvar por la campana el compromiso olímpico, mantenimiento de la licencia incluido- como de medio y largo recorrido, conversión de bonos o créditos bancarios en acciones con severa dilución para los accionistas actuales y segura oposición de los tenedores de la deuda, la mayoría extranjeros. Credit Suisse calcula que hará falta un 'debt for equity' del 65% para que el flujo de caja cambie a signo positivo en 2017. Eso, por la parte del balance. Y, por la del negocio, o bien una relajación de las servidumbres y multas actuales que permita recuperar el sentido económico a su actividad, o una segregación en partes, que llevaría implícita la nacionalización de los servicios rurales, o una fusión con un tercero mediante subasta ordenada que permita la entrada de un actor ajeno a ese mercado o su unión, más difícil por temas de competencia, con uno de los actuales –se ha hablado mucho de Tim-.

Oi no es sino síntoma de la degradación de quien ha sido durante años la gran esperanza emergente y que, en contra de lo que pudiera parecer, sigue manteniendo intacta buena parte de su potencial. Solo falta que los políticos de Brasil se dediquen en lugar de restar, a sumar tan solo un poquito, poniendo por una vez a la nación por encima de su propio provecho y de sus cuentas en Miami.

Es el futuro de ese país el que está en juego.

Y de qué manera.

Ante la imposibilidad de hacer frente a unos vencimientos de renta fija el próximo mes de julio, ha presentado concurso de acreedores Oi, la cuarta operadora de telefonía de Brasil. No se trata de una suspensión de pagos cualquiera. La compañía gestiona el sistema de telecomunicaciones de Río de Janeiro, donde el próximo 5 de agosto arrancarán los Juegos Olímpicos. Parece inevitable la intervención de las autoridades públicas para evitar que se sume un caos mayor al que ya está presidiendo la gestión local del evento. Estamos ante una manifestación más de ese modo de hacer las cosas que ha llevado al país suramericano a la precaria situación política, económica e incluso social en que se encuentra.

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