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Trump ante lo inconcebible: perder Utah para los republicanos
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Juan María Hernández Puértolas

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Trump ante lo inconcebible: perder Utah para los republicanos

En 7 de las 10 últimas elecciones, Utah ha sido el estado más republicano de todo el país. Pero la presencia de un candidato rival con raíces locales y los excesos del magnate hacen peligrar la tradición

Foto: Mormones observan el Valle de Salt Lake, Utah, durante una ceremonia de repudio a su iglesia por aceptar el matrimonio homosexual, en junio de 2012 (Reuters)
Mormones observan el Valle de Salt Lake, Utah, durante una ceremonia de repudio a su iglesia por aceptar el matrimonio homosexual, en junio de 2012 (Reuters)

La biografía de Evan McMullin se lee como la del 'All American Heroe', el auténtico héroe americano. Efectivamente, es muy difícil acercarse tanto a la excelencia en el terreno académico, en el del servicio a la sociedad y en el profesional con apenas 40 años. McMullin nació en Provo, Utah, en 1976 e hizo sus estudios preuniversitarios en la Auburn High School, en el cercano estado de Washington. Volvió a su ciudad de nacimiento para licenciarse en Derecho Internacional y Diplomacia en la Brigham Young University y cursó un Master in Business Administration (MBA) al otro lado del país, en la prestigiosa Wharton School de la Universidad de Pennsylvania.

Tras acabar sus estudios y sorteando las llamadas de varias compañías de cazatalentos, se fue de misionero a Brasil y trabajó posteriormente como voluntario en Ammán, Jordania, para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

El 11 de septiembre de 2001, el día de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, sorprendió al joven McMullin en Langley, Virginia, sede central de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), donde cursaba un programa de adiestramiento. Completó el programa y solicitó servir a la agencia en algunos de los lugares más peligrosos del mundo, como el Oriente Medio, el norte de África y el sur de Asia, en misiones de inteligencia y de contraterrorismo.

Permaneció diez años en la CIA y el 2011 dio un giro radical a su trayectoria profesional, fichando para la división de banca de inversión de Goldman Sachs en el área de la bahía de San Francisco, donde trabajó con compañías de diversos sectores como el de la energía, nuevas tecnologías, biotecnología, bienes de consumo e inmobiliario, en los departamentos de captación de capital y fusiones y adquisiciones (M&A). Dos años más tarde se incorporó al Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes como asesor, de donde pasó a jefe de políticas de la Conferencia Republicana en la Cámara de Representantes, una especie de 'think tank' de esa cámara legislativa.

Así que, con dos bemoles, poco después de las convenciones de los dos grandes partidos, Evan Mc Mullin anunció su candidatura independiente a la presidencia de los Estados Unidos durante el pasado mes de agosto, afirmando que “En un año en el que los americanos han perdido la fe en los candidatos de los dos grandes partidos, ha llegado la hora de que un nuevo liderazgo dé un paso adelante. Nunca es demasiado tarde para hacer lo correcto y América merece algo mucho mejor que lo que Donald Trump o Hillary Clinton pueden ofrecernos. Humildemente me ofrezco como un líder que puede dar a millones de americanos desafectos una mejor opción a la presidencia”.

Confieso que no había oído en mi vida el nombre del tal McMullin hasta que el viernes de la semana pasada, leí en el Washington Post, para mi sorpresa e incredulidad, que Donald Trump podría no ganar en Utah. Esto sería una sorpresa comparable a la de que Pablo Iglesias se impusiera en el barrio de Salamanca o las CUP en Pedralbes. En la terminología cromática de la política estadounidense, Utah ha sido el estado más púrpura (republicano) de todo el país en siete de las diez últimas elecciones presidenciales, en el que Mitt Romney se impuso al presidente Obama por casi 50 puntos de ventaja (73 a 25 por ciento) y que la última vez que votó al candidato demócrata data de 1964.

¿Cómo puede ser eso posible? Pues porque McMullin ha conseguido inscribir su nombre en la papeleta presidencial de Utah, donde las encuestas le dan un 20% de apoyo, frente al 28% de Hillary Clinton y el 34% de Donald Trump. Dicha encuesta se efectuó antes de las tristemente famosas declaraciones denigratorias para las mujeres del magnate neoyorquino, a raíz de las cuales tanto el gobernador del estado como un senador de allí que opta la reelección, ambos obviamente republicanos, retiraron el apoyo a Trump. Por tanto, no es descabellado especular con la posibilidad de que McMullin o Clinton consigan imponerse en el estado el próximo 8 de noviembre. En el primer supuesto, sería la primera vez que un candidato independiente se impone en un estado de la Unión desde 1968 y, por lo tanto, captura votos electorales, 6 en este caso. En el segundo, sería toda una ironía del destino; en las elecciones de 1992, Bill Clinton quedó en tercer lugar en Utah, por detrás del presidente Bush y del empresario Ross Perot. Fue el único estado en el que el marido de la actual candidata sufrió esa humillación, la de no quedar ni primero ni segundo.

A estas alturas todos ustedes ya habrán adivinado que McMullin es mormón, como Romney y como el 60% de la población de Utah. Ningún estado se acerca ni de lejos a ese porcentaje, el segundo es el del vecino Idaho, con el 24%. La iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días domina la vida social y las costumbres de un estado cuyos fieles colonizaron en 1847, huyendo de la intolerancia y de la violencia que encontraron en sus tierras de procedencia, mucho más al este del país. Su atormentada historia y alguna de sus prácticas hace tiempo abandonadas, como la poligamia, les confirieron una cierta reputación sectaria, que en gran medida la candidatura de Mitt Romney logró disipar hace cuatro años. Así como Kennedy consiguió en 1960 superar las reticencias históricas que suscitaba la religión católica de cara a la Casa Blanca, Romney hizo lo propio con la fe mormona. Perdió las elecciones del 2012, pero no a causa de su religión.

Probablemente debido entre otras razones a sus efectivas e incansables misiones de apostolado, es una religión en plena expansión. Según The Almanac of American Politics, había casi 3 millones de mormones en 1970, 5 millones en 1982 y 15 millones a día de hoy, una cifra que supera a la de judíos practicantes en todo el mundo. Se trata de una iglesia muy restrictiva en determinados hábitos sociales, ya que no sólo prohíbe a sus feligreses el alcohol y el tabaco, sino también el café y el té. Sólo el desarrollo turístico –tiene algunas prestigiosas estaciones de esquí e incluso albergó unos juegos olímpicos de invierno en 2002- permitió que en Utah se sirvieran libremente bebidas alcohólicas, pero no a la vista del cliente, sino detrás de la llamada “cortina de Sión” (aquí pensaríamos inmediatamente en el garrafón...)

Pero, sobre todo, impulsa el trabajo duro y las familias numerosas, de manera que el 31% de los habitantes de Utah tienen menos de 18 años, ocho puntos más que la media nacional. Presenta el mayor porcentaje del país de hogares encabezados por parejas casadas, la tasa más alta de fertilidad de población blanca no hispana, la media más joven de contrayentes matrimoniales y la menor tasa de nacimientos en el colectivo de mujeres no casadas. También es líder del país en el número de voluntarios en relación a la población y en el volumen de donaciones a causas caritativas.

Con ese sistema de valores, Utah constituye la prueba más descarnada del desgarro que ha representado Trump para un sector no desdeñable del Partido Republicano. No puede haber mayor contraste entre la biografía del deslenguado, fanfarrón y mujeriego magnate neoyorquino, que alegó pies planos para no prestar un servicio militar que le podría haber llevado a Vietnam, y la del misionero, agente de la CIA, banquero de inversiones y asesor político descrita anteriormente. No sería por tanto muy descabellado que, por primera vez en los últimos 52 años, los electores de Utah dieran la espalda al Partido Republicano.

La biografía de Evan McMullin se lee como la del 'All American Heroe', el auténtico héroe americano. Efectivamente, es muy difícil acercarse tanto a la excelencia en el terreno académico, en el del servicio a la sociedad y en el profesional con apenas 40 años. McMullin nació en Provo, Utah, en 1976 e hizo sus estudios preuniversitarios en la Auburn High School, en el cercano estado de Washington. Volvió a su ciudad de nacimiento para licenciarse en Derecho Internacional y Diplomacia en la Brigham Young University y cursó un Master in Business Administration (MBA) al otro lado del país, en la prestigiosa Wharton School de la Universidad de Pennsylvania.

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