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Un final atípico para una campaña atípica
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Juan María Hernández Puértolas

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Un final atípico para una campaña atípica

Han sido tan extraordinarias las circunstancias que han concurrido en estos comicios que vale la pena recordar todas las tradiciones que se han roto y los dogmas que debemos revisar

Foto: Votantes de Donald Trump, durante un mitin de campaña en Pensacola, Florida. (Reuters)
Votantes de Donald Trump, durante un mitin de campaña en Pensacola, Florida. (Reuters)

Si Hillary Clinton se impone finalmente en las elecciones del próximo martes, una gran mayoría de periodistas, politólogos y analistas señalarán el 7 de octubre como la fecha en la que Donald Trump acabó de cavar su propia tumba. Ese fue el día en que se dieron a conocer sus tristemente famosas declaraciones sobre las mujeres como meros objetos sexuales, ratificando explícitamente lo que todo el mundo, y especialmente ellas, ya sospechaba desde hacía mucho tiempo. Si, por el contrario, es Trump el que se alza con la victoria, ese mismo colectivo apuntará a otra fecha, el 28 de octubre, como la jornada en que la ex primera dama selló fatídicamente su destino. Y es que fue ese día cuando se hizo pública una carta del director del FBI, James Comey, informando de que se habían descubierto otros 'e-mails' de Hillary Clinton que debían investigarse.

Ambos análisis son comprensibles, pero pecan de un cierto simplismo. Y es que han sido tan extraordinarias las circunstancias que han concurrido en estos comicios que vale la pena recordar, aunque sea someramente, las numerosas tradiciones que se han roto y los dogmas que aparentemente habrá que revisar a partir de ahora.

La resistencia hacia Clinton ha crecido a medida que aumentaban sus posibilidades de ganar las elecciones, toda una paradoja

Empezando por lo más obvio, Hillary Clinton es la primera mujer que ha logrado conseguir convertirse en candidata oficial a la presidencia por uno de los dos grandes partidos que como demócratas y republicanos se enfrentan ininterrumpidamente cada cuatro años desde 1856. Obviamente, en caso de victoria, se convertiría en la primera mujer presidenta de toda la historia del país. En sus altos índices de impopularidad, solo superados por los de su rival republicano, ¿puede haber influido este hecho, el de que haya gente que no esté dispuesta a votarla simplemente por el hecho de ser mujer?

Porque es como mínimo sorprendente que la antipatía que suscita sea un fenómeno tan reciente, ya que dejó una muy buena impresión entre sus colegas durante sus ocho años en el Senado y acabó sus cuatro años al frente de la Secretaría de Estado con altos niveles de popularidad. Da la sensación, en efecto, de que la resistencia hacia su persona ha crecido a medida que aumentaban sus posibilidades de ganar las elecciones, toda una paradoja. En nada ha contribuido a su causa un secretismo rayano con la paranoia y su incapacidad retórica para exponer su programa de forma brillante e inspiradora, pero es llamativo que las encuestas la consideren menos digna de confianza que su rival, que ha mentido a sus conciudadanos de manera compulsiva desde que en junio de 2015 hizo pública su candidatura.

placeholder La candidata Hillary Clinton saluda a simpatizantes a las puertas de un colegio electoral en Lauderhill. (Reuters)
La candidata Hillary Clinton saluda a simpatizantes a las puertas de un colegio electoral en Lauderhill. (Reuters)

De ganar las elecciones, Donald Trump haría saltar por los aires el dogma de que la superioridad en la recaudación de fondos para invertir en la campaña es un factor imprescindible para alcanzar el éxito. El marasmo oscurantista que caracteriza a sus finanzas privadas, que le han llevado a negarse a publicar sus declaraciones de impuestos —todos los candidatos a la presidencia lo han venido haciendo desde 1976— hace difícil averiguar qué parte de su patrimonio ha dedicado a la campaña, pero es evidente que Hillary Clinton ha recaudado y ha gastado bastante más que él. Por otra parte, al menos dos de sus rivales en la pugna por obtener la nominación republicana —el exgobernador Jeb Bush y el senador Ted Cruz— contaban con unos mecanismos de recaudación más engrasados que los suyos. Se da la suprema ironía de que el factor que disuadió al candidato republicano de 2012, Mitt Romney, de volverlo a intentar cuatro años más tarde no fue la eventual popularidad de Trump, sino los 100 millones de dólares que había recaudado Jeb Bush a los pocos días de anunciar su candidatura.

En la sorprendente victoria de Trump en las primarias republicanas, como se ha dicho hasta la saciedad, intervinieron factores técnicos, como la notoriedad que le proporcionó su experiencia en 'shows' televisivos, el matonismo/incorrección política del que hizo gala en los debates y el tremendo error de sus rivales en no desenmascararle a tiempo, en la errónea creencia de que sería un fenómeno pasajero y de que alguno de ellos heredaría el apoyo de sus enfebrecidos seguidores.

Sin embargo, como se ha visualizado nítidamente en la campaña mano a mano frente a Hillary Clinton, el 'trumpismo' se ha nutrido de corrientes más profundas, como la desconfianza hacia el inmigrante en tiempos de crisis, las disrupciones industriales de alguna manera propiciadas por la globalización, la hostilidad hacia la economía financiera que representa Wall Street y, desde luego, la nostalgia que inspira un país muy distinto al actual. Aun a riesgo de incurrir en una demagogia similar a la practicada por Trump a lo largo de su campaña, no me resisto a citar un párrafo extraído de 'The Crusader', uno de las pocas publicaciones que han expresado su apoyo editorial al magnate republicano: “América fue grande no por lo que nuestros antepasados hicieron, sino por lo que nuestros antepasados fueron. América fue fundada como república blanca y cristiana. Y como república blanca y cristiana se convirtió en grande”. 'The Crusader' es una de las publicaciones más importantes del Ku Klux Klan.

placeholder Steve Durand, de Ocala, Florida, sostiene a su hija durante un mitin de campaña de Donald Trump. (Reuters)
Steve Durand, de Ocala, Florida, sostiene a su hija durante un mitin de campaña de Donald Trump. (Reuters)

Demagogia y racismo aparte, lo que ni un eventual presidente Trump ni nadie puede conseguir es una alteración radical de las tendencias demográficas del país. Salvo leyes maoístas de limitación de la natalidad que encima tuvieran como destinatarias a minorías étnicas específicas, lo que es inconcebible en cualquier democracia, la población blanca no llegará al 50% en California en el año 2020, fenómeno que se extenderá a todo el país en 2040. Tras las elecciones de 2012, en las que Mitt Romney solo obtuvo el 27% del voto hispano, se produjo una práctica unanimidad en el seno del Partido Republicano en el sentido de que solo una elevación de ese nivel hasta el 40-45% permitiría a la formación ser de nuevo competitiva en las elecciones presidenciales. Con sus diatribas contra ese segmento de la población, hasta el punto de impugnar la neutralidad de un juez nacido en Indiana pero de origen mexicano, Gonzalo Curiel, para decidir sobre la fallida Trump University, el candidato republicano corre el riesgo de ni siquiera llegar al mínimo histórico (21%) que obtuvo el senador Bob Dole frente a Bill Clinton en las elecciones de 1996. En los 20 años transcurridos desde entonces, la población hispana no solo ha llegado a los 55 millones de personas, sino que está votando cada vez en mayor proporción, como se demuestra en las votaciones anticipadas que ya se están celebrando estos días, autorizadas en 37 de los 50 estados.

Si añadimos los 38 millones de afroamericanos que regularmente votan al candidato demócrata, se comprenderá que Trump debe motivar hasta proporciones gigantescas a la población blanca para tener alguna probabilidad de victoria

Si a eso se le añaden los aproximadamente 38 millones de afroamericanos que regularmente votan al candidato demócrata en los últimos 50 años, aunque difícilmente lo harán en la misma proporción en que se movilizaron por Barack Obama en 2008 y 2012, se comprenderá que Trump deberá motivar hasta proporciones gigantescas a la población blanca para tener alguna probabilidad de victoria. Si a eso se añaden sus reiteradas ofensas a las mujeres, que en las últimas elecciones presidenciales representaron el 53% del electorado, se comprenderá cuán atípicas son estas elecciones y, por qué no decirlo, qué desquiciado está el país. Otra forma más eufemística de afirmar lo mismo es hasta qué punto demostraría Estados Unidos el rechazo a su clase política que representaría la victoria de Donald Trump.

Muchas otras cosas quedan inevitablemente en el tintero, como la insólita decisión del director del FBI, de filiación republicana pero a las órdenes de un Departamento de Justicia en una Administración demócrata, de tirar la piedra y esconder la mano —“no sabemos si encontraremos algo impropio o no, pero vamos a investigar esos correos de todas formas”— solo 10 días antes de las elecciones. Las reacciones negativas de los mercados internacionales que hemos presenciado estos pasados días más bien darán alas a Trump en la América profunda... recuerden lo que pasó con el Brexit en la Inglaterra profunda. De lo único de lo que estoy razonablemente seguro es de que todo apunta a que el próximo presidente, sea Hillary Clinton o Donald Trump, lo será durante un solo mandato, en el caso de Clinton por hartazgo hacia el 'establishment' y en el caso de Trump porque no podrá cumplir prácticamente ninguna de las propuestas mentirosas que ha hecho a lo largo de la campaña.

Si Hillary Clinton se impone finalmente en las elecciones del próximo martes, una gran mayoría de periodistas, politólogos y analistas señalarán el 7 de octubre como la fecha en la que Donald Trump acabó de cavar su propia tumba. Ese fue el día en que se dieron a conocer sus tristemente famosas declaraciones sobre las mujeres como meros objetos sexuales, ratificando explícitamente lo que todo el mundo, y especialmente ellas, ya sospechaba desde hacía mucho tiempo. Si, por el contrario, es Trump el que se alza con la victoria, ese mismo colectivo apuntará a otra fecha, el 28 de octubre, como la jornada en que la ex primera dama selló fatídicamente su destino. Y es que fue ese día cuando se hizo pública una carta del director del FBI, James Comey, informando de que se habían descubierto otros 'e-mails' de Hillary Clinton que debían investigarse.

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