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Los palos de Obama en las ruedas de Trump
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Juan María Hernández Puértolas

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Los palos de Obama en las ruedas de Trump

¿Acudirá el presidente saliente a la ceremonia de investidura del futuro inquilino de la Casa Blanca? No está nada claro, dada la creciente animadversión entre ambos por las últimas medidas de Obama

Foto: El presidente Obama se encuentra con Donald Trump en el Despacho Oval tras la victoria de éste, el 10 de noviembre de 2016 (Reuters)
El presidente Obama se encuentra con Donald Trump en el Despacho Oval tras la victoria de éste, el 10 de noviembre de 2016 (Reuters)

Cuando apenas quedan tres semanas para la toma de posesión de Donald Trump como 45º presidente de Estados Unidos, muchos analistas se preguntan si el presidente saliente, Barack Obama, acudirá a ese acto, celebrado con gran pompa y boato –y a menudo soportando gélidas temperaturas- en la escalinata de la fachada oeste del Capitolio. Para un hombre que no se ha caracterizado precisamente por romper muchos platos a lo largo de sus ocho años en el cargo, no estar presente en la ceremonia del 20 de enero supondría un extraordinario desaire a su sucesor y la enésima visualización de lo profundamente dividido que se encuentra el país. Además, no tendría precedentes en la historia estadounidense reciente salvo, obviamente, en los casos de fallecimiento del presidente en ejercicio (Roosevelt en 1945 y Kennedy en 1963) o cuando dimitió Richard Nixon en el verano de 1974.

La transición pacífica parecía encarrilada tras el encuentro de Obama y Trump. Pero las acciones de este último han creado un ambiente de muy mala sangre

El caso es que la transición pacífica parecía encarrilada a raíz de las constructivas declaraciones efectuadas por el presidente electo en la misma noche de los comicios y, sobre todo, tras la reunión mantenida entre ambos políticos en la Casa Blanca el pasado 10 de noviembre, después de la cual Trump pareció flexibilizar su actitud respecto a temas tan controvertidos como la anulación de la reforma sanitaria emprendida por Obama, la política migratoria –incluyendo la deportación forzosa de millones de inmigrantes sin papeles y la erección del famoso muro en la frontera con México- o la negación del cambio climático. Sin embargo, algunos nombramientos ministeriales efectuados por el presidente electo, sus primeros gestos en política internacional, su nula disposición a afrontar resueltamente los evidentes problemas de conflicto de interés entre sus negocios y sus inminentes responsabilidades y la continuidad en su inveterada costumbre de tuitear sobre todo lo divino y lo humano, ha creado un ambiente de muy mala sangre, hasta el punto de que se plantee la antedicha espantada de Obama el próximo 20 de enero.

La reacción del aún presidente en ejercicio ha sido cualquier cosa menos típica, y tiene su exponente más llamativo en la decisión del Gobierno de Washington de no vetar la enésima resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenando los asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados. A pesar del asimismo insólito llamamiento de Trump al primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, para que aguante como sea hasta el 20 de enero, se da la circunstancia de que sólo cinco días antes de esa fecha está programada la celebración de un foro internacional en París en el que está previsto que el actual secretario de Estado, John Kerry, trace las líneas maestras para el futuro de Oriente Próximo antes los representantes de unos 70 países y organismos internacionales. Las palabras se las puede llevar el viento, pero no tanto el documento final de la conferencia, que podría suponer una nueva hoja de ruta para intentar resolver ese contencioso histórico, hoja de ruta avalada por el llamado Cuarteto para la Región (Naciones Unidas, Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea). Que ese acontecimiento pueda producirse apenas unos días antes del traspaso de poderes en Washington subraya de nuevo lo anómalo de la situación.

placeholder Rex Tillerson, el futuro Secretario de Estado de Trump, testifica ante un Comité del Senado de EEUU sobre hidrocarburos en mayo de 2011 (Reuters)
Rex Tillerson, el futuro Secretario de Estado de Trump, testifica ante un Comité del Senado de EEUU sobre hidrocarburos en mayo de 2011 (Reuters)

Otro evidente intento del presidente Obama por intentar maniatar a su sucesor han sido sus diatribas de última hora contra el sector del petróleo y del carbón, uno de cuyos más conspicuos representantes, Rex Tillerson, actual presidente de Exxon Mobil, será el nuevo jefe de la diplomacia americana si es ratificado por el Senado. Es si cabe aún más controvertida pero en todo caso defendible decisión de aliviar las restricciones al acceso de armamento de los rebeldes sirios opuestos al presidente Assad. Aprobar mediante sendas órdenes ejecutivas dos nuevos monumentos nacionales en Utah y Nevada situados en santuarios tribales indios, lo que prohibirá el uso urbanístico o minero de grandes superficies de esos dos estados, puede interpretarse como una patada postrera a su sucesor, pero es en todo caso coherente con el presidente más concernido con el medio ambiente de tiempos recientes.

El reciente comentario de Obama de que habría obtenido un tercer mandato presidencial si eso hubiera sido constitucionalmente posible y su rival hubiera sido Trump no ayuda a la armonía política

Ha sido en cambio gratuito el reciente comentario de Obama en el sentido de que habría obtenido un tercer mandato presidencial en el caso de que eso hubiera sido constitucionalmente posible y en el de que su rival hubiera sido Trump. Es evidente que en unos comicios en los que casi tres millones más de americanos votaron por la candidata perdedora y en el que habría bastado un trasvase conjunto de unos 80.000 votos en los estados de Pennsylvania, Michigan y Wisconsin para otorgar la victoria a la exprimera dama, las declaraciones de Obama son comprensibles, pero en nada ayudan a restablecer una armonía política que se sigue deteriorando a ojos vista. En el otro extremo del espectro político se inscriben unas declaraciones pronunciadas contra el aún presidente del país por uno de los hooligans más reputados de Trump, el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, que dada su especial vileza no me resisto a reproducir: “No creo, y sé que esto es una cosa horrible de decir, pero no creo que este presidente ame a América. No os ama a vosotros. Y no me ama a mí. No fue educado de la manera en que vosotros y yo fuimos educados en el amor a este país”. Joseph Goebbels no lo habría expresado mejor.

Sólo faltaba una información difundida en los últimos días en la que una supuesta reunión secreta celebrada en Hawaii entre el presidente Obama y el yerno de Trump, Jared Kushner, acabara por lo visto como el rosario de la aurora, hasta el punto de que agentes del Servicio Secreto tuvieron que intervenir para evitar males mayores. Aparentemente, la chispa que provocó la tormenta fue un comentario despectivo del presidente sobre el pasado carcelario del padre de Kushner, empresario inmobiliario como Trump y como su hijo Jared. Como diríamos por estos pagos, al padre ni mentarlo. En estas tres próximas semanas aún puede pasar de todo, así que no puede darse por supuesta la presencia de Obama en el momento en que Trump se ponga de pie y levantando su mano derecha empiece a decir, “Yo, Donald J. Trump, juro solemnemente…”.

Cuando apenas quedan tres semanas para la toma de posesión de Donald Trump como 45º presidente de Estados Unidos, muchos analistas se preguntan si el presidente saliente, Barack Obama, acudirá a ese acto, celebrado con gran pompa y boato –y a menudo soportando gélidas temperaturas- en la escalinata de la fachada oeste del Capitolio. Para un hombre que no se ha caracterizado precisamente por romper muchos platos a lo largo de sus ocho años en el cargo, no estar presente en la ceremonia del 20 de enero supondría un extraordinario desaire a su sucesor y la enésima visualización de lo profundamente dividido que se encuentra el país. Además, no tendría precedentes en la historia estadounidense reciente salvo, obviamente, en los casos de fallecimiento del presidente en ejercicio (Roosevelt en 1945 y Kennedy en 1963) o cuando dimitió Richard Nixon en el verano de 1974.

Barack Obama