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Ilya Topper

De Algeciras a Estambul

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Europa no existe

Las ONGs de derechos humanos claman contra el acuerdo de la UE para deportar a los refugiados a Turquía, aunque por las razones equivocadas

Foto: Un niño refugiado muestra un cartel expresando sus condolencias por el atentado de Bruselas (Reuters)
Un niño refugiado muestra un cartel expresando sus condolencias por el atentado de Bruselas (Reuters)

“¿Por qué nadie hace nada?”. La pregunta se repetía, aquel verano de 2012, ante las cámaras congregadas en el sur de Turquía, a tiro de piedra de la frontera. “¿Por qué dejan que Asad nos bombardee?”. Era duro responder con una charla sobre geopolítica y las complicaciones de invadir Siria y deponer al dictador sin el acuerdo de Rusia, y en medio de una pugna de poder entre Irán y Arabia Saudí. “Es que Estados Unidos...”

- Pero ¿y Europa?

- Europa no existe - era la única respuesta que pude darles. Y cuatro años más tarde, Europa no hace más que certificar su ausencia. Ahora ya no se trata de frenar las masacres en Siria, eso ya lo han dado por imposible todos, sino únicamente de paliar las consecuencias, acoger a quienes han conseguido salir con vida de ahí. Y tampoco.

Es llamativa la falta de voluntad política para solucionar un drama tan mediatizado. Desde que aquella foto del niño Aylan de julio pasado hizo descubrir a la prensa europea que tenía recursos para enviar a reporteros o pagar crónicas, no queda veterano ni aspirante a periodista que no esté cubriendo la ruta de los refugiados, desde Turquía a Berlín. Un drama humano documentado y narrado con todos sus detalles, con cada charco en el camino.

Y todo ¿para qué?

El acuerdo que los políticos europeos han confirmado ahora en Bruselas es una especie de cínica broma. No por la pretensión de deportar a Turquía a quienes lleguen a las islas griegas – eso tiene su punto razonable – sino porque condiciona el éxito del plan a que fracase totalmente.

¿Mejor en Turquía?

El plan confirmado prevé que Grecia envíe de vuelta a Turquía a todo aquel que llegue a las islas. Por cada persona deportada, la Unión Europea franquea la entrada legal a un refugiado sirio acogido en Turquía. Las ONGs de derechos humanos, de forma unánime, han calificado el acuerdo de vergüenza histórica. Si bien se han hecho un lío con las causas: la deportación masiva de refugiados es contraria a la legislación internacional. Salvo si Turquía se considerase un “país seguro”, matizan otros. Y eso es inaceptable, responden algunos: véase la guerra kurda.

El artículo 33 de la Convención de Ginebra de 1951 prohíbe “devolver o expulsar” a un refugiado hacia el país del que viene si allí podría ver amenazada su vida o libertad por su raza, religión, opinión política etc. Pero visto lo visto, sólo cabe concluir que Turquía ha tratado a los refugiados sirios notablemente mejor que cualquier país europeo en el camino entre la isla Lesbos y, siendo generososos, la frontera alemana.

Uno se pregunta por qué el traslado masivo de refugiados entre diversos países balcánicos entra dentro de lo tolerable, y un retorno a Turquía no. Tienen asistencia sanitaria básica gratuita. Tienen derecho al colegio público (derecho del que casi nadie hace uso, porque faltan recursos para superar la barrera del idioma). Los estudiantes pueden matricularse en la Universidad. El trabajo no se acaba de legalizar y se tolera sólo como mano de obra sin formar. Pero me falta aún ver un país europeo que ofrezca condiciones mejores, en bloque, a dos millones de personas recién llegadas.

Cierto: los ciudadanos sirios – y los de otros países en guerra – carecen del estatus legal de refugiados en Turquía, a causa de una cláusula que Ankara mantiene en la Convención, pero ese teórico estatus ¿les ha dado alguna ventaja en Grecia, Macedonia, Serbia o España?

Y aquí llegamos al cinismo de Europa: la consigna parece tratar a los refugiados tan mal que se puede argumentar, con toda razón, que estarán mejor en Turquía. Ante esta conclusión hay quien aduce la persecución de opositores en Turquía, pero esto no es algo que atañe a la vida de los refugiados: no consta que formen parte de la oposición al gobierno islamista de Ankara, más bien al contrario. Quien haya visto la reacción de la policía ante una protesta de sirios, y una de izquierdistas turcos, sabe que en Ankara hay dos varias de medir. La represión es para los ciudadanos propios. Intentar ablandar los corazones europeos haciéndonos creer que Turquía maltrata a los refugiados es jugar sucio.

Plan de choque contra los ahogamientos

¿Están realmente mejor en Turquía? Lo estarían, salvo por lo que pareció, en otoño pasado, una campaña de la policía turca para atemorizar – incluso aterrorizar – de forma aleatoria a refugiados sirios en las provincias occidentales, suponiéndoles intención de cruzar el Egeo. Se les enviaba a campamentos de aislamiento, de facto prisiones, y a algunos se les expulsó a Siria, como pudo documentar Amnistía Internacional. Todo indicó que fue un intento por parte de Ankara de satisfacer las presiones de la UE y reducir el número de sirios dispuestos a embarcarse. No pareció funcionar. Y es de esperar que se haya vuelto a abandonar.

Curiosamente fue un centro de análisis europeos con credenciales bastante respetables de defensa de la legalidad democrática y la ética humanitaria, el European Stability Initiative (ESI), quien propuso hace medio año la solución de deportar a todos los refugiados desde las islas griegas a Turquía: la sangría de ahogados en el Egeo parecía exigir una solución drástica. Y hay una sola manera de evitar que los refugiados, empujados por una decisión de cambiar su destino como sea, arriesguen la vida y la de sus hijos: hacer que el viaje pierda todo sentido.

ESI propuso devolver a todos los refugiados a Grecia y a la vez franquear de inmediato la entrada a Europa a contingentes amplios (no dio cifras, pero se habló de “algunos cientos de miles”): nadie pagaría por una zodiac si la probabilidad de llegar a Alemania era más alta esperando en Turquía que haciéndose a la mar.

Los políticos europeos y turcos copiaron el plan. Pero condicionaron su ejecución a su fracaso: por cada refugiado deportado admitirían a uno legalmente. La fórmula 1 x 1. Esto significa, como ESI ha subrayado con espanto, que si no llegan más viajeros a Lesbos, y no queda nadie por deportar, tampoco se admiten refugiados.

En el momento en el que los sirios hagan caso a lo que la UE les pide – no seguir lanzándose al mar – esa misma UE les cerraría las puertas. Para mantenerla abierta es necesario que algunos arriesguen la vida... de forma inútil.

Son unas matemáticas aplicadas tan cínicas que cabe preguntarse si los políticos europeos están en su sano juicio.

Calculando votos, no costes

Anunciar la futura deportación podría haber sido una terapia de choque para poner fin de inmediato a las muertes en el mar, si se hubiera acompañado en el mismo instante de la apertura de oficinas de la UE en Izmir, Estambul y Antep para registrar a todo aquel refugiado que quisiera irse a Europa. No habrían sido dos millones: muchos tienen su vida hecha en Turquía ya. También es seguro que el entusiasmo de viajar al norte se habría ido enfriando conforme se hubiera hecho más fácil: precisamente porque las condiciones objetivas de la vida de un refugiado en la UE no son tanto mejores que en Turquía. (Deben mejorarse, pero hablamos de la solución urgente a un drama que está costando vidas cada días).

Y esto no se debe ofrecer únicamente a los sirios: representan sólo la mitad de las llegadas a las islas del Egeo. El grueso del resto son afganos (24 %) e iraquíes (16 %). Todos vienen de países en guerra. Negar que son refugiados va contra la ley.

Habría costado muy poco financiar el asentamiento temporal de cientos de miles de refugiados en Europa, y regalar los billetes de avión de vuelta a quienes decidieran en algún momento que prefieren el clima turco – los hay ya y los habrá más cuando empiezan a gastarse esos prometidos seis mil millones en asistencia a refugiados en Turquía–. Probablemente habría costado menos que construir vallas y mover flotas de la OTAN por el Egeo.

Pero los políticos de Europa no calculan su futuro en dinero. Lo calculan en votos. Y como dijo el candidato, nadie gana un cargo porque le vote la gente inteligente. Quienes compartimos las fotos de Idomeni en las redes sociales y ponemos titulares en los periódicos con las palabras 'drama' o 'vergüenza', no decidimos mayorías. Las mayorías las votan quienes en los comentarios bajo la noticia hablan de la “invasión islámica de Europa”. Abiertamente, en Hungría. Con un poco más de pudor, pero la misma eficiencia, en el resto.

La llave del cristianofascismo

Cuando es mentira. Los refugiados sirios no son islamistas. Mucho menos que los musulmanes nacidos en Europa y transformados por el gueto al que los ha condenado ese doble racismo europeo que los excluye de los derechos y los exime de los deberes bajo el pretexto de que son, al fin y al cabo, musulmanes.

Unos cuantos cientos de miles de musulmanes de toda la vida, como siempre han sido los sirios, tan musulmanes como España es cristiana, no vendrían mal a Europa para romper este gueto ideológico, dispersarlo y poner fin al proceso de fabricación de máquinas religiosas al que se dedican las mezquitas europeas y los telepredicadores wahabíes. Claro, habría que darse prisa para ello. Ante la ausencia de rivales, quienes hacen su agosto repartiendo pan y cosechando almas en Turquía son las fundaciones de Qatar. En los colegios gratuitos para niños sirios, pagados con dinero árabe, ya han empezado a poner uniformes de hiyab a las niñas.

Si Europa existiera, habría aprovechado la oportunidad de acoger a cientos de miles de sirios y de facilitarles la vida en Turquía a los demás, basándose en los valores que con tanto orgullo se hacen llamar europeos: la igualdad de mujeres y hombres, la democracia, el laicismo. Porque los valores se difunden como los derechos: haciendo uso de ellos. Sería un gran favor que Europa se habría hecho a sí mismo. Porque en eso acierta: un continente es Europa sólo en la medida en la que se aglutina en torno a estos valores que creíamos comunes.

El drama de Europa es que se niega a existir. Que prefiere autodestruirse mediante el espantapájaro de la “invasión islámica”, una hoja de doble filo: oculta el islamofascismo que cría la propia Europa y suspende las normas éticas respecto al resto del mundo, entregando la llave del poder al cristianofascismo.

Un día, Europa echará de menos albergar a personas normales. Un día, echará de menos a las familias sirias que se agolpan hoy en Idomeni.

“¿Por qué nadie hace nada?”. La pregunta se repetía, aquel verano de 2012, ante las cámaras congregadas en el sur de Turquía, a tiro de piedra de la frontera. “¿Por qué dejan que Asad nos bombardee?”. Era duro responder con una charla sobre geopolítica y las complicaciones de invadir Siria y deponer al dictador sin el acuerdo de Rusia, y en medio de una pugna de poder entre Irán y Arabia Saudí. “Es que Estados Unidos...”

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