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En Estados Unidos todos creemos que somos víctimas

La segregación en los centros universitarios es un reflejo de la segregación creciente en la sociedad. Cada vez más, la gente vive rodeada de otros de su misma raza, clase social u orientación política

Foto: Un manifestante grita durante una marcha de protesta en Ferguson, Misuri, el 10 de agosto de 2015 (Reuters).
Un manifestante grita durante una marcha de protesta en Ferguson, Misuri, el 10 de agosto de 2015 (Reuters).

Ha sido triste observar las recientes polémicas en los campus universitarios, desde Yale hasta la Universidad de Misuri. Revelan un país de abismos sociales, en el cual los diversos grupos étnicos y raciales ven, experimentan y hablan del mundo con enormes diferencias. No es fácil analizar qué desató la ira entre tantos estudiantes pertenecientes a minorías. Cada nuevo vídeo sobre abusos o maltrato a afroamericanos debería provocar que todos nos detuviésemos a pensar y que admitiésemos que todavía hay un grave problema sin resolver en Estados Unidos. Mi preocupación es que el remedio para ello, al menos en los campus universitarios, sea una mayor segregación.

Durante las últimas cuatro décadas, siempre que las universidades se han enfrentado a acusaciones de racismo o exclusión -a menudo con razón-, la solución propuesta, y casi siempre aceptada, ha sido crear más programas, asociaciones y cursos para los estudiantes de minorías. Es comprensible, dado que esos grupos han sido históricamente menospreciados e ignorados. Pero ¿dicha solución funciona o está empeorando las cosas?

Un estudio empírico liderado por James Sidanius, psicólogo de Harvard y afroamericano, concluyó en 2004 que "no hubo indicación alguna de que las experiencias en estas organizaciones étnicamente orientadas (…) hayan aumentado el sentimiento de identidad común de los estudiantes con miembros de otros grupos o su sentimiento de pertenencia a una comunidad universitaria más amplia. Además, la evidencia sugirió que la pertenencia a las organizaciones estudiantiles étnicamente orientadas en realidad aumentó la percepción de que los grupos étnicos están encerrados en una competencia de suma cero entre ellos y en el sentimiento de victimización en virtud del grupo étnico de cada uno".

Los programas académicos que se han creado y desarrollado también refuerzan sentimientos de segregación. Una vez más, existía la necesidad de prestar mayor atención a varias áreas del estudio y se ha producido una escolarización extraordinaria en estos campos. Sin embargo, el efecto acumulativo es aquel sobre el que escribió el reconocido experto Tony Judt en un ensayo para el 'New York Review of Books'. "Actualmente, los estudiantes universitarios pueden elegir entre una gran gama de estudios de identidad: 'estudios de género', 'estudios de la mujer', 'estudios americanos-asiáticos-pacíficos', y una docena más”, señaló. "La deficiencia de todos estos programas para-académicos no es que se concentren en una minoría étnica o geográfica determinada; sino que alientan a los miembros de dicha minoría a estudiarse A SÍ MISMOS -negando simultáneamente las metas de una educación liberal y reforzando las mentalidades sectarias y de gueto que intentan socavar-. Con demasiada frecuencia, dichos programas son planes de creación de empleo para estas minorías, y el interés de personas ajenas a ellas es activamente desalentado. Los negros estudian a los negros, los homosexuales estudian a los homosexuales, etcétera".

Hay una percepción creciente en los centros universitarios de que existen grupos de estudiantes que poseen administradores, clubes sociales y cursos específicamente para ellos. Esto no ayuda a las minorías. Tal como escribió el presidente de la Corte Suprema Earl Warren en 1954, en palabras que intentaban cambiar a Estados Unidos, "la división... [ es] intrínsecamente desigual".

Es necesario tener en cuenta que la segregación en los centros universitarios es simplemente un reflejo de la segregación creciente en la sociedad norteamericana. Cada vez más, la gente vive rodeada de otros de su misma raza, clase socioeconómica u orientación política. De hecho, debido a las generosas políticas de ayudas financieras a muchas escuelas de élite, los campus Ivy League son mucho más diversos que la mayoría de las comunidades estadounidenses. Los niños que llegan allí se encontrarán, a menudo por primera vez, con porcentajes sustanciales de personas muy diferentes a ellos en términos de ingresos, clase, raza o etnia. Administrar estos encuentros es complicado y no debería sorprendernos que produzcan tensiones.

La solución a estas tensiones es, seguramente, un debate abierto en el que cualquiera puede participar. Y, sin embargo, el valor predominante parece ser que, si una persona se siente ofendida, se terminó la discusión. Uno no puede comprender la experiencia de otro o sus argumentos. No obstante, una educación liberal se basa precisamente en la idea opuesta, aquella en la que no se necesitan lugares seguros a los que retirarse, sino un espacio común en el que uno pueda participar. Además, la democracia requiere ese campo común, al que cualquiera pueda tener acceso. "Me siento con Shakespeare y no se estremece", escribió W.E.B. Du Bois, "a través de la línea de color me muevo brazo a brazo con Balzac y Dumas, ... llamo a Aristóteles y a Aurelio... y todos vienen gentilmente, sin desprecio ni condescendencia".

Hoy en día, en Estados Unidos todos creemos que somos víctimas y que nadie comprende nuestro dolor. Si desea observar esa visión en su forma más cruda, sin embargo, no vaya a los recintos universitarios... solo debe escuchar a los simpatizantes de Donald Trump. Son en su mayoría blancos enojados que sienten que están siendo maltratados por la sociedad. Y no se moleste en tratar de esclarecer hechos o discutir con ellos; usted simplemente no lo comprende.

La dirección electrónica de Fareed Zakaria es comments@fareedzakaria.com.

© 2015, The Washington Post Writers Group

Ha sido triste observar las recientes polémicas en los campus universitarios, desde Yale hasta la Universidad de Misuri. Revelan un país de abismos sociales, en el cual los diversos grupos étnicos y raciales ven, experimentan y hablan del mundo con enormes diferencias. No es fácil analizar qué desató la ira entre tantos estudiantes pertenecientes a minorías. Cada nuevo vídeo sobre abusos o maltrato a afroamericanos debería provocar que todos nos detuviésemos a pensar y que admitiésemos que todavía hay un grave problema sin resolver en Estados Unidos. Mi preocupación es que el remedio para ello, al menos en los campus universitarios, sea una mayor segregación.

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