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El día en que pedí "hacer la yihad violando mujeres blancas"
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El día en que pedí "hacer la yihad violando mujeres blancas"

Un artículo asegura que he alentado el uso de mujeres estadounidenses como "esclavas sexuales". Cientos de personas lo difundieron en las redes. Me han troleado. Y esto es lo que he aprendido

Foto: Musulmanes estadounidenses se manifiestan contra la violencia del ISIS ante la Casa Blanca, en Washington, el 6 de diciembre de 2015. (Reuters)
Musulmanes estadounidenses se manifiestan contra la violencia del ISIS ante la Casa Blanca, en Washington, el 6 de diciembre de 2015. (Reuters)

Thomas Jefferson argumentaba a menudo que un público educado era crucial para la supervivencia de la autonomía. Vivimos en una era en que la educación se produce, en su mayor parte, a través de nuevas plataformas. Las redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, etcétera... son los mecanismos principales mediante los cuales las personas reciben y comparten hechos, ideas y opiniones. Pero ¿qué pasa cuando estas nuevas tecnologías promueven la desinformación, los rumores y las mentiras?

En un exhaustivo estudio sobre Facebook, en el cual se analizan 'posts' realizados entre 2010 y 2014, un grupo de expertos descubrió que las personas básicamente comparten la información que confirma sus prejuicios, y prestan poca atención a los hechos y a su veracidad (me quito el sombrero ante Cass Sunstein, líder en esta materia). El análisis concluye que el resultado es la “proliferación de relatos parciales fomentados por rumores no comprobados, desconfianza y paranoia”. Los autores estudiaron específicamente el trol, la creación de información altamente provocativa y a menudo falsa, con la esperanza de propagarla ampliamente. Los expertos escriben que “muchos mecanismos provocan que la información falsa sea aceptada y, a su vez, causa creencias erróneas que al ser aceptadas son altamente resistentes a la corrección”.

Sin ir más lejos, en las últimas semanas fui blanco de una campaña de troleo y comprobé exactamente cómo funciona. Todo comenzó cuando una web no muy conocida publicó un artículo con el siguiente título: “El presentador de la CNN, Fareed Zakaria, pide hacer la yihad violando mujeres blancas”. La historia aseguraba que en mi “blog privado” había alentado el uso de mujeres estadounidenses como “esclavas sexuales” como método para acabar con la raza blanca. El 'post' afirmaba, además, que había escrito la siguiente línea en mi cuenta de Twitter: “Cada muerte de una persona blanca me hace llorar de alegría”.

Durante unos días, la intimidación digital alcanzó el mundo real. Hubo personas que llamaron a mi casa en plena noche para amenazar a mis hijas, que tienen 7 y 12 años

Repugnante. Tanto, que deberíamos pensar que el artículo colapsaría debido a su propia ingravidez, ¿verdad? Error. Esto es lo que sucedió a continuación: cientos de personas comenzaron a vincularse con el artículo, a tuitearlo, retuitearlo, agregar sus comentarios, que son excesivamente vulgares o racistas como para reproducirlos. Varias webs de extrema derecha reprodujeron la historia como si fuese verídica. Con cada nuevo ciclo, los niveles de histeria crecieron, y las personas comenzaron a exigir mi despido, mi deportación o, incluso, mi asesinato. Durante unos días, la intimidación digital alcanzó al mundo real. Hubo personas que llamaron a mi casa en plena noche para amenazar a mis hijas, que tienen siete y 12 años.

Hubiese llevado solo un minuto hacer clic en el enlace y comprobar que el 'post' original se encontraba en una página web falsa, que afirma ser satírica (aunque no muy notoriamente). Solo utilizando el sentido común, uno se hubiese dado cuenta de lo absurdo de la acusación. Sin embargo, nada de esto importó. Las personas que propagaron esta historia no estaban interesadas en los hechos: estaban interesadas en alimentar el prejuicio. La historia original fue escrita con inteligencia para proveer a los adeptos de argumentos suficientes como para ignorar la evidencia. Afirmaba que yo retiré el 'post' unas horas después cuando descubrí que “recibí(a) atención negativa”. Y cuando se enfrentó a la evidencia de que la historia era completamente falsa, únicamente convenció a muchos de que había una conspiración y un encubrimiento.

Según mi propia experiencia, la conversación en Facebook es algo más civilizada porque generalmente las personas tienen que revelar sus identidades. No obstante, en Twitter y en otros sitios, como la sección de comentarios del 'Washington Post', las personas escriben bajo anonimato o utilizan seudónimos. Y ahí es donde la bilis y el veneno discurren libremente. Dana Milbank, del 'Washington Post', citó recientemente un tuit de una columna suya que decía: “No tengamos miedo de decirlo: Milbank es un parásito antiblanco y un racista judío intolerante”. Los comentarios en mi contra fueron, con frecuencia, más desagradables.

Elizabeth Kolbert recordaba en un artículo publicado en el 'New Yorker' un experimento realizado por dos psicólogos en 1970. Dividieron a los estudiantes en dos grupos basados en sus respuestas a un cuestionario: prejuicios altos y prejuicios bajos. Cada grupo tenía que discutir asuntos controvertidos, como el transporte escolar y el alojamiento integrado. Después, las preguntas fueron realizadas nuevamente. “Las encuestas revelaron un patrón sorprendente”, notó Kolbert. “Simplemente al hablar unos con otros, los estudiantes intolerantes se volvieron más intolerantes y los tolerantes más tolerantes aún”. Esta 'polarización grupal' está teniendo lugar con una enorme velocidad alrededor del mundo. Así es como se produce la radicalización y el extremismo se propaga.

Me encanta la comunicación a través de las redes sociales. Pero, de algún modo, debemos ayudar a crear mejores mecanismos para distinguir entre hecho y falsedad. No importa cuán apasionadas sean las personas, o cuán inteligentemente puedan bloguear, tuitear o trolear, no importa cuán virales las cosas se puedan tornar... las mentiras todavía son mentiras.

*La dirección electrónica de Fareed Zakaria es comments@fareedzakaria.com.

© 2016, The Washington Post Writers Group

Thomas Jefferson argumentaba a menudo que un público educado era crucial para la supervivencia de la autonomía. Vivimos en una era en que la educación se produce, en su mayor parte, a través de nuevas plataformas. Las redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, etcétera... son los mecanismos principales mediante los cuales las personas reciben y comparten hechos, ideas y opiniones. Pero ¿qué pasa cuando estas nuevas tecnologías promueven la desinformación, los rumores y las mentiras?

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