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Gastar más en el ejército es tirar el dinero

Incrementar el gasto en 54.000 millones de dólares no va a convertir a las fuerzas armadas en más eficientes. Si Donald Trump pretende reducir la burocracia, debería empezar por el Pentágono

Foto: Soldados estadounidenses desplegados en Polonia, el pasado 5 de febrero
Soldados estadounidenses desplegados en Polonia, el pasado 5 de febrero

La primera vez que me encontré con el general David Petraeus dijo algo que me sorprendió. Eran los primeros días de la guerra de Irak, y aunque las cosas no iban muy bien, él había gestionado su región en el norte de forma hábil y efectiva. Le pregunté si habría deseado tener más tropas. Petraeus era demasiado astuto políticamente para criticar la estrategia de “huella ligera” del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, así que esquivó la pregunta, respondiendo de forma diferente. “Habría deseado tener más funcionarios del Servicio Exterior, profesionales de la ayuda humanitaria y otro tipo de especialistas no militares”, dijo. El núcleo del problema al que EEUU se enfrentaba en Irak, indicó, era una profunda brecha sectaria entre chiíes y suníes, árabes y kurdos. “Necesitamos ayuda en esas cuestiones. De otro modo, estamos a merced de sargentos de 22 años para manejarlas. Son buenos chicos, pero no conocen la historia, el idioma, la política”.

Pienso en aquella conversación mientras leo la noticia de que el presidente Trump ha propuesto un incremento de 54.000 millones de dólares para el Departamento de Defensa, que se saldaría con grandes recortes en el Departamento de Estado, en la ayuda exterior y en otras agencias civiles. Trump dice que quiere hacerlo para que “nadie cuestione nunca más nuestro poder militar”. Pero nadie lo hace. El ejército de EEUU sigue siendo único en su categoría. El presupuesto de defensa de EEUU en 2015 fue nueve veces el de Rusia y tres veces el de China.

Ninguna de las dificultades a las que se ha enfrentado EEUU en los últimos 25 años ha ocurrido en modo alguno porque su ejército fuese demasiado pequeño o débil. Como indicó el entonces secretario de Defensa Robert Gates en una conferencia en 2007, “una de las lecciones más importantes de las guerras en Irak y Afganistán es que el éxito militar no es suficiente para ganar”. Lograr “el éxito a largo plazo”, explicó, requiere “desarrollo económico, construcción de instituciones [y] buena gobernanza”. Por lo tanto, hizo un llamamiento a “un incremento dramático en el gasto en los instrumentos civiles de la seguridad nacional”, incluyendo “la diplomacia” y “la ayuda exterior”.

Piensen en la estrategia que llevó a Irán a la mesa de negociaciones en 2013. Requirió de intenso trabajo diplomático conseguir que Rusia y China estuviesen de acuerdo en las medidas de la ONU y en aislar a Irán de vecinos como Turquía. Hizo falta sanciones duras y bien pensadas diseñadas por el Departamento del Tesoro que pusiesen en la balanza el poder financiero de EEUU. Así es como funciona el poder en el mundo moderno.

“Tenemos que hacer mucho más con menos”, ha dicho Trump recientemente, añadiendo que el Gobierno necesita reformarse. Pero el objetivo obvio de ese esfuerzo debería ser el Pentágono, que es el ejemplo de anuncio del despilfarro gubernamental. El Pentágono es ahora la mayor burocracia del mundo, al mando de un sistema de casi socialista, desde la cuna hasta la tumba, de empleo, alojamiento, salud y pensiones para sus tres millones de empleados. Un informe reciente de su Consejo de Negocios de la Defensa concluyó que se podrían ahorrar fácilmente 125.000 millones en cinco años simplemente eliminando ineficiencias operativas (altos oficiales rápidamente enterraron el informe). Dichos ahorros financiarían el Departamento de Estado al completo más todos los programas de ayuda extranjera durante dos años y medio. Gates solía decir: “Tenemos más personal en bandas de música militar que funcionarios del Servicio Exterior”. Merece la pena destacar las cifras totales. Hay solamente 13.000 empleados en todo el Servicio Exterior, en comparación con 742.000 civiles en el Departamento de Defensa.

Trump se recreó durante su discurso ante el Congreso, como ha hecho anteriormente, sobre los 6 billones de dólares que EEUU ha gastado en Oriente Medio. Esa cifra es exagerada, pero tiene razón en que cuando el Pentágono va a la guerra, los costes se vuelven estratosféricos. A modo de ejemplo, ProPublica chequeó las auditoriías del inspector general especial para Afganistán y descubrió que el ejército había malgastado 17.000 millones de dólares en diversos proyectos.

Rosa Brooks, que sirvió como asesora civil en el Pentágono con el presidente Barack Obama, ha escrito un libro fascinante, “How Everything Became War and the Military Became Everything” (“Cómo todo se convirtió en guerra y el ejército se convirtió en todo”), que describe cómo la política estadounidense ha estado condicionada por unas fuerzas armadas que se expanden constantemente mientras otras agencias son reducidas. Uno de los comentarios en la contraportada del libro dice: “Uno de los libros más estimulantes que he leído. Es como si hubiésemos entrado sonámbulos en este nuevo mundo y Rosa hubiese encendido una linterna”. La recomendación viene de Jim Mattis, ahora secretario de Defensa. Tal vez debería darle el libro a su jefe.

La primera vez que me encontré con el general David Petraeus dijo algo que me sorprendió. Eran los primeros días de la guerra de Irak, y aunque las cosas no iban muy bien, él había gestionado su región en el norte de forma hábil y efectiva. Le pregunté si habría deseado tener más tropas. Petraeus era demasiado astuto políticamente para criticar la estrategia de “huella ligera” del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, así que esquivó la pregunta, respondiendo de forma diferente. “Habría deseado tener más funcionarios del Servicio Exterior, profesionales de la ayuda humanitaria y otro tipo de especialistas no militares”, dijo. El núcleo del problema al que EEUU se enfrentaba en Irak, indicó, era una profunda brecha sectaria entre chiíes y suníes, árabes y kurdos. “Necesitamos ayuda en esas cuestiones. De otro modo, estamos a merced de sargentos de 22 años para manejarlas. Son buenos chicos, pero no conocen la historia, el idioma, la política”.