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Un ataque con misiles no es una estrategia

Muchos elementos del ataque contra una base siria son dignos de reconocimiento. Sin embargo, persiste la sensación de que la política exterior de Trump no es coherente y funciona por impulsos

Foto: Imágenes de satélite de la base aérea atacada por EEUU, el 7 de abril de 2017. (Reuters)
Imágenes de satélite de la base aérea atacada por EEUU, el 7 de abril de 2017. (Reuters)

Hay mucho que aplaudir en la decisión del presidente Trump de atacar al régimen de Bashar Al Asad la semana pasada. Castigó a un régimen implicado en crímenes de guerra contra su propio pueblo. Rescató una norma internacional contra las armas químicas. Acabó con el extraño flirteo de Trump con Vladímir Putin en Oriente Medio. Y, lo más significativo, parece un reconocimiento velado por parte de Trump de que no puede simplemente anteponer 'América primero' a todo, de que el presidente de Estados Unidos debe actuar en beneficio de intereses e ideales mayores. Trump, como candidato y como presidente, había evitado el lenguaje de las normas globales y el orden internacional. Pero al explicar su decisión el jueves por la noche, invocó ambas y terminó sus declaraciones con una oración que el presidente Barack Obama nunca se habría atrevido a formular: “Que Dios bendiga a América, y al mundo entero”.

Pero tal y como señaló el viernes el antiguo secretario de Defensa William Cohen, “un ataque no hace una estrategia”. La política estadounidense hacia Siria sigue sin estar clara. La Administración Trump ha anunciado repetidamente que se había alejado de los llamamientos de la Administración Obama a un cambio de régimen en Siria. De hecho, Trump había indicado que estaba feliz de dejarle el país a Asad mientras eso sirviese para ayudar a derrotar al Estado Islámico. La semana pasada, el secretario de Estado Rex Tillerson básicamente confirmó ese mismo enfoque. El martes, el día del ataque químico en Idlib, el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, lo reiteró. El ataque con misiles parece haber revertido dicha política.

Foto: El secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, durante una ceremonia en Santa Ana de Stazzema. (Reuters)

De ser así, supone un cambio enorme y genera importantes cuestiones. ¿Está EEUU implicado ahora en la guerra civil siria? ¿Utilizará su fuerza militar para ayudar a derrocar a Asad? ¿Ayudan estas acciones al Estado Islámico y a Al Qaeda, que luchan contra el régimen? ¿Y qué va a pasar ahora en la guerra general contra el Estado Islámico?

Muchos de nuestros aliados han mostrado su apoyo ante el ataque. Pero en un sistema global cada vez más complicado, estos países miran a EEUU en busca de una estrategia consistente en la que se pueda confiar a lo largo del tiempo. La política exterior de Trump parece cambiar con cada reunión, suceso o crisis. Tras atacar a Japón durante la campaña, invitó a su primer ministro, Shinzo Abe, a su primera cumbre en Mar-a-Lago, y luego le ensalzó como un verdadero amigo y aliado. Tras amenazar con acabar con la política de 'una sola China', acabó aceptándola sumisamente en una conversación telefónica con el presidente Xi Jinping.

Foto: Un misil Tomahawk es disparado desde el USS Porter de la marina estadounidense el 7 de abril de 2017. (Reuters)

Trump no niega sus cambios de opinión. De hecho, los proclama como una virtud, describiéndose a sí mismo como “flexible”. “Estoy orgulloso de esa flexibilidad”, dijo la semana pasada, añadiendo que también le gusta ser impredecible. Pero hay una diferencia entre impredecibilidad e incoherencia. El ataque de esta semana le deja a uno con la impresión de que la política exterior de la Administración Trump no se hace evaluando cuidadosamente una situación, estimando varias opciones, valorando los costes y beneficios, y eligiendo un camino. En lugar de eso, parece una sucesión de reflejos que responden de forma instintiva a la crisis del día.

Los asesores militares de Trump le proporcionaron una opción táctica brillante: una pequeña base aérea, cuya destrucción produciría pocos daños colaterales físicos o diplomáticos. Pero el ataque va a tener un impacto mínimo en el balance de poder. Asad seguirá en su sitio, igual que su oposición. Si acaso, el ataque podría envalentonar a algunas fuerzas opositoras a seguir luchando en lugar de rendirse, y el derramamiento de sangre se intensificará. Las perspectivas de paz a largo plazo en Siria siguen siendo sombrías.

Trump cumple su amenaza y bombardea Siria tras el ataque químico

Sin importar las complicaciones, a corto plazo el presidente asestó un golpe contra el mal, por lo que le felicito. Y si ha sido empujado a actuar porque vio unas fotos descorazonadoras de niños, está bien. Solo le pediría que volviese a mirar esas imágenes. Tal vez le empujen no solamente a lanzar bombas, sino a proporcionar más ayuda a esa gente azotada por la guerra. Tal vez incluso le empujen a permitir que algunas de esas personas escapen a su miseria y encuentren un hogar en Estados Unidos.

Hay mucho que aplaudir en la decisión del presidente Trump de atacar al régimen de Bashar Al Asad la semana pasada. Castigó a un régimen implicado en crímenes de guerra contra su propio pueblo. Rescató una norma internacional contra las armas químicas. Acabó con el extraño flirteo de Trump con Vladímir Putin en Oriente Medio. Y, lo más significativo, parece un reconocimiento velado por parte de Trump de que no puede simplemente anteponer 'América primero' a todo, de que el presidente de Estados Unidos debe actuar en beneficio de intereses e ideales mayores. Trump, como candidato y como presidente, había evitado el lenguaje de las normas globales y el orden internacional. Pero al explicar su decisión el jueves por la noche, invocó ambas y terminó sus declaraciones con una oración que el presidente Barack Obama nunca se habría atrevido a formular: “Que Dios bendiga a América, y al mundo entero”.

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