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¿Por qué Trump quiere tanto a Rusia?

Trump es lo que en política exterior se conoce como 'jacksoniano': una persona profundamente escéptica y hostil por instinto hacia las naciones extranjeras y sus líderes

Foto: Donald Trump y Vládimir Putin durante la cumbre del G20 en Hamburgo. (Reuters)
Donald Trump y Vládimir Putin durante la cumbre del G20 en Hamburgo. (Reuters)

Las últimas revelaciones sobre Rusia y la campaña electoral de Donald Trump pueden ser de utilidad para resolver el misterio que siempre ha constituido el núcleo de esta historia: ¿de dónde viene la actitud romántica de Trump hacia Rusia y su presidente, Vládimir Putin? Se trata de una actitud tan atípica que necesita algún tipo de explicación.

A diferencia de sus políticas nacionales, que han flirteado con todos los espectros políticos, en política exterior Trump ha esgrimido una visión clara y constante durante los últimos 30 años. En 1987, cuando se produjo su primera declaración política destacable, el magnate sacó un anuncio en varios periódicos que decía: "Japón y otros países llevan décadas aprovechándose de EEUU". El anuncio también vilipendiaba a Arabia Saudí, "un país cuya misma existencia está en manos de EEUU" y de "otros aliados que no quieren ayudar".

Esta era entonces la cosmovisión de Trump y, hasta ahora, nunca se ha apartado de ella. En años recientes ha añadido a su lista de países rebeldes ("rogue states") a México y China. Sobre este último, escribió en su libro de campaña presidencial: "Hay gente que desearía que no hablase de China como nuestro enemigo. Pero eso es precisamente lo que es." Durante la campaña de 2016, Trump manifestó: "No podemos permitir que China siga violando a nuestro país". Unos meses antes de anunciar su candidatura, tuiteó: Nno quiero tener nada que ver con México salvo para construir un MURO impenetrable que le impida lucrarse con EEUU".

Trump es lo que el historiador Walter Russell Mead definiría como un 'jacksoniano' en política exterior. El adjetivo tiene su origen en la figura de Andrew Jackson, el séptimo presidente de EEUU, y hace referencia a una persona profundamente escéptica y con una hostilidad instintiva hacia las naciones extranjeras y sus líderes; alguien que contempla EEUU como un Estado-fortaleza que no debe inmiscuirse en asuntos externos y que, de ser molestado por un tercero, "bombardearía a sus adversarios a muerte" para regresar después a su patria.

Esta ha sido la actitud de Trump hacia el mundo, con excepción de Rusia y Putin. Hace diez años, cuando entraban flujos de dinero ruso en Occidente, Trump empezó a alabar al país y a su líder: "Mirad a Putin...está haciendo un gran trabajo reconstruyendo la imagen de Rusia y también la grandeza rusa". En 2013, Putin redactó un editorial en el New York Times en el que trataba de disuadir a Obama y su administración de tomar represalias contra el Gobierno sirio por su uso de armas químicas. Argumentaba que el gas venenoso había sido utilizado por la oposición siria para engañar a Washington y que éste atacara al régimen de Bashar Al Assad. La reacción de Trump fue lírica: "Me pareció una carta increíblemente bien escrita...Creo que quiere convertirse en un líder mundial, y eso es precisamente lo que está haciendo".

Trump admiraba tanto a Putin que imaginó que ya se habían conocido, con diversas variantes sobre esta falsa declaración hecha en público al menos 5 veces. También intentó minimizar las críticas contra el presidente ruso. "Siendo justos con Putin, decís que ha matado a gente. Yo no he visto nada de eso", declaró en 2015, "¿habéis sido capaces de demostrarlo?". Cuando este año tuvo que hacer frente a críticas similares, las rechazó diciendo: "Tenemos muchísimos asesinos. ¿Qué pasa, os creéis que nuestro país es inocente?" Trump no hizo apología de Putin porque fuera a sacar tajada política. El Partido Republicano era bastante contrario a Trump, aunque los republicanos ahora tienen una visión más favorable de Putin, 20 puntos por encima de los demócratas, lo que supone una transformación de las inclinaciones de ambos partidos.

"No hay nada que quiera hacer más que tener amistad con Rusia", declaró Trump en una rueda de prensa el pasado mes de julio. Su campaña parecía enfocada en torno a esta idea. Nombró consejero de política exterior a Michael Flynn, conocido por sus inclinaciones pro-rusas y, como sabemos ahora, financiado por Moscú. Paul Manafort, que dirigió durante un tiempo la campaña de Trump, recibió millones de dólares del partido ucraniano pro-ruso. Durante la convención republicana se suavizó bastante el tono agresivo sobre la invasión rusa de Ucrania. Una vez elegido presidente, Trump designó como su secretario de Estado a Rex Tillerson, un hombre condecorado con uno de los más altos honores de Rusia para extranjeros y con una relación muy cercana a Putin. Por último, están los repetidos contactos del equipo de campaña de Trump, así como de su familia, con miembros claves del Kremlin y nacionales rusos.

A lo mejor existe un argumento benigno para explicar todo esto. A lo mejor Trump solo admira a Putin como líder. A lo mejor se ha adherido a la cosmovisión de su consejero, Stephen K. Bannon, según la cual Rusia -un país blanco y cristiano que lucha contra los musulmanes- no es un enemigo ideológico sino un amigo cultural. Pero a lo mejor cabe otra explicación para estos largos 10 años de adulación a Rusia y a su presidente. Este es el rompecabezas que se cierne sobre la presidencia de Trump y que sin duda el consejero especial Robert S. Mueller III intentará resolver.

Las últimas revelaciones sobre Rusia y la campaña electoral de Donald Trump pueden ser de utilidad para resolver el misterio que siempre ha constituido el núcleo de esta historia: ¿de dónde viene la actitud romántica de Trump hacia Rusia y su presidente, Vládimir Putin? Se trata de una actitud tan atípica que necesita algún tipo de explicación.

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