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Día Seis: La sombra de Al Asad les persigue hasta Europa
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Pilar Cebrián

En ruta con los refugiados sirios

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Día Seis: La sombra de Al Asad les persigue hasta Europa

La mayoría de los sirios que me cruzo en el camino sufren algún tipo de trastorno mental: depresión, ansiedad, miedo, paranoia… Son ya cuatro años de guerra, de asesinatos, de desapariciones

Foto: Un grupo de refugiados sirios camina hacia Gevgelija, Macedonia, el 11 de septiembre de 2015 (Reuters).
Un grupo de refugiados sirios camina hacia Gevgelija, Macedonia, el 11 de septiembre de 2015 (Reuters).

“¡Corre!”, “¡Rápido!”, “¡Date prisa!”, “¡No te retrases!”, la ansiedad que envuelve al grupo es la propia del día a día en la ruta migratoria. No sólo es el cansancio, el hambre y el malestar, la mayoría de los sirios que me cruzo en el camino sufren algún tipo de trastorno mental: depresión, ansiedad, miedo, paranoia… Son ya cuatro años de guerra, de asesinatos, de desapariciones de seres queridos, de torturas, de amenazas y muerte… Todos y cada uno de mis compañeros de viaje muestran síntomas del impacto anímico de una guerra.

Duah y Alaa evitan salir en algunas de las fotografías. Sus familiares, me dicen, todavía viven en Siria y temen que el régimen tome represalias por su huída. “Tenemos miedo”, me explica Alaa, “no estamos en una posición de arriesgar”. Duah me dice que su marido combate en el ejército de Damasco y que, si le pillan, algo malo le podría pasar. Conocen bien el castigo por salir en prensa o en televisión, los gobiernos más sanguinarios saben cómo atemorizar a su gente. Sin duda, es una herramienta efectiva, la represión genera automáticamente autocensura entre la población.

Sin embargo, por lo que compruebo, ninguno de ellos ha ejercido un papel relevante en la oposición. No se han sumado a las milicias, a los grupos de activistas, ni al éxodo político. Además, casi todos residían en zonas controladas por los Asad: Damasco, Hama, Homs… Incluso, Malaz llegó a confesarme “prefiero a Asad antes que a Daesh porque al menos en los lugares del gobierno hay cierta estructura: electricidad, agua corriente, se pagan salarios…”. Pero después de cuatro años de caos, incluso los protegidos del régimen han preferido emigrar.

“Todos tenemos miedo de todo. De lo que dejamos atrás, de los traficantes que nos han sacado de Turquía, de las nuevas autoridades europeas…”, me explica Gigi en voz baja mientras cubre su boca con la mano. Sin duda, el miedo es el arma más poderosa de los Asad. Incluso a miles de kilómetros, nadie se atreve a hablar abiertamente de los crímenes, de la opresión o de la fractura civil que ha producido la familia alauí de Damasco. “Pronto, si las cosas salen mal, podríamos estar de vuelta”, me explica el joven ingeniero. “Recuerda que yo he intentando venir varias veces… una en avión con pasaporte falso y otras cinco en barca. Ya estoy en Serbia pero todavía queda mucho camino…”, me cuenta.

Conforme pasan los días, intuyo que la desconfianza es otro sentimiento corriente entre ellos. Cuando compruebo mi teléfono móvil, noto que alguno de ellos me observa por detrás. Es muy común que miren mi pantalla mientras escribo, o que intenten ver que páginas visito al navegar. Intento comprenderlo, cierta atmósfera de paranoia y desconfianza es lógica entre una población sometida sistemáticamente a vigilancia. Los agentes de la inteligencia siria siempre están presentes en cualquier rincón de la ciudad. Unos y otros están acostumbrados a ser espiados.

Firaz tampoco quiere hablar de política. Más que temor, es el hastío de debatir sobre algo que no les produce interés. Su hermano sí combate en un grupo de las milicias rebeldes de las afueras de Damasco pero él ni siquiera contesta cuando le pregunto si en algún momento ha pensado en ir a luchar. Hace tiempo ya que todos decidieron olvidar su propia política y probar suerte en otro lugar. De pronto, alguien hace una broma sobre Bashar pero todos callan. No están acostumbrados a burlarse de él, no saben cómo reaccionar.

Día Cinco:“Debes parecer una más. Ponte un velo”

Día Cuatro: el humor del líder que nos ha metido en Macedonia.

Día Tres: "Esto sabe a victoria". Los hermanos llegan a Atenas.

Día Dos: ¿Qué metieron en la maleta? Sana, una joya y poesía.

Día Uno: Izmir, una familia en el punto cero.

“¡Corre!”, “¡Rápido!”, “¡Date prisa!”, “¡No te retrases!”, la ansiedad que envuelve al grupo es la propia del día a día en la ruta migratoria. No sólo es el cansancio, el hambre y el malestar, la mayoría de los sirios que me cruzo en el camino sufren algún tipo de trastorno mental: depresión, ansiedad, miedo, paranoia… Son ya cuatro años de guerra, de asesinatos, de desapariciones de seres queridos, de torturas, de amenazas y muerte… Todos y cada uno de mis compañeros de viaje muestran síntomas del impacto anímico de una guerra.

Duah y Alaa evitan salir en algunas de las fotografías. Sus familiares, me dicen, todavía viven en Siria y temen que el régimen tome represalias por su huída. “Tenemos miedo”, me explica Alaa, “no estamos en una posición de arriesgar”. Duah me dice que su marido combate en el ejército de Damasco y que, si le pillan, algo malo le podría pasar. Conocen bien el castigo por salir en prensa o en televisión, los gobiernos más sanguinarios saben cómo atemorizar a su gente. Sin duda, es una herramienta efectiva, la represión genera automáticamente autocensura entre la población.

Sin embargo, por lo que compruebo, ninguno de ellos ha ejercido un papel relevante en la oposición. No se han sumado a las milicias, a los grupos de activistas, ni al éxodo político. Además, casi todos residían en zonas controladas por los Asad: Damasco, Hama, Homs… Incluso, Malaz llegó a confesarme “prefiero a Asad antes que a Daesh porque al menos en los lugares del gobierno hay cierta estructura: electricidad, agua corriente, se pagan salarios…”. Pero después de cuatro años de caos, incluso los protegidos del régimen han preferido emigrar.

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