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El viaje más importante de vuestras vidas
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Pilar Cebrián

En ruta con los refugiados sirios

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El viaje más importante de vuestras vidas

Carta a los hermanos Sana y Malaz, protagonistas de nuestra ruta con los refugiados. Un mes después de llegar a su destino, la saturación de solicitudes o la falta de documentación entorpecen sus sueños

Foto: Los hermanos sirios Malaz y Sana, protagonistas de nuestra ruta con los refugiados (Foto: Pilar Cebrián).
Los hermanos sirios Malaz y Sana, protagonistas de nuestra ruta con los refugiados (Foto: Pilar Cebrián).

Durante tres semanas, El Confidencial acompañó a un grupo de jóvenes sirios en su viaje hacia el norte de Europa. Recorrieron la ruta de los Balcanes en pos de un sueño: "Volver a tener una vida normal", huir de la guerra. Dos de ellos, los hermanos Sana y Malaz, fueron los principales protagonistas de nuestro diario sobre la diáspora siria. Llegaron a su destino, Suecia, hace más de un mes. Esta carta, epílogo de aquel viaje junto a los refugiados, refleja las experiencias de Sana y Malaz en su país de acogida. Un lugar extraño, como "una casa de muñecas", donde sus ilusiones se diluyen entre horas y horas de espera.

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Queridos Sana y Malaz,

Hace tres semanas que llegasteis a Suecia. Hace tres semanas que un autobús os trasladó hasta el pueblo Filipstad y que un encargado de inmigración os guió hasta la habitación 14 del afamado Hotel John. Hace más de 20 días que alcanzasteis vuestro anhelado destino y que os asignaron, tras dos semanas de andanza, una cama, un armario, un lavabo… Hace menos de un mes que comenzó el inicio de vuestra 'nueva vida' y que procuráis, con esmero, adaptaros a esta 'pasarela' hacia la realidad.

Han sido jornadas de largos paseos por el lago, de expediciones por el pueblo, de vueltas en el hotel… Días de fotos junto a los patos, de alegres llamadas a casa, de felicitaciones por haber llegado a la última etapa. Recibisteis con agrado el plato caliente, la ropa donada, el calor de una habitación… Poco a poco, casi os habéis acostumbrado a las dos literas, a los canales en sueco o a los pasillos con moqueta. Ya sabéis que 'gracias' se dice 'tack' y que Suecia es un lugar limpio y tranquilo “como una casa de muñecas”.

Pero también ha habido noches de sueños extraños, de sensaciones raras al despertar. Os sentís perdidos, no comprendéis bien vuestra relación con este lugar. Todavía no habéis formalizado el papeleo, el tiempo no juega a vuestro favor. La saturación de solicitudes en el país ha ralentizado el proceso. “Volved mañana”, “falta otro documento”, “se ha estropeado la máquina”, os dicen en cada visita a Inmigración. Nada está resultando tan fácil como parecía. Es ahora cuando afloran los miedos, la impaciencia y las dudas sobre cuál será el verdadero final.

Vis a vis con Inmigración

Cuéntame, ¿cuándo comenzaste a sufrir?”, os preguntaron los asistentes sociales en vuestra primera entrevista en las oficinas centrales. En cada una de las reuniones tuvisteis que rebuscar en vuestros recuerdos. ¿Fue cuando perdisteis a vuestros primeros amigos? ¿O cuando comenzó el asedio sobre Homs? ¿Fue cuando tuvisteis que huir al exilio? ¿O cuando pusisteis vuestras vidas en manos de las mafias? Quizá sea por todo esto por lo que no sabéis contestar cuando os preguntan, “¿por qué decidisteis huir de vuestro país?”.

Necesitamos ayuda”, me escribisteis hace tres días en un mensaje de texto. Al parecer, vuestro proceso de asilo se ha estancado porque no hay ni rastro de los pasaportes. Firaz dice que los envió desde la oficina postal de Estocolmo y que mandó a un 'encargado' para recogerlos en Filipstad. Sin embargo, nadie acudió a por el paquete y los documentos vuelan de vuelta a la capital. “Alguien miente”, me dijisteis. Sin pasaporte, el tiempo de espera se duplicará. Os sentís algo abandonados, confundidos e ignorados. Hay días en los que recurrís a la paciencia, pero otros caéis en la desesperación.

'Yo no soy una víctima', me decíais una y otra vez. Incluso nunca aceptasteis la camiseta o la botella de agua que alguien os ofrecía. Mantener la dignidad fue siempre una máxima importante

Y la nostalgia, con la que os veis obligados a convivir. Vuestra familia, vuestra comida, vuestro país… Veis en grupo vídeos de Damasco, escucháis melancólicas canciones de Al Shams. Y entre tanta añoranza, un inevitable sentimiento de culpabilidad. Recostados sobre vuestras nuevas literas, observáis los recientes bombardeos de la aviación rusa sobre vuestra ciudad, Homs. Y os sentís un poco cobardes por haber escapado. “En Siria solo quedan terroristas, asesinos y combatientes. Ya no hay sitio para la gente normal…”, me dijisteis cuando veíamos un álbum de fotos anteriores a 2011.

Sé que en la habitación de al lado descansan los primos Fadi, Burham y Yusef. Dicen que están bien, aunque “Suecia es raro, ya sabes”, me cuenta el mayor de los tres. Gigi, en cambio, sigue solo en el norte de Alemania, en el campamento del pueblo Tribsees. Está muy inquieto, duerme en una habitación con otras siete personas y quiere que le trasladen a un alojamiento mejor. “Conozco gente que está en habitaciones individuales… Me prometieron una para mí, pero se han olvidado… Es por mi mala suerte”, me escribe.

4.000 km. de memorias

Entre charlas y charlas con los psicólogos, vais rememorando la travesía de vuestro viaje. En las palabras del traductor, el cúmulo de sucesos suena mucho peor… “El traficante afgano arrojó al mar nuestra mochila”, “abofeteó a quien no cumplía lo dictado por él”, “dormimos en los andenes de la estación”, “fuimos traficados por una mafia en Hungría”… Al ordenar cada una de estas palabras, al reconstruir lo que verdaderamente ocurrió, es cuando tenéis la sensación de nunca haberlo vivido.

“Yo no soy una víctima”, me decíais una y otra vez en la marcha hacia Belgrado. Incluso nunca aceptasteis la camiseta o la botella de agua que alguien os regaló en el camino. Mantener la dignidad fue siempre una máxima importante. Es parte de vuestro carácter, vuestra decencia, vuestra honradez. “Somos sirios”, repetíais siempre, esbozando, con orgullo, una amplia sonrisa.

En las diferentes etapas, compartíais a menudo vuestros sueños. 'Quisiera estudiar un Máster de Arqueología', 'publicaré un libro de poemas', 'me gustaría traer a mi hija'... Son ilusiones que se diluyen en el tiempo de espera

De todas las etapas de vuestro éxodo entre los ocho países, la que más os hizo sufrir fue la carretera que unía Roszke con Budapest. No solo por el miedo que pasasteis dentro de esa furgoneta, sino porque temisteis haberlo arriesgado todo por nada. Haber invertido vuestros ahorros, los más de 5.000 euros que reunisteis entre los dos, para terminar en un campamento de acogida. Rezabais para salir de aquel vehículo con vida, pero también para que la policía no os descubriera y os forzara a registrar vuestras huellas.

En las diferentes etapas, compartíais a menudo vuestros sueños conmigo. “Quisiera estudiar un máster de Arqueología”, “algún día publicaré un libro de poemas”, “me gustaría traer a mi hija”, me decíais mientras nos acercábamos a Suecia. Son ilusiones que, ahora, se diluyen en el tiempo de espera. El país no os gusta demasiado pero vinisteis aquí por las opciones para “otra oportunidad”. Y porque, si todo marcha correctamente, en cinco años conseguiréis la nacionalidad.

Pero habéis cambiado vuestra ciudad de residencia en Facebook e incluso he visto un nuevo álbum titulado 'Filipstad' con varias fotos de perfil. Estáis animados, sabéis que Suecia puede ofreceros un porvenir. Leo en los periódicos que el año que viene el Gobierno “destinará 2.095 millones de euros a sufragar la acogida de los refugiados”. Una partida que incluirá ayudas de vivienda, comida, transporte, sanidad, educación… Pero también, este año “Suecia ha recibido el número de peticiones de asilo más alto de toda su historia”. El propio primer ministro, dicen, estima un total de 150.000 solicitudes para el final de 2015.

Pase lo que pase, sé que siempre pensaréis que estos fueron los 4.000 kilómetros más trascendentales de vuestras vidas. Volveríais a hacerlos una y otra vez, aunque en estos meses que quedan por delante dudéis si permanecer en Suecia. Aunque la frustración y el arrepentimiento empañen vuestras metas. Aunque la añoranza y la tristeza os hagan abandonar esta 'prueba' y, quizá, decidáis emprender el camino de vuelta a Turquía, a Jordania o a Siria. Aunque esto no sea como habíais soñado, sé que siempre lo recordaréis como el viaje más importante de vuestras vidas.

placeholder Dos refugiados sirios observan los ferris que parten hacia el Pireo desde la isla de Lesbos. (Foto: P. Cebrián)
Dos refugiados sirios observan los ferris que parten hacia el Pireo desde la isla de Lesbos. (Foto: P. Cebrián)

Durante tres semanas, El Confidencial acompañó a un grupo de jóvenes sirios en su viaje hacia el norte de Europa. Recorrieron la ruta de los Balcanes en pos de un sueño: "Volver a tener una vida normal", huir de la guerra. Dos de ellos, los hermanos Sana y Malaz, fueron los principales protagonistas de nuestro diario sobre la diáspora siria. Llegaron a su destino, Suecia, hace más de un mes. Esta carta, epílogo de aquel viaje junto a los refugiados, refleja las experiencias de Sana y Malaz en su país de acogida. Un lugar extraño, como "una casa de muñecas", donde sus ilusiones se diluyen entre horas y horas de espera.

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