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Chicote, tenías un ratón en el lavavajillas
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Ángel Villarino

Ratas de dos patas

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Chicote, tenías un ratón en el lavavajillas

El “periodismo de investigación”, igual que sucede con los largos reportajes o los documentales, es la alta cocina de nuestra profesión. Por eso la “profanación” resulta especialmente ofensiva

Foto: El cocinero Alberto Chicote posa para los medios durante la inauguración de una exposición (Efe).
El cocinero Alberto Chicote posa para los medios durante la inauguración de una exposición (Efe).

Querido Alberto,

Al fotógrafo italiano Fabio Polenghi le pegaron un tiro en 2010. En la confusión de los disturbios, entre blindados y humo, solo vimos cómo se lo llevaban en volandas al hospital. Tenía 45 años, los mismos que tú; y la noche antes se había estado quejando de que la agencia de noticias para la que trabajaba no quería comprarle un chaleco antibalas con el que probablemente habría salvado la vida. Hizo fotos, su trabajo, sin más protección que una camiseta.

Murió en el lugar de los hechos. En Bangkok (Tailandia), la ciudad a la que no viajaste para hacer ese “reportaje de investigación” sobre el precio del arroz plagado de los lugares comunes, malentendidos e incorrecciones de quien habla de oídas. Dicho sin acritud, no es una cuestión “de formato” como se ha defendido. ¿Sería una “cuestión de formato” servir una tortilla quemada en un restaurante? No, sería una chapuza.

He visto alguna vez tu programa. Transmites pasión por tu trabajo y te enfadas (“alucinas pepinillos”, sic) cuando alguien lo hace sin ganas, no se lo toma en serio, o engaña a sus clientes. Por eso supongo que entiendes que a muchos reporteros nos pase algo parecido cuando se falsea nuestro trabajo, cuando se da gato por liebre, o sardinas por merluza, o el equivalente gastronómico que sea pertinente.

El “periodismo de investigación”, igual que sucede con los largos reportajes o los documentales, es la alta cocina de nuestra profesión. Los hacemos mejor o peor, en función de las capacidades de cada cual, del talento y del presupuesto a disposición, pero cuando tenemos la suerte de recibir un encargo de ese género, tendemos a tomárnoslos en serio. Por eso la “profanación” resulta especialmente ofensiva.

Lo fue para Luis Garrido Julve, el periodista que grabó las imágenes de tu programa, cuando vio cómo se utilizaron. Y supongo que también para Ethel Bonet, que ha puesto su vida en riesgo tantas veces, como cuando se metió hace un par de años en la madriguera de Boko Haram. O para Juan Pablo Cardenal, que arriesgó su patrimonio personal para embarcarse en una investigación (esta vez sí) de dos durante la que recorrió más de 20 países.

O para Laura Villadiego y Nazaret Castro, que han estado años trabajando sobre el terreno para hablar del impacto que tiene la producción de materias primas como el azúcar. O para Alberto Lebrón, que se enfrentó con sus jefes y a punto estuvo de perder el trabajo cuando le pideron que falsease una cobertura periodística en Japón. Quizá también para Javier Espinosa (si no has leído el relato de su secuestro, pincha aquí). O para tantos otros que se juegan la vida, los ahorros y el futuro para hacer un trabajo que viven con pasión.

También los periodistas hacemos "tortillas quemadas". A menudo. También se exagera, se miente o se “intensifica la realidad”. Y estamos constantemente auditándonos y discutiendo sobre ello. El discípulo y biógrafo de Ryszard Kapuscinski (el reportero polaco que todos hemos querido ser alguna vez) escribió un libro de 400 páginas en el que desmonta parcialmente algunas de las mayores hazañas del maestro. Pero eso forma parte de las tensiones de cualquier profesión, igual (supongo) que Yakitoro coexiste en un mismo universo con restaurantes cuyo único modelo de negocio es engañar a turistas incautos.

Todo depende, como siempre, del punto de vista. Mike Schuh, reportero de la cadena CBS en Baltimore, se indignó el mes pasado al ver como un corresponsal asiático retransmitía en plena calle los disturbios raciales como si se tratase de una guerra civil, con chaleco protector incluido.

Cuando Schuh le afeó la conducta, el periodista extranjero se defendió respondiendo que lo hacía para que su cobertura tuviese “más efecto”. Seguramente había aprendido a “generar efecto” viendo la CNN y otras cadenas americanas, donde a menudo los enviados especiales aparecen protegidos hasta los dientes en países remotos mientras los civiles caminan a su lado en sandalias.

A Mike Schuh le indignó aquello especialmente porque, por primera vez, veía desplegar la farsa en su propio país, en su propio entorno, en aquello que él conoce. Como cuando tú te encuentras un ratón en el lavavajillas. O como cuando nosotros vemos ciertos “reportajes de investigación”.

Querido Alberto,

Tailandia Alberto Chicote