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Un jefe de Estado gorrón y mentiroso
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

Un jefe de Estado gorrón y mentiroso

El pasado domingo, a las siete de la tarde, el mundo del cine alemán tenía una cita en el palacio de Bellevue, residencia oficial del presidente

El pasado domingo, a las siete de la tarde, el mundo del cine alemán tenía una cita en el palacio de Bellevue, residencia oficial del presidente de este país, coincidiendo con la celebración de la Berlinale. Estaban invitadas 250 personas. Acudían apenas un centenar, y no los más importantes ni los más famosos. Uno de ellos comentaba : “Espero que el presidente no me pida entradas gratis para mi próximo estreno”.

Ese presidente, el jefe del Estado alemán, Christian Wulff, 52 años de edad, parece dispuesto a acabar con la dignidad que va unida al cargo que desempeña desde hace año y medio y al que se aferra de una manera desesperada. Hace tres meses surgió el primero de una serie de escándalos relacionados con su aceptación de regalos, invitaciones y ayudas financieras por parte de sus numerosos amigos ricos y supermillonarios, primero en su etapa como ministro-presidente del land de Baja Sajonia y luego como primera jerarquía de este país. No se trata, en ningún caso, de corrupción a gran escala pero sí de aceptación de favores, vacaciones pagadas en lugares de lujo, billetes en business class, créditos personales a intereses ventajosos, uso de teléfonos móviles gratis, de coches de la Volkswagen para uso privado, de pagos de una campaña de publicidad para un libro del hoy presidente, de ayudas a un productor de cine a cambio de ser introducido en esos círculos glamorosos...

Estas Navidades Wulff llegó a dejar un mensaje grabado en el teléfono móvil del redactor jefe del Bild Zeitung quejándose del trato que estaba recibiendo por parte de ese órgano de información y de otros medios. La Fiscalía de Hannover ha abierto diligencias sobre la estancia del matrimonio Wulff –el presidente está casado en segundas nupcias con una relaciones públicas- en un hotel de lujo de la isla de Sylt, pagada por un empresario amigo, aunque el presidente federal afirma que él le devolvió el dinero en metálico algún tiempo después.

La vida política de la República Federal en los últimos decenios se ha desarrollado con un nivel de corrupción ‘aceptable’ y con una diferencia sustancial con respecto a España: aquí los políticos y los responsables dimitían a pocas horas o días de conocerse la menor corrupción o abuso

Prácticamente no hay semana en la que no surja una novedad sobre el carácter gorrón y hasta cierto punto inconsciente de la persona que representa a Alemania dentro y fuera de su país. La mayoría de los comentaristas han señalado que la dimisión se presenta como la única salida posible y, al tiempo, comprueban cómo Wulff se atornilla al cargo porque esa dimisión supondría no sólo una humillación personal y un revés para la CDU de Merkel, sino la renuncia a unos cuantiosos emolumentos como ex jefe del Estado de la República Federal. Wulff, de orígenes modestos y que apenas conoció a su padre, abogado, ha hecho carrera exclusivamente en el mundo de la política. La canciller Merkel, inexplicablemente, le sigue apoyando. Estando como está nuestra ‘Dama de Hierro brandenburguesa’ en unos niveles máximos de popularidad no cree que este escándalo le afecte especialmente. Ella fue quien le catapultó hacia ese cargo -también para quitárselo de encima como barón regional con ínfulas- después de que el anterior presidente, Horst Köhler, el predecesor de Rodrigo Rato en el Fondo Monetario Internacional, dimitiera el 31 de mayo de 2010 precisamente por sentirse poco respaldado por la primera ministra.

Aquí se dimite

Hubo un tiempo en el que la decencia y el honor tenían un valor político en Alemania. Después del horror del Tercer Reich y de reconocer, de mejor o peor gana, que la depuración de los nazis no había sido todo lo meticulosa que hubiera sido de desear, la vida política de la República Federal en los últimos decenios se ha desarrollado con un nivel de corrupción ‘aceptable’ y con una diferencia sustancial con respecto a España: aquí los políticos y los responsables dimitían a pocas horas o días de conocerse la menor corrupción o abuso. Algún caso fue especialmente memorable y doloroso, como cuando Helmut Kohl, el canciller de la reunificación, fue empujado por Merkel a abandonar su cargo de jefe de la CDU por negarse a facilitar los nombres de las personas que habían financiado al partido de manera irregular.

Hoy día la mayoría de los alemanes vive con extraordinaria vergüenza ajena el escándalo en torno a su presidente, quien ha tenido que soportar dos manifestaciones humillantes ante su residencia oficial: una, a principios de año, con zapatos en alto -signo máximo de desprecio, sobre todo en el mundo árabe- y la segunda, hace cuatro días, cuando colocaron en la puerta de entrada de Bellevue una inmensa silla vacía. Su capital político está completamente devaluado y las explicaciones de sus abogados encuentran cada vez menos eco. La cuestión es saber cuánto más tiempo este hombre está dispuesto a seguir ocupando esa posición sin tener en cuenta el daño que le está causando.

En paralelo se ha abierto aquí un debate sobre el sponsoring o la financiación por parte de empresas fuertes de eventos o actividades de políticos individuales o de partidos. Casi resulta impensable preparar cualquier tipo de convención, congreso o acto festivo sin la participación  -por supuesto interesada- de compañías y multinacionales que defienden sus intereses ante sus “protegidos”. Ni aquí ni en España está regulado ese sponsoring. Según la revista Wirtschaftswoche entre los años 2009 y 2010 el Estado alemán recibió casi 94 millones de euros en este capítulo, de los cuales 60 fueron al Ministerio de Sanidad. Es fácil deducir el margen de maniobra que les queda a los beneficiarios de estos apoyos externos, cada vez más imprescindibles, por lo que se ve, para desarrollar y promover la imagen externa de una entidad, institución o persona individual. Compadreo y gorroneo van unidos... lo malo es cuando llegan a los escalones más altos del poder.

El pasado domingo, a las siete de la tarde, el mundo del cine alemán tenía una cita en el palacio de Bellevue, residencia oficial del presidente de este país, coincidiendo con la celebración de la Berlinale. Estaban invitadas 250 personas. Acudían apenas un centenar, y no los más importantes ni los más famosos. Uno de ellos comentaba : “Espero que el presidente no me pida entradas gratis para mi próximo estreno”.