Es noticia
Un premio para una Europa que está dejando de existir
  1. Mundo
  2. Europa Europa
Aurora Mínguez

Europa Europa

Por
Aurora Mínguez

Un premio para una Europa que está dejando de existir

 ¿A qué teléfono llamó el Comité del Nobel ayer para notificar a la Unión Europea que había recibido el Premio de la Paz? ¿Por qué un

 

¿A qué teléfono llamó el Comité del Nobel ayer para notificar a la Unión Europea que había recibido el Premio de la Paz? ¿Por qué un país que por dos veces ha rechazado entrar en la Unión Europea concede a esta institución ese galardón precisamente en el  momento en que atraviesa su más profunda crisis? ¿Quién va a cobrar los 925.000 euros del premio? Sean cuales sean las respuestas, lo que se puede decir es que Oslo ha concedido un premio mirando hacia atrás en el tiempo, hacia lo logrado por  Bruselas y por los 500 millones de personas que pertenecen a la Unión en los últimos decenios. Un premio que ha de ser visto como una advertencia para que profundice en lo conseguido, y no en su desmantelamiento. Este continente tantas veces empapado y desgarrado por la sangre, las guerras -frías y calientes-, las rivalidades y los conflictos, lleva 60 años en paz y representa todavía unos valores y un estilo de vida envidiable, si bien la crisis está ahora poniéndolos no sólo en cuestión sino en serio peligro.

EL Nobel puede ser un recordatorio para todos los europeos -sobre todo para los más jóvenes- de lo que han conseguido en este último medio siglo y que parecen olvidar: la reconciliación entre Francia y Alemania, la integración de antiguas dictaduras (Grecia, Portugal y España) en una Unión que les daba la etiqueta de demócratas y les inundaba con fondos de ayuda, la incorporación de los países sometidos al comunismo a una Europa abierta y, sobre todo,libre; la lenta incorporación de los Balcanes en una comunidad donde no caben las masacres ni los nacionalismos violentos.

Las múltiples debilidades de la UE

Pero las alegrías por este premio inesperado no pueden ni deben ocultar la profunda crisis que atraviesa la Unión Europea. Una Unión en la que uno de sus valores primigenios, la solidaridad, está siendo puesta día en día en cuestión por los ciudadanos y los gobiernos de los pueblos más ricos, que se permiten soñar con una división de uno de los principales símbolos de esa unidad, el Euro. Una Unión conducida malamente por unos políticos aterrorizados ante unos mercados a quienes no han sido capaces de meter en cintura;que no sólo no han cumplido con sus promesas del año 2009 y siguientes de acabar con las piruetas peligrosas de las especulación sino que se han plegado ante el enemigo, manteniendo y perseverando en  las políticas económicas que convienen a esos mercados y que han llevado a la recesión a la mitad de países de la Eurozona. Una Unión que va camino de perpetuar un continente y una sociedad muy alejada del estado de bienestar que conoció Europa en los años ochenta y noventa y que era uno de sus mayores orgullos; un mundo nuevo en el que los ricos serán cada vez más ricos y los pobres- muchos ex clase media- formarán un nuevo proletariado al que nadie defenderá ni ofrecerá alternativas, porque lo social es, por lo que se ve, algo impagable y, sobre todo, muy poco cool y menos rentable. Las políticas de crecimiento parecen hoy por hoy un sueño utópico que se aplicarán, tal vez, sobre tierras ya quemadas e improductivas. Parece mucho  más prioritario conseguir la Unión Bancaria –que Alemania  pretende ahora frenar- y esa Unión Fiscal que traerán consigo, ojalá, la definitiva Unión Política. Entonces sí que tendrían derecho los políticos europeos a otro Premio Nobel.

Es ésta una Europa que es cada vez menos plural y menos democrática. En la que parece que sólo uno -o, mejor dicho, una -manda y los demás obedecen. En la que, como muy bien ha recordado el Tribunal Constitucional alemán, los Parlamentos Nacionales son ignorados por unos políticos que pactan decisiones trascendentales en las esquinas de las reuniones comunitarias o en encuentros bilaterales sin luz ni taquígrafos. Una Europa sin peso diplomático en el mundo, un softpower sin mordiente, que intenta compensar su falta de perfil a base de costosos programas de cooperación y ayuda internacional. Una UE que está acabando con sus propios principios para pretender luchar contra los efectos de la globalización y donde las muestras de protesta y de miedo toman la forma de no sólo manifestaciones callejeras (en algunos casos demonizadas por los gobiernos criticados) sino de nacionalismos, populismos y xenofobia. Europa está enferma, y este Premio Nobel es un premio nostálgico a aquello que está dejando de ser.