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Obama, un poco harto de Merkel, busca en Draghi un nuevo aliado
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

Obama, un poco harto de Merkel, busca en Draghi un nuevo aliado

 Reelegido ya Obama, Merkel sabe muy bien lo que le espera: más llamadas y más presión para que resuelva lo antes posible la crisis del euro.

 

Reelegido ya Obama, Merkel sabe muy bien lo que le espera: más llamadas y más presión para que resuelva lo antes posible la crisis del euro. Pero desde la centralita de la Casa Blanca ya no se marcará sólo el número de la Cancillería de Berlín, sino también el de un despacho en Frankfurt, donde Mario Draghi controla la estabilidad de la moneda única, y lanza mensajes tranquilizadores a los mercados.

Y es que, según el think tank Bruegel, con base en Bruselas, en estos últimos dos años -entre enero del 2010 y junio del 2012- el ministro de Finanzas de los Estados Unidos, Tim Geithner, ha llamado 58 veces a Mario Draghi y a su antecesor Jean Claude Trichet. Geithner, siempre según Bruegel, no ha contactado en ese tiempo ni a la Comisión Europea, ni al Ecofin. Sólo en dos ocasiones ha llamado al presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker,  para cuestiones de rutina. El que cuenta para los Estados Unidos es el señor Draghi, tanto, o quizá más, que el Fondo Monetario Internacional.

Merkel ya no es, pues, la interlocutora privilegiada en Europa para Obama. Se la ve más bien como aquella que con su testarudez puede asfixiar a algunos de sus socios. Ya en junio, el hoy reelegido presidente advertía a la canciller de la necesidad de actuar con urgencia para resolver la crisis de la deuda, obviando su propia situación doméstica. Obama ha estado presionando muy fuerte a Berlín  en estas últimas semanas, alineándose con Hollande, Rajoy y Monti a favor de políticas de crecimiento. En la República Federal todos han mirado para otro lado. No admiten consejos del país más endeudado del mundo, y no creen que las deudas se puedan resolver con más deudas.

Merkel ya no es, pues, la interlocutora privilegiada en Europa para Obama. Se la ve más bien como aquella que, con su testarudez, puede asfixiar a algunos de sus socios. Ya en junio, el hoy reelegido presidente advertía a la canciller de la necesidad de actuar con urgencia para resolver la crisis de la deuda, obviando su propia situación doméstica. Obama ha estado presionando muy fuerte a Berlín en estas últimas semanas, alineándose con Hollande, Rajoy y Monti a favor de políticas de crecimiento. 

En la campaña electoral Obama ha hecho varias menciones a Europa, siempre en referencia al peligro que esta crisis plantea para la economía norteamericana, y también, alguna concreta sobre el atraso español para hacer frente a la burbuja inmobiliaria, compensada a posteriori con la frase “no podemos permitir que España se hunda”. En todo caso, el mensaje hacia el otro lado del Atlántico era claro: no me arruinéis mi elección. Pero de Merkel no ha llegado un apoyo expreso.

La relación entre los dos mandatarios es correcta aunque no cálida. Angela Merkel, curiosamente, se entendió siempre muy bien  con George Bush. Con Obama le une un similar carácter frío, analítico, directo y poco sentimental. Se hablan de una manera desapasionada y, cuando discrepan, lo admiten sin problemas  y tampoco dramatizan. Merkel recibió el 7 de junio del 2011 uno de los mayores galardones de los Estados Unidos, la Medalla de la Libertad, en una cena de gala celebrada en la Casa Blanca, pero Obama no ha visitado aún Berlín. Prueba, tal vez, de que algo aún no ha cuajado al cien por cien en la relación germano-norteamericana.

Ahora quedan otros cuatro años por delante para seguir conociéndose y acercando posiciones. Obama habla, hoy por hoy, de crecimiento, y Merkel, de reformas estructurales imprescindibles para alcanzar un crecimiento, que para el resto de los europeos, parece aún muy lejano. El reelegido presidente de los Estados Unidos sigue mirando a Europa como un riesgo. Esperemos que Mario Draghi le convenza de que la cosa no es para tanto.

 

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