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¿Se ha planteado alguna vez seriamente la posibilidad de comerse a su perro?
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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¿Se ha planteado alguna vez seriamente la posibilidad de comerse a su perro?

¿Se ha planteado alguna vez seriamente la posibilidad de comerse a su perro? ¿Y la de echar a patadas al gato y sustituirlo por otro ser

¿Se ha planteado alguna vez seriamente la posibilidad de comerse a su perro? ¿Y la de echar a patadas al gato y sustituirlo por otro ser vivo menos dañino para el planeta, como un canario o un conejo? Con un punto justo de ironía, los neozelandeses Robert y Brenda Vale elevan éstas y otras ocurrencias a actos heroicos en un libro recién publicado en su país: un curioso estudio plagado de cifras que desmenuza el impacto ambiental de las mascotas.

Las conclusiones de Time to Eat the Dog: The Real Guide to Sustainable Living son igualmente escandalosas. La pareja Vale asegura que “un pastor alemán o cualquier perro de tamaño parecido provoca daños sobre el medio ambiente similares a los de comprar un Land Cruiser y hacerle 10.000 kilómetros”. Afinando en la parte técnica, los autores explican cómo cada “perro de tamaño medio” criado en los países ricos devora anualmente164 kilos de carne y 95 kilos de cereales.

“Para producir tal cantidad de alimento se necesitan 1,1 hectáreas de terreno, sin contar la carga de fertilizantes, pesticidas, antibióticos, etcétera. Mientras, para la construcción y consumo del Land Cruiser bastan 0,41 hectáreas”. Los cálculos se aplican después a otros animales de compañía, una ecuación en la que los gatos no salen mejor parados. La “huella ambiental” del felino es de 0,15 hectáreas al año, poco menos que un Volkswagen Golf.

Arquitectos de formación, los autores, que dan clase en la Universidad de Victoria y se han especializado en teorizar sobre la “vida sostenible”, gozan de un cierto reconocimiento en Nueva Zelanda. El país es campo abonado para obsesiones “verdes” como la suya: en este archipiélago escorado en el ángulo inferior derecho del mapamundi el debate ecológico tiene bastante más tirón que la política.

Canibalismo y necrofagia

Por el momento, tranquiliza el libro, los autores no se van a comer vivos a sus perros. La provocación sirve más bien como título resultón de portada y como señuelo para atraer la atención sobre un tema desconocido. Y, por supuesto, para vender más libros. Las páginas interiores lo que aconsejan es hacerse con “mascotas sostenibles y reciclables”, como pollos, peces o conejos, que no comen carne y que además pueden acabar en la sartén sin provocar un disgusto excesivo a la familia. Otra de las soluciones que proponen (parece que totalmente en serio) es una extraña forma de canibalismo y necrofagia: convertir los cadáveres de las mascotas en comida para otras mascotas, siempre con la idea de reducir el impacto ambiental de los animales de compañía.

“Puede parecer estúpido pero todo es válido teniendo en cuenta lo que sabemos: que la población del planeta crece y los recursos son finitos”, insistían los autores en declaraciones al rotativo digital Dominion Post de Nueva Zelanda. “El problema de la sostenibilidad nos obligará a tomar decisiones tan difíciles como la de comerse a tu perro. Ya no se trata sólo de reciclar papel, llevar bolsas al supermercado, o cambiar las bombillas, sino de cosas realmente duras que tendremos que afrontar en nuestra propia generación”.

Más allá de la provocación, el trabajo de los Vale abre una nueva veda en los estudios de impacto ambiental. Se trata de una tendencia cada vez más en boga, que ofrece una alternativa más racional para preocuparse por el planeta que la clásica aversión ecologista contra la industrialización o sus reediciones del “buen salvaje”. Algunos estudios sobre el impacto ambiental han obtenido conclusiones inesperadas. Sucedió, por ejemplo, cuando las compañías aéreas decidieron sustituir los cubiertos de plástico por la vieja vajilla de metal. Tras un análisis exhaustivo llegaron a la conclusión de que el acero inoxidable es aún menos sostenible que el plástico barato. En primer lugar por los detergentes y la energía que se utiliza al lavarlos, y después por el combustible extra que se consume al aumentar el peso del avión con cuchillos, platos y tenedores de metal.

En definitiva, los perros y gatos domésticos no son sostenibles. Sólo cabe preguntar cuál es el coste medioambiental de Robert y Brenda Vale. Quizá merezca la pena comérselos.

¿Se ha planteado alguna vez seriamente la posibilidad de comerse a su perro? ¿Y la de echar a patadas al gato y sustituirlo por otro ser vivo menos dañino para el planeta, como un canario o un conejo? Con un punto justo de ironía, los neozelandeses Robert y Brenda Vale elevan éstas y otras ocurrencias a actos heroicos en un libro recién publicado en su país: un curioso estudio plagado de cifras que desmenuza el impacto ambiental de las mascotas.