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El “modelo chino” gana adeptos como alternativa al occidental
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Ángel Villarino

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El “modelo chino” gana adeptos como alternativa al occidental

Occidente se tumba en el diván, preocupado por su futuro, aquejado por un pesimismo paralizante, desbordado por las deudas, por la incapacidad para generar empleo y

Occidente se tumba en el diván, preocupado por su futuro, aquejado por un pesimismo paralizante, desbordado por las deudas, por la incapacidad para generar empleo y por la baja tasa de crecimiento. Mientras, China saca pecho, orgullosa de sus logros y de su aparente inmunidad frente a la crisis global, con la autoestima reforzada por el argumento de peso que supone sostener un aumento del PIB que ronda el 10%. El Gobierno de Pekín invierte fuera, nos presta dinero, nos da lecciones de gestión y nos exige que “curemos de nuestra adicción al endeudamiento”. Con este panorama, era sólo cuestión de tiempo que alguien empezase a proponer el modelo chino como alternativa al nuestro.

Aunque la idea lleva algún tiempo asomando tímidamente la cabeza, sus defensores se expresan ahora con más vehemencia que nunca. En los últimos meses se han publicado decenas de artículos y varios libros que sugieren diferentes grados de imitación del modelo chino. Y entre los occidentales expatriados en China el argumento acaba saliendo antes o después en cualquier cena. Algunos se limitan a sugerir que copiemos unas cuantas fórmulas, tales como regular más los mercados, nacionalizar sectores estratégicos y dar poder al Estado frente al sector privado. Otros se atreven a sostener que la entera propuesta de gobierno del Partido Comunista Chino (PCCh) es moralmente superior y más eficaz que la democracia liberal. Siguen siendo voces minoritarias, pero reflejan un entusiasmo que hacía años que no se escuchaba al hablar de un modelo alternativo.

La verdad es que lo de “importar el modelo chino” es algo de lo que en otras latitudes llevan hablando muchos años. En el entorno asiático y en África es tema de debate frecuente y algunos políticos no esconden sus preferencias. Olusegun Obasanjo, ex presidente nigeriano, dejó dicho que le gustaría ver “un mundo dirigido por China, y cuando eso ocurra queremos estar justo detrás”. El presidente de Madagascar, Marc Ravalomanana, admitió que "China es un ejemplo de transformación y en África tenemos que aprender de vuestra experiencia". En América Latina la idea se plantea con menos entusiasmo, pero cuenta con grandes defensores, tanto desde la derecha como desde la izquierda radical. Gente como Heinz Dieterich, quien hace ya algún tiempo que afirma cosas como ésta: “China, con la sabiduría de Sun Tzu, ha evitado cataclismos, avanzando dialécticamente con firmeza estratégica y flexibilidad táctica en la conquista de posiciones geopolíticas, dando todo un ejemplo de política exterior expansiva para los gobiernos progresistas latinoamericanos”.

Analistas europeos y americanos se suman a la idea

A la idea se están sumando analistas europeos y americanos de relativo prestigio y generalmente ligados a la izquierda (aunque hay de todo). La italiana Loretta Napoleoni, quien nos tiene acostumbrados a mensajes provocadores, aborda el asunto en ‘Maonomics’, un libro recién traducido al español en el que plantea la presunta superioridad del sistema chino. En plena campaña de promoción, ha expuesto con convicción sus argumentos, por ejemplo en ésta entrevista con La Vanguardia. Sin haber leído íntegro el ensayo, da la sensación de que la autora ofrece una visión parcial y muestra sólo la cara amable del sistema chino, adoptando tonos incluso más triunfalistas que los del propio Partido Comunista. Entre otras cosas, Napoleoni da por supuesto que el “capitalismo de estado” chino es capaz de repartir la riqueza mejor de lo que lo han hecho las democracias occidentales, algo que contradice el apabullante aumento de las desigualdades generado en China en los últimos años. Un problema, por otra parte, asumido y debatido por el propio Gobierno chino. Paradójicamente, un libro tan anti-sistema como el suyo difícilmente pasaría el corte de la censura si las reglas de juego fueran las mismas en Occidente que en China. Es más: por algo parecido a lo que ella hace, por proponer un cambio de modelo, el premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo lleva una larga temporada pudriéndose en la cárcel.

Occidente se tumba en el diván, preocupado por su futuro, aquejado por un pesimismo paralizante, desbordado por las deudas, por la incapacidad para generar empleo y por la baja tasa de crecimiento. Mientras, China saca pecho, orgullosa de sus logros y de su aparente inmunidad frente a la crisis global, con la autoestima reforzada por el argumento de peso que supone sostener un aumento del PIB que ronda el 10%. El Gobierno de Pekín invierte fuera, nos presta dinero, nos da lecciones de gestión y nos exige que “curemos de nuestra adicción al endeudamiento”. Con este panorama, era sólo cuestión de tiempo que alguien empezase a proponer el modelo chino como alternativa al nuestro.