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El miedo chino a envenenarse como oportunidad de negocio
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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El miedo chino a envenenarse como oportunidad de negocio

Li Tong y su esposa no se fían de la calidad de los alimentos chinos y, siempre que pueden, consumen productos importados. En su despensa hay

Li Tong y su esposa no se fían de la calidad de los alimentos chinos y, siempre que pueden, consumen productos importados. En su despensa hay leche de soja australiana, agua embotellada en Francia, judías enlatadas japonesas, galletas italianas, chocolates suizos... En los últimos años, han desarrollando un complejísimo código de conducta para alimentarse, aprendiendo a descifrar códigos de barras, rastreando en Internet ingredientes prohibidos en Occidente y evitando siempre que pueden los restaurantes, ya que allí no controlan lo que comen.

Se trata de una paranoia que se entiende mejor al asomarse a la ventana de su apartamento. Viven en el epicentro del desastre medioambiental chino, en Taiyuan (región de Shanxi), ciudad gris rodeada de minas de carbón y centrales térmicas. Li Tong dirige allí una empresa de publicidad y no le importa pagar hasta cuatro veces más de lo habitual por sus compras diarias. Por el resto, casi todas las verduras que consumen las cultivan en un pequeño huerto situado en una zona rastrillada de plásticos y desperdicios, una huerta familiar que cuidan los padres de Li.

Se trata de un caso extremo, pero sirve para ilustrar una tendencia en auge: todas las encuestas de opinión reflejan que la seguridad alimentaria es una de las primeras preocupaciones de los chinos y que cada vez más familias optan por comida importada o producida en granjas teóricamente “ecológicas”, sectores que experimentan crecimientos que rozan en 50 por ciento anual. La angustia aumenta con cada nuevo escándalo sobre leches maternas adulteradas con sustancias plásticas, aceites obtenidos al filtrar agua de alcantarillas o vegetales llenos de pesticidas venenosos y prohibidos. 

Es cierto que comprar productos foráneos sigue siendo una elección al alcance sólo de minorías, pero también es verdad que el fenómeno ya trasciende desde hace años a las grandes ciudades y a las regiones más cosmopolitas. Por ejemplo, en la región de Sichuan, la nueva frontera del desarrollo chino en el interior, el consumo de comida foránea aumentó un 161 por ciento en los primeros tres meses de 2012 respecto al año anterior.

Para las empresas españolas se trata de una enorme oportunidad, un mercado que muchos productores, azuzados por la crisis, se han lanzado ya a buscar. La cifras llaman al optimismo. La Cámara de Comercio en Pekín aseguraba en 2010 que las exportaciones agroalimentarias habían crecido un 72 por ciento respecto al año anterior. Pues bien, según los datos cuatrimestrales de 2012, las ventas se han triplicado desde que se hizo dicho anuncio y, entre enero y mayo de este año, las empresas del ramo vendieron 122 millones de euros a China, frente a los 41 millones de 2010. 

Con los números en la mano, me lo explicaba esta semana Alberto Alonso, el consejero comercial del ICEX en Pekín. “El 20 por ciento de lo que exportamos a China es ya del sector agroalimentario y es lo que tiene más futuro. Además, se está produciendo una diversificación. Antes vendíamos sobre todo carne, pescado y gourmet, como aceite de oliva y vino. Pero ahora están vendiendo cada vez más productos de consumo genérico, como galletas, conservas de pescado, etcétera”.

En algunos supermercados chinos ya empiezan a verse latas de atún “Calvo”, pastas “Gallo”, yogures “Pascual” o zumos “Juver”. A diferencia del aceite de oliva virgen, del Rioja o del jamón ibérico, se trata de alimentos envasados que las marcas chinas llevan décadas ofreciendo a sus consumidores. Sucede que ahora su denominación de origen europea les permite competir con las marcas locales, compensando con garantías de calidad sus desorbitados precios. 

“Es cierto que cada vez hay más distribuidores y empresas buscando productos españoles de todo tipo. Además tenemos buena fama porque no hemos tenido problemas con los controles de calidad para la importación, que son más rigurosos que en muchos países más desarrollados que China. Dicho esto, hay que decir que China lo que más demanda sigue siendo materia prima, no elaborados. Casi la mitad de lo que les vendemos es carne de cerdo, despojos, tocino, pescado, aceite sin envasar y productos que el consumidor no tiene por qué saber que vienen del extranjero”, matiza Alonso.

Jaime Pastor, responsable de Osborne para el mercado asiático, me lo explicaba desde el punto de vista de las empresas. “Empieza a no ser tan difícil encontrar alimentos importados en supermercados chinos, por ejemplo aceite de oliva. Cada vez hay más puntos de venta con secciones “Gourmet” o “Delicatessen”. Sin embargo, la entrada al mercado es lenta y paulatina. Un ejemplo de ello es que las grandes superficies occidentales como Carrefour o Wal-Mart se han instalado ofreciendo muchos productos locales y muy pocos importados. Eso sí, la tendencia es a meter cada vez más producto foráneo”.

Algo en lo que coinciden todos es en la complejidad de entrar en China y en la necesidad de estudiar bien los movimientos antes de lanzarse a la aventura. “Hay que estudiar las características del sector y sus jugadores en profundidad y explorar las oportunidades desde el propio mercado y no a 10.000 kilómetros de distancia”, recomienda Pastor. Desde la Cámara de Comercio, Alonso es incluso más tajante. “Nosotros, de entrada, no recomendamos que vengan empresas que no tengan experiencia en comercio exterior. China es muy difícil y muy distinta, por normativa, por controles, por todo. Si no se viene preparado, mejor no venir”