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Cuatro motivos por los que no habrá guerra entre China y Japón
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Ángel Villarino

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Cuatro motivos por los que no habrá guerra entre China y Japón

A lo largo de esta semana he recibido varios correos electrónicos, tanto profesionales como personales, en los que se me preguntaba si iba a haber una

A lo largo de esta semana he recibido varios correos electrónicos, tanto profesionales como personales, en los que se me preguntaba si iba a haber una guerra entre Japón y China. Las imágenes de las manifestaciones “anti-japonesas” frente a la embajada y los consulados nipones, las noticias de ataques y cierres de fábricas, parecen haber generado la impresión de que realmente existe un riesgo de conflicto armado entre las dos grandes potencias de Extremo Oriente, países que además sostienen la segunda y la tercera economía del mundo. En realidad, y como suele suceder en estos casos, la crisis se ha vivido con bastante menos alarmismo desde el lugar de los hechos. Por varios motivos.

1. A nadie le interesa un conflicto

Ni el Gobierno chino, ni el japonés, tienen motivos para iniciar un conflicto armado. No hay nada que ganar y mucho que perder. Sus dos economías son totalmente interdependientes. En 2011, Japón exportó a China unos 150.000 millones de euros e importó unos 115.000 millones. El gigante asiático es el primer socio comercial para Japón, país que, a su vez, es el tercer socio comercial para China. Además, una proporción significativa de sus compañías mantienen inversiones en el país vecino. Una guerra, aunque fuese de baja intensidad, arruinaría las expectativas económicas. Por si fuera poco, la defensa de Japón depende de la Séptima Flota estadounidense. Y aunque a Washington le conviene mantener una cierta tensión en la zona para justificar y reforzar su presencia en Asia/Pacífico, la Casa Blanca no tienen ninguna intención de enfrentarse a China y ha buscado calmar los ánimos. “Nadie piensa en serio que pueda haber ahora mismo una guerra. De hecho, ni siquiera se han desplegado barcos con armas”, me decía el domingo pasado por correo electrónico Taylor Fravel, analista del MIT de Massachusetts.

2. El nacionalismo “anti-japonés” no es nada nuevo

Los exaltados que han aparecido estos días en televisión quemando coches, portando retratos de Mao Tse Tung, gritando insultos contra los “demonios japoneses” y agitando pancartas en las que piden que su Ejército reaccione con contundencia son una insignificante minoría instrumentalizada por Pekín para meter presión a su vecino. Su fanatismo no coge por sorpresa (en 2005 protagonizaron una campaña parecida) y constituye la expresión más ruidosa de un sentimiento “anti-japonés” generalizado entre la población y que forma parte de la identidad nacional china desde hace más de 60 años. El propio himno de la República Popular es una adaptación de una canción patriótica contra los “demonios invasores” compuesta en 1935, durante la ocupación de Manchuria. El recuerdo de las atrocidades cometidas por los soldados del Sol Naciente en Asia durante la Segunda Guerra Mundial (equiparables a las de la Alemania nazi) sigue muy presente y la propaganda se encarga de que nadie lo olvide. A lo largo de la última semana con especial intensidad.

3. Las islas Diaoyu/Senkaku no son tan importantes

Al archipiélago por cuya soberanía se enfrentan las dos potencias de Extremo Oriente se llama Diaoyu en chino y Senkaku en japonés. Son ocho islotes, apenas siete kilómetros cuadrados de roca cubierta por vegetación al sur de Okinawa y al norte de Taiwán, en el Mar de China Oriental, situados sobre aguas con un relativo valor estratégico (una cuestión de rutas marítimas) y algunos recursos pesqueros. Además, podrían esconder un pequeño yacimiento de petróleo y gas. Poco más. Su soberanía ha sido disputada durante décadas con diferentes argumentos históricos que ambos países reivindican periódicamente. El último enfrentamiento estalló con la nacionalización de tres de las islas por parte de Japón, cuyo Gobierno se las compró a la familia nipona que ostentaba el título de propiedad. Tokio rompió así el “status quo”, ya que había un cierto consenso en “dejar las cosas como están”. El propio primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, admitió el viernes que era un tira y aflora en el que se les había ido la mano. Más que el valor real de las islas, la crisis parece enmarcada en el pulso que mantienen ambas potencias (una emergente y otra descendente) para redefinir los equilibrios en una región donde Japón fue el actor principal durante décadas y ahora ve con preocupación cómo China va ocupando esa posición hegemónica.

4. Se aviva el nacionalismo en clave de política interna

Tanto el Gobierno chino como el japonés tienen motivos para agitar las banderas y unir a la población frente a un enemigo externo. En Pekín, el Partido Comunista afronta una inminente renovación de la cúpula en medio a escándalos y a una cierta división interna, mientras se teme una desaceleración de su boyante economía. Japón, por su parte, arrastra una interminable crisis que ha generado una importante frustración en los últimos años, resucitando las consignas nacionalistas. El auge de China como superpotencia se observa desde Tokio como una evidencia más de este declive y el discurso de “plantar cara a Pekín” es cara vez más popular. Una actitud que seguramente será recurrente de aquí a las elecciones generales del año que viene.

A lo largo de esta semana he recibido varios correos electrónicos, tanto profesionales como personales, en los que se me preguntaba si iba a haber una guerra entre Japón y China. Las imágenes de las manifestaciones “anti-japonesas” frente a la embajada y los consulados nipones, las noticias de ataques y cierres de fábricas, parecen haber generado la impresión de que realmente existe un riesgo de conflicto armado entre las dos grandes potencias de Extremo Oriente, países que además sostienen la segunda y la tercera economía del mundo. En realidad, y como suele suceder en estos casos, la crisis se ha vivido con bastante menos alarmismo desde el lugar de los hechos. Por varios motivos.