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Toda la verdad sobre el 'salto adelante' de la industria armamentística China
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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Toda la verdad sobre el 'salto adelante' de la industria armamentística China

 A principios de los años 80, la industria armamentística china era calamitosa. Entre sus productos estrella se contaban unos gruesos abrigos para que las tropas no

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A principios de los años 80, la industria armamentística china era calamitosa. Entre sus productos estrella se contaban unos gruesos abrigos para que las tropas no se helasen en invierno: prendas que se despeluchaban, pesaban una barbaridad y a menudo llegaban defectuosas a los cuarteles, obligando a los soldados a caminar sujetando los broches con una mano para no palmar de frío.

En los últimos años hemos sabido que China produce el único caza con tecnología anti-radar fabricado fuera de Estados Unidos (el J-31), misiles intercontinentales de tercera generación capaces de transportar cabezas nucleares, (los DF-41) y que desarrolla armas espaciales como la que utilizó en 2007 para destruir un satélite meteorológico situado a 850 kilómetros de la superficie. Más reciente es la presentación de su primer portaaviones, el Liaoning, que en realidad es un trasto herrumbroso comprado a Ucrania a finales de los 90 y tuneado con los últimos adelantos.

En cualquier caso, las fábricas militares chinas, rodeadas de un considerable secretismo, producen ya más de la mitad de las armas convencionales que utiliza el Ejército Popular de Liberación, consolidando de paso una industria cuyas exportaciones se triplicaron en la última década, según las últimas estimaciones del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). En el África Subsahariana, el área más inestable del planeta, el gigante asiático se convirtió en el periodo 2006-2010 en el principal suministrador, capitalizando un 25% del total de ventas.

¿Cómo ha conseguido China avanzar tanto en tan poco tiempo?

El “gran salto adelante” armamentístico se decidió a principios de los 90, después de que las potencias occidentales reaccionasen a la masacre de Tiananmen (1989) imponiendo un embargo que todavía no se ha levantando. “Fue entonces cuando se decidió que producir nuestras propias armas era algo totalmente imprescindible. Durante años y gracias al buen rendimiento de la economía, comprábamos más del 50% de las armas que Moscú y las exrepúblicas soviéticas estaba vendiendo a buen precio tras el derrumbe de la URSS”, comenta Wu Ge, un analista militar afincado en Pekín que escribe para publicaciones militares desde 1995 y con el que estuve charlando esta semana

La siguiente fase, según Wu, fue ponerse a producir modelos inspirados en el arsenal ruso. Ingenieros militares empezaron entonces a desmontar fusiles, tanques, submarinos y a aprender como funcionaban. La inversión dio pronto sus frutos y, aunque China sigue siendo uno de los mayores importadores de armas del planeta, hace años que abandonó el primer puesto. Así, de 2007 a 2011 se redujeron en un 58% las compras, a pesar de que el presupuesto de Defensa ha crecido a ritmos anuales de dos dígitos. “En realidad, ahora ya sólo se importa tecnología punta, piezas clave y cosas puntuales, aunque muy caras. Yo creo que, si todo sigue así, la industria de armas china no tardará en converger con la rusa, que además no está prosperando demasiado”.

África y el entorno asiático han sido los primeros caladeros en su apuesta por entrar en el mercado internacional, al que hasta hace no tanto sólo acudían a comprar. Se trata de un posicionamiento lógico, ya que por ahora el punto fuerte de las empresas chinas no es la tecnología, sino los buenos precios de sus armas convencionales, incluidos rifles de asalto, ametralladoras, submarinos, helicópteros, carros de combate y todo tipo de munición.

Así, y aunque no hay datos transparentes, varios informes aseguran que entre sus clientes se encuentran ejércitos como los de Pakistán, Laos, Bangladesh y Sri Lanka, Arabia Saudí, Egipto, Zimbabwe y Venezuela. “Una parte importante se está vendiendo a países a los que  las empresas occidentales no pueden acceder por las sanciones impuestas, tales como Myanmar, Irán, etcétera”, admite Wu. De hecho, inspectores de la ONU han encontrado pruebas sólidas de que las empresas chinas están vendiendo armas en lugares donde se han producido masacres de civiles recientemente, como por ejemplo la República Democrática del Congo, Costa de Marfil, Sudán y Somalia.

El próximo salto que pretende dar Pekín es aumentar su capacidad tecnológica y de innovación, abriendo poco a poco la mano a la inversión privada para hacer la industria más competitiva. “Esto va a ser lo más complicado porque, aunque no se reconozca públicamente por orgullo nacional, todavía hay muchos componentes en el armamento chino que tienen piezas rusas u occidentales. Aquí se cuentan como si fueran armas chinas, pero tienen muchas partes que no lo son, a veces las más caras. Pasa como con otros sectores de la economía. Hemos llegado hasta aquí con éxito, pero habrá que ver si podemos dar el siguiente salto”, concluyó Wu.

La mayoría de los expertos occidentales están convencidos de que la capacidad de China sigue estando muy, muy por detrás de la de Estados Unidos, aunque creen que se tiende hacia la convergencia. Oficialmente, China es el segundo país con mayor gasto en Defensa del mundo. Las cifras para magnificar su potencia son objeto de polémica, pero fluctúan entre los 102.000  millones de dólares que se declaró oficialmente Pekín en 2011 a los 180.000 millones que estiman informes extranjeros. Aún dando por válida la última cantidad, se trata de menos de una tercera parte de lo que gastó el Pentágono en el mismo año (unos 614.000 millones). Además, parece un hecho que Washington dedica un porcentaje significativo de su presupuesto a la investigación, mientras que China se deja al menos un 50% en mantener a sus tropas, que conforman el Ejército más numeroso del mundo

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A principios de los años 80, la industria armamentística china era calamitosa. Entre sus productos estrella se contaban unos gruesos abrigos para que las tropas no se helasen en invierno: prendas que se despeluchaban, pesaban una barbaridad y a menudo llegaban defectuosas a los cuarteles, obligando a los soldados a caminar sujetando los broches con una mano para no palmar de frío.