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El mejor camino hacia Albania
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Miquel Silvestre

La emoción del nómada

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El mejor camino hacia Albania

  Hoy entraré en Albania. Un país tan surrealista que parece una broma. ¿Qué se puede esperar de un Estado cuyo idioma oficial se llama Tosco?

 

Hoy entraré en Albania. Un país tan surrealista que parece una broma. ¿Qué se puede esperar de un Estado cuyo idioma oficial se llama Tosco? Lo comprobé durante mi viaje balcánico del 2010 para escribir Europa Lowcost. A pesar de la dureza del terreno y lo terrible de su red viaria, como aventurero me encantó recorrer aquellas carreteras arruinadas y observar el herrumbroso decorado de fracaso industrial comunista. Toda la nación parecía estar saliendo de una terrible guerra. Destruido y convaleciente del sueño megalomano del dictador Hoxha, Albania continúa siendo uno de los países más pobres del continente. Aunque quizá lo verdaderamente surrealista sea considerar a Albania como país europeo.

El surrealismo empezó ya en Montenegro. Desperté en mi habitación de hotel a orillas de la Bahía de Kotor, salí a correr como hago cada mañana para despejar las brumas matutinas de mi adormilado cerebro y el día se me fue metiendo en las pupilas lleno de luz, montañas y reflejos sobre el agua cristalina. Trotaba sobre un maldito paraíso natural todavía bastante puro. Regresé, desayuné y recogí mi escueta impedimenta de nómada. Cuando estaba a punto de dirigirme a la capital, Podgorica, para desde allí tomar la ruta principal a Albania, apareció el hijo del dueño.

- ¿Sabes si siguiendo la carretera de la costa hay una frontera abierta con Albania? En Google maps no la veo.

El tipo asintió.

- La hay. No tendrás problema. 

Sonaba bien, pero he aprendido a desconfiar de las informaciones que dan los lugareños. En no pocas ocasiones he descubierto que no eran ciertas. Y las más de las veces no por malicia o ganas de engañarme. En muchas culturas y sociedades se considera de mala educación no contestar. Un “no lo sé” es inaceptable. Antes de reconocer ignorancia, se inventan una respuesta. Insistí.

- ¿Estás seguro al 100% de que hay frontera?

- Segurísimo. De hecho, es mejor camino que el que hay desde Podgorica.

Bueno, siendo así, pensé, iremos por donde nos recomiendan. Y al principio la cosa fue no solo bien, sino muy bien. Recorrí, como también me sugirió, toda la orilla del lago de Kotor. Una maravilla geográfica, aunque un disparate de kilómetros. Si en lugar de ir por ahí hubiera cruzado por el pueblo, habría salido a la carretera general sin perder una hora y media entre curvas y estrechamientos de calzada por donde solo podía pasar o el camión que siempre venía de frente o yo. Y por supuesto pasaba el camión. Aunque no me quejé, porque el día estaba despejado; la temperatura, templada sin ser calurosa y el paisaje era precioso.

Sin embargo, cuando se acabó la carretera de la costa la cosa cambió. Tuve que hacer un abrupto giro a la izquierda, meterme en el interior de Montenegro y dirigirme a un pueblo llamado Vladimir, desde donde arrancaría la carretera que me llevaría a Albania. Pronto el mejor camino posible se tornó una pesadilla sin asfaltar debido a las obras. El chico del hotel tenía razón cuando decía que era el mejor camino; sin duda lo sería, pero cuando acabaran las obras, allá por el 2025 a juzgar por la longitud del tramo y los escasos operarios que vi. Escasos pero concienzudos, porque antes de ponerse a asfaltar de nuevo se habían esmerado en destruir todo el firme en decenas y decenas de kilómetros.

Surrealismo 

Y así, entre baches, agujeros y grava, llegué cubierto de polvo a Albania. En la frontera, cosa rara, me pidieron el título de propiedad de la moto. ¡Menuda novedad! Recuerdo perfectamente como en 2010 conseguí llegar hasta aquí sin mostrar un solo documento salvo mi pasaporte y eso que tuve que atravesar fronteras como las de Kosovo, Bosnia y Serbia. No me extrañó entonces que este país fuera el paraíso de los Mercedes Benz robados en toda Europa.

Me reciben los búnkersque en su paranoia y temiendo una invasión aliada, Hoxha mandó construir por toda la nación. Los llaman pillboxes (cajas de pastillas) por su forma de champiñón. Fábricas en ruinas, puentes destruidos, grisura y oxido, pero una naturaleza salvaje imposible de domeñar. La carretera es mala, hay baches y los conductores son homicidas. Caos. Suciedad. Conducen como les da la gana. ¿Habrá autoescuelas en Albania? ¿Pasarán exámenes o directamente regalarán o venderán los carnets de conducir?

Se sucede la miseria, pero también algunos restaurantes y hoteles de lujo máximo. Es como si el dinero de la mafia cayera de pronto sobre el páramo y alumbrara un edificio más todóntico, completamente aislado del resto del vecindario de humildes casas bajas de barata factura. Hay algo de nación a medio hacer. Las gasolineras albanesas tienen todas unas características comunes. Son modernas, relucientes, parecen copias de las que uno puede encontrar en Italia o Alemania. Y en todas ellas sin excepción hay un habitáculo destinado a supermercado. Y así lo indica. Supermarket. Y también en todas ellas y a lo largo del todo el país, estos supermarkets son cajas vacías. Ninguno funciona. Ninguno vende nada. Albania es un país de supermartkets fantasma. 

Autonomía personal 

Los albaneses me miran con estupor. Curiosos pero no hostiles. Comprendo su sorpresa. Me llama la atención la cantidad de gente joven que hay. Muchachos, niños, adolescentes. El albanés es un pueblo que se reproduce rápido. Hay mezquitas pero también iglesias. Los hombres pasean o toman café en las terrazas. No he oído todavía la llamada del muecín a la oración y tampoco dificultad alguna para encontrar alcohol.

No se ven muchas motos por aquí. Y las pocas que veo llevan encima siempre a un tipo sin casco. Tampoco me sorprende mucho viendo que nadie usa cinturón de seguridad y que el policía que me ha parado por ir rápido como el rayo por estas infames carreteras simplemente me ha recomendado que vaya más despacio y me ha dejado seguir con indolente gesto.

Me gusta Albania, aquí tu seguridad es problema tuyo. Si te despeñas por subir borracho o por hacer el gilipollas, culpa tuya y a nadie podrás reclamar una responsabilidad que solo a ti te compete. Me hace sentir bien este respeto por la autonomía personal. Ya está bien de que la Administración nos trate como a niños o subnormales profundos. Reivindico mi derecho a equivocarme, a sufrir las consecuencias de mis actos irreflexivos sin que forme parte de las obligaciones del Estado velar por la sensatez de aquellas decisiones que sólo a mí pueden afectar.