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El Forrest Gump que puede adelantar a Cameron
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Celia Maza

Las manillas del Big -Ben

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El Forrest Gump que puede adelantar a Cameron

Le conocen como Forrest Gump, porque no goza de especial telegenia y tuvo que someterse a una operación para corregir el sonido nasal de su voz, tan poco

Le conocen como Forrest Gump, porque no goza de especial telegenia y tuvo que someterse a una operación para corregir el sonido nasal de su voz, tan poco atractivo en los mítines. Si el Partido Laborista tuviera que elegir a día de hoy los cincos líderes que han hecho historia en la formación, seguramente no incluiría su nombre. Pero con todo, Ed Miliband se ha situado, por primera vez, por delante de David Cameron en las encuestas.

Y esto, sumado a la resaca del Jubilee, le ha dado fuerzas para convertirse en primer líder laborista que ha hablado sin pelos en la lengua sobre la identidad nacional. “Al laborismo no le tendría que dar miedo abordar la cuestión”, matizó. El asunto siempre había sido considerado una patata caliente entre sus filas, un tema más que polémico asociado al terreno tory 

Describiéndose a sí mismo como hijo de judío refugiado, que creció en Londres, pero que ha pasado largas temporadas en Yorkshire, por donde es diputado,Miliband ha dicho que el Reino Unido debería ser un país donde fuera posible tener más de una identidad. “La gente no debería de estar obligada a escoger entre ser británico, inglés, escocés o galés”, dijo el jueves ante la atónita mirada del premier.

Al laborista no se le ha pegado de la noche a la mañana el don de gentes del que gozaba su hermano David, durante muchos meses favorito para suceder a Gordon Brown. Nada más lejos de la realidad. Pero los británicos se están cansando de los aires snob de los de Eton y, ante el malestar provocado por unos recortes que aún no han dado resultados, han comenzado a prestar atención a lo que dice la oposición.

Sin duda, David Cameron no atraviesa su mejor época. A las críticas primero por los Presupuestos y luego por su marcha atrás con las medidas más polémicas -como la de subir los impuestos a las famosas empanadas- se unen ahora los rumores que le acusan de ser un vago. Con los ataques, en Downing Street el punto de paranoia ha llegado hasta tal nivel que le han quitado su juego favorito del iPad, el Fruit Ninja, para sustituirlo por una nueva aplicación del Gobierno para seguir el progreso de sus políticas. Además, al premier ya no le dejan ser fotografiado con vino o cualquier otra bebida que sugiera tiempo de relax. Por no hablar de sus citas. Cameron siempre había presumido de sacar tiempo para cenar con su mujer y hacer actividades con su familia. Pero ahora las únicas veladas que su equipo le permite son con Angela Merkel o Christine Lagarde.

El escenario, por tanto, se ha puesto realmente interesante. Con una crisis europea que no mejora y con un país zambullido por segunda vez en recesión, algo que no pasaba desde 1970, uno ya no sabe qué va a ver cuando suba de nuevo el telón. Y el factor sorpresa, en política, siempre ha dado mucho de sí.

La obra teatral está ahora mismo en el tercer acto. En el primero, recordemos, aparecía un joven David Cameron seguro de sí mismo que, sin embargo, no consiguió la mayoría absoluta en las urnas. En el segundo, el público castigó en los comicios locales a una más que atípica coalición que aún no se ha hecho con las riendas del Gobierno. ¿Quiere decir que hay posibilidades de que Forrest Gump se convierta finalmente en protagonista y corra y corra hasta hacerse con las llaves del Número 10? De momento, la prensa ya ha empezado a coquetear con la idea.

Es cierto que ni Cameron ni Nick Clegg están haciendo su mejor papel. Pero eso no quita para reconocer los méritos del laborista. Su guión era complicado. Después de quitar a su hermano el liderazgo con el apoyo de los sindicatos, se tuvo que desprender de la etiqueta de Ed el rojo y ganarse a unas filas mucho más maduras que siempre le habían visto como el chico de los recados de Brown.

Cuando su hermano mayor David era ya una de las figuras importantes del círculo de Tony Blair, Ed entró como ayudante junior en la oficina del escocés. La tensión que vivían sus jefes se trasladó a ellos de manera inevitable. Sus colegas aún recuerdan cómo los emails de trabajo que se enviaban eran tan sólo para mandar órdenes del tipo: “Tony quiere esto y lo quiere rápido”, sin ningún tipo de saludo o despedida afectuosa. Sobre todo por parte de David, ya que el pequeño de los Miliband siempre fue más sensible.

No le fue fácil, por lo tanto, convertirse luego en el gran jefe y ganarse el respeto de sus compañeros. Es más, a día de hoy muchos en su propio gabinete le siguen viendo como un crío, entre ellos el propio Ed Balls. Si entre Cameron y George Osborne la relación no puede ser más cercana, entre el líder laborista y su responsable del Tesoro, la fingida cordialidad no puede ser más tensa. Sus ideas chocan en varios puntos importantes y con su círculo más cercano. Balls se describe a sí mismo como chief executive dejando relegado al líder como mero chairman.

Mientras que Balls insiste que la oposición tiene que centrarse en criticar los recortes del Gobierno, Miliband quiere empezar a trazar su propia hoja de ruta para hacer frente al déficit, a un ritmo más tranquilo, eso sí, que los conservadores. Mientras Miliband ataca sin piedad a los banqueros y tiene una particular cruzada contra los superricos, la regulación que quiere Balls para la City tiene sus matices y tampoco ha hecho por ser el enemigo número 1 de las grandes fortunas del país.

En cuanto a la cuestión europea, tampoco se ponen de acuerdo. Balls pide a gritos un referéndum para definir los lazos entre Londres y Bruselas. Pero Miliband considera que es el peor momento para plantear la cuestión.

Fue por todos estos asuntos –sin obviar la compatibilidad de caracteres- por lo que Balls nunca representó la primera opción para el líder laborista. Cuando se hizo con las riendas del partido, en septiembre de 2010, fue a Alan Johnson a quien nombró como responsable de Economía. El antiguo cartero era uno de los pesos pesados de la formación y estaba considerado como uno de los mejores comunicadores del país. Era vox populi que no era un experto de las finanzas –de hecho tuvo errores garrafales durante sus intervenciones-, pero Miliband no dudó en ponerle a su lado para ganarse la confianza de los más veteranos.