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Winston Churchill, ¿criminal de guerra?
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José Zorrilla

Las tres voces

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Winston Churchill, ¿criminal de guerra?

Rusia no plantea un reto existencial a Occidente de tal gravedad como para llegar al extremo de reivindicar al criminal de guerra Stepan Bandera y a otros personajes de su calaña

Foto: La estatua de Churchill reflejada en un charco frente al Parlamento británico, en Londres (Reuters).
La estatua de Churchill reflejada en un charco frente al Parlamento británico, en Londres (Reuters).

Está de moda hablar de narrativas nacionales. No es un tema filosófico, sino estratégico. Fíjense cómo el discurso nacional triunfalista inglés ha estado a punto de llevarse por delante el Acta de Unión que vincula a Inglaterra y Escocia desde 1707. En cuanto a Alemania, su negativa a aceptar la derrota de 1918, la famosa falacia de “la puñalada en la espalda”, acabó trayendo al mundo la peor guerra de la historia y el Holocausto.

Ya que hablamos de judíos, recordemos dos narrativas contradictorias respecto del Estado de Israel. Para los palestinos y el mundo árabe, la responsabilidad de su creación recae sobre el colonialismo inglés, la Declaración Balfour de 1917, mientras que Occidente ha olvidado dicho origen y se concentra en la Resolución 181º de la ONU de 1948. Dentro del propio Israel, los hay que reivindican la 181º, aunque otros muchos dicen que han vuelto a la tierra que Dios les dio y que es suya tal cual. Si hay dudas, lean el Génesis.

En Rusia les dirán que la responsabilidad de la II Guerra Mundial es de Inglaterra porque, cada vez que la URSS le ofreció una alianza contra Hitler, Londres dijo no, forzando a Stalin a firmar con la Alemania nazi el Pacto de Agosto de 1939.

He ofrecido estos ejemplos históricos como introducción a lo que, realmente, está de rabiosa actualidad: contener a Rusia. Dejo de lado el fondo del asunto y remito a la polémica que ahora mismo arrasa entre los profesores norteamericanos: quién tiene la culpa del alejamiento entre la cristiandad oriental y la occidental. Hay consecuencias inesperadas: por primera vez desde 1946, Rusia no ha sido invitada por Polonia a la conmemoración de la liberación de Auschwitz. Pero el tema no acaba ahí. El ministro de Asuntos Exteriores de Polonia lo ha justificado diciendo que los liberadores de Auschwitz fueron ucranianos. Putin, desde el Museo Judío de Moscú, replicó ese mismo día que Occidente intenta reescribir la historia de la II Guerra Mundial en contra de Rusia.

Como verdad no hay más que una y Auschwitz fue liberado por el Ejército Rojo (en el que, además de ucranianos, había y soldados de otras 18 nacionalidades y muchas más etnias), recomiendo a los lectores volver a Vasili Grossman y a su relato de un campo de exterminio nazi y su liberación. De entre las muchas maravillas que debemos a la literatura rusa (ahora quizás ucraniana, visto que Grossman nació en Berdychiv), su relato de Majdanek y Treblinka se encuentra entre los más sublimes y estremecedores.

El hecho de que Ucrania declarase al criminal de guerra Stepan Bandera “héroe de la patria ucraniana”, título que le concedió Viktor Yushchenko nada más ganar la Revolución Naranja (y que después mantuvo Yulia Timoshenko a pesar de la protesta formal de la Fundación Simon Wiesenthal), supuso un flashforward de este revisionismo. Esta reivindicación, como las de los colaboracionistas Tiso, Antonescu y otros, se ve acompañada actualmente de ceremonias cívicas y hasta desfiles en los que, sobre todo en Ucrania, Países Bálticos, Eslovaquia y Rumania, se resucitan uniformes, gestos, símbolos e himnos nazis.

Algo similar, sin alharacas como ahora, tuvo lugar después de la II Guerra Mundial. El caso más conocido (hubo miles) es el del general alemán Reinhard Gehlen. Este militar era el jefe de Inteligencia del Ejército germano en los territorios de la URSS ocupados por la Wehrmacht. Terminado el conflicto, los rusos lo buscaron para ejecutarle (si han leído ustedes Las Benévolas, de Jonathan Littell, no les extrañará). Sin embargo, los Aliados prefirieron que se pusiera de su parte, porque el conocimiento que tenía del anticomunismo en Ucrania, Bielorrusia y el Cáucaso les venía de perlas para la nueva guerra que empezaba tras la caída del Telón de Acero. En 1953, Gehlen se convirtió en el primer jefe de los servicios secretos de la recién restaurada República Federal de Alemania, el BND (Bundesnachrichtendienst). Se mantuvo en el cargo hasta 1968.

Aquello ya pasó y yo, sinceramente, no creo que Rusia plantee un reto existencial a Occidente de tal gravedad como para llegar al extremo de reivindicar a Bandera u otros personajes similares. Ni muchísimo menos puedo entender que el primer ministro ucraniano, Yatseniuk, pudiera decir el pasado 7 de enero que ni olvidan la invasión de la URSS a Ucrania y a Alemania ni consentirán que se repita. Esto equivale a decir que la Ucrania colaboracionista y genocida de Bandera era la buena y que el Ejército Rojo no liberó a Ucrania, sino que la ocupó… y, con ella, la Alemania de Hitler.

Conmemoremos el día de Hitler

En fin: Europa es el reino de la democracia liberal. Y si nos repugna el que se levante el puño y se cante la Internacional porque nos trae a la memoria el gulag, los juicios de Moscú, las purgas y, en definitiva, el horror del comunismo, el que se levante el brazo vestido de las SS y se cante el Horst Wessel remite a horrores no menos bestiales. Y si esto último lo hacen los nuestros, la cosa es todavía más grave. Contener, a lo mejor. Volver a levantar una Fortaleza Europa (Festung Europa) hitleriana, de ninguna manera.

Voy a permitirme una reducción al absurdo. Imagínense que, efectivamente, Bandera, el Obispo Tiso de Eslovaquia, los ustachis croatas, Ion Antonescu, el Almirante Horthy y otros de esa cuerda fueron quienes realmente liberaron a Europa del monstruo ruso. ¿No procedería entonces crear el día de Hitler e ir cada año a poner flores en el lugar donde estuvo su bunker? O¿por qué no restaurarlo? Contrario sensu: ¿habría que declarar a Winston Churchill, Roosevelt y De Gaulle criminales de guerra? Quede para la historia, ya que hablo de Francia, que los exilados de Vichy en Madrid celebraron la muerte del General con una misa en los Jerónimos y ágape posterior.

Está de moda hablar de narrativas nacionales. No es un tema filosófico, sino estratégico. Fíjense cómo el discurso nacional triunfalista inglés ha estado a punto de llevarse por delante el Acta de Unión que vincula a Inglaterra y Escocia desde 1707. En cuanto a Alemania, su negativa a aceptar la derrota de 1918, la famosa falacia de “la puñalada en la espalda”, acabó trayendo al mundo la peor guerra de la historia y el Holocausto.

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