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José Zorrilla

Las tres voces

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Brexit: hora de poner fin a la posguerra mental angloamericana

Adiós a la relación especial entre el Reino Unido y EEUU, que ambos países siguen percibiendo a través del filtro del Día D. Malas noticias para Washington, pero buenas para Europa

Foto: El primer ministro británico, David Cameron, y el presidente estadounidense, Barack Obama, visitan una escuela en Gales. (GTres)
El primer ministro británico, David Cameron, y el presidente estadounidense, Barack Obama, visitan una escuela en Gales. (GTres)

De entre los muchos activos que va a perder Reino Unido en razón de su sinrazón, hay uno estratégico, la relación especial con los EEUU. Cabe que los europeos nos felicitemos por ello. Ante todo, porque ya ha quedado claro en qué consiste. La campaña del referéndum ha roto el velo y Washington ha hablado alto y claro. "Lo que más valoramos de la 'relación especial' es la capacidad de Inglaterra de expresar nuestros puntos de vista en Europa", ha dicho. Acabáramos. Tenía razón Brzenzinski cuando dijo que Alemania y Francia eran países estratégicos porque iban a donde ellos querían. Reino Unido no lo era porque su estrategia consistía en hacer lo que decían que hiciese. Para definir esa rara filosofía, he oído diversas explicaciones. Dos favoritas son los que la tachan de "lacayuna" o los que prefieren el "muñeco del ventrílocuo", por aquello de que Londres mueve los labios pero el que habla es Washington.

Yo les ofrezco como hipótesis la mayordomía. El mayordomo forma parte de la servidumbre y vive abajo con todo el equipo, pero, al tiempo, es el único que puede subir arriba y hablar con los señores. En casas importantes puede llegar a ser un confidente e incluso un asesor o consejero por encima de los familiares más allegados. Véase, por ejemplo, 'Downtown Abbey'. Esta relación, que Losey criticó de manera ejemplar en 'El sirviente', es pegajosa y, en el caso de la relación atlántica, disfuncional.

Empecemos por Reino Unido. Su presente situación, en verdad subordinada, se disfraza de complicidad y convence a los ingleses de que son más de lo que son, lo que obviamente no es cierto, como ya se vio hace tiempo, sin ir más lejos en la crisis de Suez (1956). Para mí, una de las principales muletas de la nostalgia por un Imperio que nunca existió tal y como se recuerda en las Islas, e importante causa de que la nostalgia se haya impuesto a la razón en el Brexit. Pero a los americanos les hace tanto o más daño, puesto que entre la realidad europea y ellos mismos se interpone un filtro que todo lo deforma. Parece que hayan vuelto en Londres a los días del Día D, en vísperas del desembarco aliado, en realidad americano, en las playas de Normandía.

Ese filtro alimenta el narcisismo y el mito. Contribuye a fijar la historia para siempre en un punto y hacer de Estados Unidos una especie de San Jorge que nos libra del dragón. Soy el primero en celebrar que los EEUU cruzasen el charco. Pero quede claro: lo hicieron porque Alemania les declaró la guerra. Esa fantasía estratégica 'especial' señala también a Reino Unido como país excepcional, en realidad no tan distinto de Francia, y al continente como una pandilla de criminales nazis o degenerados meridionales o balcánicos. En fin, una imagen en blanco y negro en la que duquesas y otros principales limpiaban escaleras entre las ruinas de Viena: véase 'El tercer hombre'. De esa manera, la realidad de verdad queda difuminada en el velo de la nostalgia e impide ver la Europa de hoy. Francia e Italia no tienen los partidos comunistas más grandes del mundo, España ha desarrollado el matrimonio homosexual sin los problemas de los propios EEUU, y la Rolls Royce es de Volkswagen.

Por otra parte, es dudoso que lo que Reino Unido piensa coincida al 100% con lo que quisiera Washington. Caso claro, la cerrada negativa de Londres a que el continente tenga fuerzas armadas propias, cuando es sabido y está escrito el desconsuelo que causó en EEUU el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa traído por la negativa francesa a rearmar a Alemania. También es más que dudoso que el proyecto estratégico inglés de tener en Europa una zona de libre cambio y no una unidad política reciba el placet unánime de la élite americana.

Por supuesto, la famosa 'relación especial' resulta especialmente devastadora para los que la padecemos, es decir, los europeos continentales, que no acabamos de ser vistos sin velos ni complejos sino a través de esa mezcla de arrogancia y benigno desprecio a que la 'relación especial' alimenta contra toda razón y evidencia.

Bien, pues toda esa 'niebla de la nostalgia' va a terminarse. Cuando los americanos quieran decir algo a los continentales, habrán de decirlo en París o Berlín cara a cara. No hará falta que antes visiten Grosvenor Chapel, al lado de la embajada USA, para revivir los tiempos del atlantismo religioso en tiempo de guerra. Esto hará que en lugar de vernos desde la atalaya del Día D nos vean 'in situ'. De paso, podrán tomarse un café en París sin sentirse culpables (ojalá) o hasta hacer un desvío y escuchar la Staatskapelle de Dresde, si la Deutsche Oper les sabe a poco. Tienen como alternativa al Concertgebouw en Ámsterdam, y por todo el continente lugares maravillosos donde practicar la Historia del Arte que han aprendido en la universidad o, incluso, si tanto les va el pasado, pueden aprenderlo en las viejas piedras de nuestros monumentos. Desde luego, lo perfecto para acabar con la posguerra mental angloamericana sería que la BBC dejara de darnos la lata con otro programa mas sobre la II Guerra Mundial; y la guinda del pastel, que el presidente de los EEUU hablase algún idioma extranjero. No sé si es pedir demasiado.

De entre los muchos activos que va a perder Reino Unido en razón de su sinrazón, hay uno estratégico, la relación especial con los EEUU. Cabe que los europeos nos felicitemos por ello. Ante todo, porque ya ha quedado claro en qué consiste. La campaña del referéndum ha roto el velo y Washington ha hablado alto y claro. "Lo que más valoramos de la 'relación especial' es la capacidad de Inglaterra de expresar nuestros puntos de vista en Europa", ha dicho. Acabáramos. Tenía razón Brzenzinski cuando dijo que Alemania y Francia eran países estratégicos porque iban a donde ellos querían. Reino Unido no lo era porque su estrategia consistía en hacer lo que decían que hiciese. Para definir esa rara filosofía, he oído diversas explicaciones. Dos favoritas son los que la tachan de "lacayuna" o los que prefieren el "muñeco del ventrílocuo", por aquello de que Londres mueve los labios pero el que habla es Washington.

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