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Luis Rivas

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Un día negro para Francia

El comuntarismo islamista siente haber ganado una gran batalla ideológica con la decisión del Consejo de Estado sobre el 'burkini'

Foto: Una mujer con 'burkini' participa en una protesta en el exterior de la embajada francesa en Londres. (EFE)
Una mujer con 'burkini' participa en una protesta en el exterior de la embajada francesa en Londres. (EFE)

Mujeres nacidas en Argelia dicen sentirse más libres en Orán que en ciertos barrios de Francia, donde sentarse a beber una cerveza en una terraza, llevar minifalda o permanecer indiferente al Ramadán puede ser castigado hasta con agresiones físicas. Las musulmanas francesas serán desde ayer mucho más señaladas en sus barrios y deberán hacer prueba, todavía más, de valor. El comunitarismo islamista siente haber ganado una gran batalla ideológica con la decisión del Consejo de Estado sobre el burkini.

Manifestaba ayer la filósofa especialista en laicismo, Catherine Kinzler, que "llevar el burkini es un acto de comunitarismo, una tentativa de estigmatización hacia todas las mujeres de confesión musulmana que no lo usan, que rechazan también el velo y que se niegan a la uniformalización de sus vidas".

Foto: Una mujer musulmana en Mantes-la-Jolie, un mercado en los suburbios de París (Reuters).

Kinzler, como otros y otras intelectuales franceses no tenían muy claro la necesidad de prohibir el burkini. Caroline Furest, periodista y ensayista que conoce tanto el odio de los islamistas como el de la extrema derecha, piensa que la prohibición ofrecía a los radicales un pedestal de victimismo y propaganda.

El asunto delburkini no es una guerra entre izquierda y derecha, como muchos quieren hacer ver. En la izquierda, la prohibición del burkini ha dividido a feministas, corrientes políticas e, incluso, a miembros del gobierno Hollande. En la derecha, la conveniencia de prohibirlo o no también ha provocado debate.

¿Por qué las autoridades oficiales del islam se regocijaban ayer tras la decisón del Consejo de Estado? Simplemente, porque lo consideran una victoria. En el combate ideológico y político que el integrismo musulmán libra contra el Estado francés, los imanes oficiales, los "moderados", no tienen la fuerza ni el interés, salvo excepciones, de enfrentarse en público a los predicadores radicales.

Se ha intentado vender el burkini como un acto de libertad y modernidad. Para ello, el aparato de propaganda de salafistas, wahabíes, Hermanos Musulmanes y organizaciones afines han desplegado todo su arsenal de agit-prop. Desde Londres a Nueva York, pasando por los principales representantes del islamo-izquierdismo francés, han actuado unidos en la conquista del espacio público, gracias, precisamente, a las libertades y las leyes de la República.

El episodio de Niza, en el que una supuesta vecina se ve rodeada de cuatro policías, una imagen rebotada millones de veces por todo el mundo, es para el socialista Julian Dray un montaje de una agencia de prensa, que formaría parte de esa estrategia publicitaria.

Que el Consejo de Estado declarase ilegal la prohibición era de esperar. Pero lo que el debate de estos días ha dejado de manifiesto es la victoria del oscurantismo en en muchos casos, disfrazado de progresismo.

Francia vive desde los atentados de enero de 2015 una guerra ideológica que el integrismo musulmán, con la ayuda de los bienpensantes, ha sabido llevar hacia su orilla. La enorme manifestación que condenó los atentados en la redacción de 'Charlie Hebdo', el supermercado judío y el asesinato de policías fue ya deslegitimizada a golpe de libro por una de las figuras intelectuales del 'islamo-gauchismo', Emmanuel Todd, que concluyó que esos millones de franceses que salieron a las calles eran un hatajo de católicos, racistas y antimusulmanes, pertenecientes a una clase favorecida.

El aparato de propaganda de salafistas, wahabíes, Hermanos Musulmanes y organizaciones afines han desplegado todo su arsenal de agit-prop

Desde ese momento, y como respuesta a cada atentado, reaparecían los portavoces del "no todos los musulmanes son terroristas"; "el islam no tiene nada que ver con eso", como si los ciudadanos de este país fueran todos imbéciles. Y, por supuesto, obtuvo su esplendor el insulto de moda, la palabra que una vez lanzada, permite zanjar cualquier debate: "islamofobia".

De nada ha servido que diferentes voces hayan explicado y demostrado cómo se fraguó ese término desde Teherán, para acallar cualquier crítica al islam. Ya es tarde; las asociaciones que bajo el barniz de la defensa de los derechos humanos hacen negocio con la islamofobia han obtenido que esa palabra se haya convertido de hecho en un insulto y no en una simple opinión.

Este es el país en el que una ministra del Gobierno socialista se queda muda, literalmente, cuando en un debate televisivo una auténtica bestia islamista, un autodenominado "yihadista humanitario", de los que dan mucho juego en la pantalla, se negaba a condenar al Estado Islámico y vomitaba peroratas contra la libertad de las mujeres.

Decir en Francia que hay racismo antiblanco es optar a un billete para ser expedido como fascista de primera clase al basurero de la historia del barrio

Este es el país donde imanes radicales pueden decir con toda libertad a los niños de seis o siete años que si oyen música se convertirán en cerdos y monos.

Este es el país en el que desde hace diez años un profesor de filosofía, Robert Redeker, vive escondido bajo la amenaza de una fetua, por haber escrito un artículo en 'Le Figaro' donde denunciaba, entre otras cosas, las imposiciones del islam, que ahora se multiplican en Francia sin cortapisas: velo islámico, comidas especiales en los colegios para niños musulmanes, piscinas con horarios diferentes para mujeres y hombres… Redeker fue abandonado por sus colegas y por las autoridades de la enseñanza, por los políticos y por los medios de comunicación.

Este es el país donde este fin de semana se celebra un "Campus des-colonial" prohibido a las personas de raza blanca. Presentado como "un seminario de formación al antirracismo político", tiene entre otros "talleres", uno titulado "Combatir la islamofobia, el más republicano de los racismos". Pero decir en Francia que hay racismo antiblanco es optar a un billete para ser expedido como fascista de primera clase al basurero de la historia del barrio.

Que en plena carrera hacia las presidenciales Nicolas Sarkozy y Marine Le Pen rivalicen en posiciones de supuesta dureza no es un argumento para esconder la responsabilidaad de cierta izquierda francesa en el derrape comunitarista que asola el país.

La ceguera de esa izquierda ante la expansión del islamismo ha sido bien explicada por un periodista de izquierdas, Jean Birnbaum, en el libro 'Un silence religieux', donde subraya la incapacidad de la izquierda para comprender la expansión del islamismo.

Esa misma ceguera que concluye con la cantinela "los atentados y las matanzas no tienen nada que ver con el islam" es también denunciada por la periodista de 'Charlie Hebdo', Zineb el Rhazoui (musulmana nacida en Marruecos), que vive protegida por guardaespaldas por hablar y escribir libremente, y decir cosas como que "lo únco que tienen en común los diferentes terroristas que han actuado en Francia y otras partes de Europa es el islam".

Es un día negro porque los propagadores de una ideología oscurantista y totalitaria, que desprecia a la mujer como un ser inferior, se apuntan un tanto

A pesar de ciertas voces críticas dentro de la izquierda, sigue imponiéndose la buena conciencia de los diferencialistas, de los que defienden el relativismo cultural. Los mismos, recuerda la filósofa feminista Elisabeth Badinter, que hace 30 años defendían la poligamia entre los inmigrados a Francia. Badinter denunciaba hace unas semanas que la izquierda francesa nunca había sido tan sumisa con las imposiciones religiosas.

Ayer fue un día negro para Francia, pero no porque el Consejo de Estado juzgara que los alcaldes no puedan prohibir el burkini (si no es en caso de atentado al orden público). Es un día negro porque los propagadores de una 'ideología oscurantista y totalitaria, que desprecia a la mujer' como un ser inferior, se apuntan un tanto y sacarán partido ideológico tras la decisión de un tribunal libre, democrático y republicano.

Mujeres nacidas en Argelia dicen sentirse más libres en Orán que en ciertos barrios de Francia, donde sentarse a beber una cerveza en una terraza, llevar minifalda o permanecer indiferente al Ramadán puede ser castigado hasta con agresiones físicas. Las musulmanas francesas serán desde ayer mucho más señaladas en sus barrios y deberán hacer prueba, todavía más, de valor. El comunitarismo islamista siente haber ganado una gran batalla ideológica con la decisión del Consejo de Estado sobre el burkini.

Consejo de Estado Islamofobia Marine Le Pen
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