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Bruselas, capital del pánico
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Jorge Tuñón

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Bruselas, capital del pánico

Salah Abdeslam, el denominado octavo terrorista de la masacre de París de la semana pasada, estaría escondido en algún lugar de la capital con suficientes explosivos

Foto: Máxima alerta declarada en Bruselas (Efe)
Máxima alerta declarada en Bruselas (Efe)

Cae lentamente la fría y húmeda noche sobre la capital europea. Nada fuera de lo común a finales de noviembre. Sin embargo, no se trata de un fin de semana más. La ciudad vive en Estado de Sitio, desde que, a última hora de la noche del viernes, el Primer Ministro belga Charles Michel declarase el nivel de alerta máxima de cuatro sobre cuatro por “riesgo de atentado terrorista inminente”. Los servicios públicos apenas han funcionado desde entonces, con el metro y la mayor parte de los tranvías clausurados, mientras que las tiendas de las zonas comerciales, las grandes superficies, los cines, las piscinas y demás lugares de posibles aglomeraciones han permanecido cerrados. Igualmente se han suspendido los acontecimientos deportivos, los culturales e incluso los típicos mercados bruselinos, incluido el de Navidad, a escasos metros de la turística Grand Place, tomada por tanques del ejército.

En definitiva, una ciudad fantasma en la que locales y expatriados han optado por reunirse en casas particulares antes que frecuentar bares públicos, teóricamente más expuestos. Según se ha filtrado por parte de las autoridades belgas, Salah Abdeslam, el denominado octavo terrorista de la masacre de París de la semana pasada, estaría escondido en algún lugar de la capital con suficientes explosivos como para repetir el esperpento parisino. La ciudad vive sobrecogida la resolución de la situación, como si del desenlace de un thriller se tratase. Esencialmente porque no es lo mismo paralizar la capital europea en fin de semana que durante la semana. Está por ver, si en caso de alargarse el Estado de Sitio (a última hora de la tarde del domingo el Primer Ministro confirmaba que el metro de la capital seguiría clausurado el lunes, al igual que sus escuelas de que no abrirán tampoco sus puertas), Bruselas no se convertirá en un caos circulatorio de personas intentado alcanzar sus lugares de trabajo y proseguir sus quehaceres diarios con normalidad a partir del lunes.

Ni que decir tiene, que los servicios de inteligencia disponen de formación que no filtran a la población y que deben justificar las medidas excepcionales tomadas. Pero tampoco a nadie se le puede escapar que la actual exhibición de músculo policial y militar, mucho tiene que ver con el tradicional “laissez faire, laissez passer” de las autoridades belgas en materia de seguridad. Fruto de su propio origen como país, como el aceite que debiera engrasar las relaciones entre los dos gigantes europeos, Francia y Alemania, Bélgica ya ha tenido suficiente con resolver sus complejidades intrínsecas internas. Complejidades derivadas de su modelo federal y de la convivencia, no siempre sencilla, de dos comunidades ideológica, cultural, económica y lingüísticamente muy diferenciadas, la flamenca al norte y la francófona al sur, del país. Todo ello, con la joya de la corona, Bruselas, sede de las instituciones europeas, ciudad de mayoría francófona, pero ubicada en suelo flamenco.

La permisividad de las autoridades belgas no es nueva. No puede pasar como una anécdota, que el mismo viernes 13 de noviembre, día que al menos un terrorista intentó inmolarse en el Stade de France en París, pero fue repelido por las fuerzas de seguridad; pacíficos aficionados italianos, con motivo del Bélgica Italia, entrasen al Estadio Rey Balduino de la capital belga con mochilas (ante su asombro) sin revisar. Nada nuevo bajo la tradicional boina de niebla belga. Ya en su momento, fue lugar clásico de refugio de los propios terroristas de ETA, quienes encontraban en tierras belgas un lugar relativamente cómodo, seguro y el que no eran demasiado perseguidos. Más recientemente se ha sabido que, por idénticos motivos, los atentados de Madrid (2004), Londres (2005) o París (enero y noviembre de 2015), tenían origen en una de las diecinueve comunas de Bruselas, la de Molenbeek.

Molenbeek es prácticamente una República Independiente a escasos cinco kilómetros de las instituciones europeas

Como reza en alguna de las pintadas de sus calles, Molenbeek es prácticamente una República Independiente a escasos cinco kilómetros de las instituciones europeas. Con una población de unos 95.000 habitantes, de mayoría árabe, se trata de la segunda comuna más deprimida de la capital. Con una elevada tasa de paro que llega al 30% y una población “guetizada”, que en algunos casos apenas puede hablar otro idioma que el árabe, las posibilidades de promoción y desarrollo personal de sus conciudadanos son muy reducidas. En definitiva, el perfecto caldo de cultivo para la radicalización de unos pocos, pero sobre todo un escondite sinigual para los terroristas retornados del Estado Islámico. Se benefician de pasar inadvertidos en una barriada de mayoría árabe, y hasta el viernes de los atentados de París, sin demasiada presión policial.

Nada que ver con la nueva situación que se vive en Bruselas desde el viernes. Militares y policías patrullan armados con metralletas los puntos sensibles de la capital, ante la curiosidad de algunos viandantes. Situación, sin duda, impactante desde la perspectiva de la Europa Occidental, pero recordemos, que tristemente muy frecuente en otras latitudes. Por ello, los pocos que deambulan por las calles (ya que una sensibilizada mayoría invitada también por el desapacible clima ha preferido ver este fin de semana los toros desde la barrera de sus casas) observan las tanquetas con incredulidad.

Cabe preguntarse si hay razones objetivas para la declaración de dicho Estado de Sitio. ¿Cuánto tiene de emulación y cooperación con la vecina y poderosa Francia, la cual se ha visto duramente golpeada en el corazón de su orgullosa capital, y tal vez no esté ya dispuesta a aceptar por más tiempo el “coladero belga”?. O si hay motivos reales para propagar el Estado de Pánico entre los habitantes de Bruselas. ¿Acaso no se encuentran mejor defendidos que hace dos semanas, cuando antes de la ofensiva terrorista, poca cuenta se echaba sobre su seguridad? Imposible de saber sin recibir información directa de los servicios de inteligencia. Igualmente cabría preguntarse, si se trata o no de una alarma excesiva. No parece serlo, al menos para las instituciones europeas, que desde la mañana del sábado bombardean con mensajes de texto a sus trabajadores, pidiéndoles que eviten lugares y medios de transporte públicos.
Mensajes.

En otro orden de cosas, también desde Bruselas, académicos y miembros de Organizaciones No Gubernamentales expresan sus dudas acerca de la reacción occidental ante la actual escalada de violencia terrorista. En tanto en cuanto haya personas dispuestas a morir matando, ya ha quedado demostrado que armarse hasta los dientes sirve más bien de poco. ¿Realmente Bruselas y Paris van a ser más seguras por el hecho de que las tropas franco-rusas hayan bombardeado con intensidad algunas zonas de Siria durante los últimos días?; ¿Cómo de diferente es el pánico actual de las ciudadanías de las principales capitales europeas del que vienen sufriendo los ciudadanos sirios tras más de cuatro años de Guerra Civil?;¿Cuánto del pánico actual no es consecuencia o represalia por la desestabilización y las intervenciones occidentales producidas durante las dos últimas décadas en países como Iraq, Afganistán o la propia Siria?

Jorge Tuñón es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid e investigador invitado en el Colegio de Europa de Brujas.

Cae lentamente la fría y húmeda noche sobre la capital europea. Nada fuera de lo común a finales de noviembre. Sin embargo, no se trata de un fin de semana más. La ciudad vive en Estado de Sitio, desde que, a última hora de la noche del viernes, el Primer Ministro belga Charles Michel declarase el nivel de alerta máxima de cuatro sobre cuatro por “riesgo de atentado terrorista inminente”. Los servicios públicos apenas han funcionado desde entonces, con el metro y la mayor parte de los tranvías clausurados, mientras que las tiendas de las zonas comerciales, las grandes superficies, los cines, las piscinas y demás lugares de posibles aglomeraciones han permanecido cerrados. Igualmente se han suspendido los acontecimientos deportivos, los culturales e incluso los típicos mercados bruselinos, incluido el de Navidad, a escasos metros de la turística Grand Place, tomada por tanques del ejército.

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