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¿Por qué han fracasado los programas de desradicalización de Francia?
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Harold Hyman. París

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¿Por qué han fracasado los programas de desradicalización de Francia?

Los jóvenes musulmanes rechazan el cerdo, la compañía pública de mujeres y las actitudes 'femeninas' como los pantalones cortos, estigmatizando a los otros musulmanes

Foto: El Paseo de los Ingleses de Niza, reabierto al público. (EFE)
El Paseo de los Ingleses de Niza, reabierto al público. (EFE)

El control policial no logra impedir totalmente los atentados. Evidentemente, su eliminación total es imposible. Pero ahora, además, el riesgo es que se produzca una reacción de odio de la población contra los 'musulmanes' en general. Un nicense, en la radio pública France Info, dijo el sábado que "los cristianos deben demostrar su voluntad de reaccionar: vamos a organizar una marcha en contra de los falsos musulmanes, invitamos a los verdaderos musulmanes a juntarse con nosotros. Si no lo hacen, dudaremos de su solidaridad." Lo importante de esta declaración es el tribalismo sectario basado en la fe más que en la ciudadanía. Esto demuestra un cambio profundo en el discurso. Visto desde el poder, el Estado tiene que erradicar no solo el terrorismo sino el propio radicalismo. De lo contrario, el clima racial y religioso va a degenerar.

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La lucha policial: insuficiente

Desde el atentado de noviembre en París se han producido mejoras en la lucha antiterrorista: arrestos, ficheros policiales, cooperación internacional desde los ataques de Bruselas, etc. Los viajes de ida y vuelta de los yihadistas, y sobre todo los soldados listos para el sacrificio, son ahora más difíciles de combatir. Las salidas de los yihadistas hacia el frente sirio han disminuido drásticamente.

Ahora es el momento de los lobos solitarios que actúan en su propio país. La novedad, desde hace varios meses, es que no son tan solitarios como se creía: tienen siempre una forma de contacto con agentes del Daesh, tienen dinero para golpear, tienen instrucciones, tienen 'trabajadores' que les indican las metas. En pocos días, conoceremos la involucración exacta del Daesh en la horrorosa masacre perpetrada por Mohamed Lahouaiej-Bouhlel. Podría tratarse de un acto solitario, pero premeditado -no fue fruto de un arranque de fervor-. Había alquilado el camión el 11 de julio. Pero el proceso de radicalización fue rapidísimo, según fuentes del diario 'Le Monde'.

El sistema de interceptaciones electrónicas de las comunicaciones móviles ha sido reforzado desde la Ley de Inteligencia de 2015. Ahora se pueden recoger metadatos de forma más amplia que antes. Ya existía la ley contra el terrorismo de 2006, que daba poderes importantes a la policía y a la justicia. Es decir: los instrumentos jurídicos de la lucha ya existen y leyes adicionales serían superfluas.

El fallo mayor de la lucha estatal es la organización, nada más. El principal error: la abolición de la dirección general de inteligencia en 2008. En 2014 renació un servicio similar, con unos 2.000 agentes, pero sin el afán de la primera estructura. Entretanto, el conocimiento del terreno ha bajado y la vieja cultura de presencia de esos espías urbanos ha desaparecido. Hay que recordar: la inteligencia comienza en la calle, en los cafés, donde un ambiente de islamización creciente da indicios. Además, el conocimiento del árabe, particularmente el árabe dialectal de Argelia y Marruecos, es importantísimo, pero raramente los servicios han confiado en franco-árabes en número suficiente. Todavía se lucha contra el yihadismo como si fuera el nacionalismo árabe, el espionaje comunista o el gran 'gansterismo'.

Todavía se lucha contra el yihadismo como si fuera el nacionalismo árabe, el espionaje comunista o el gran 'gansterismo'

En la lucha digital, el Estado es eficaz. Las redes sociales están suficientemente controladas; las comunicaciones originarias del extranjero también. Lo que falta es la comprensión del terreno y medidas para espiar un poco más a los sospechosos con una red de informadores eficaces. Y para constituir una red de espionaje interior y de informadores, los directores necesitan más presupuesto y más autonomía operacional. Frente a esta realidad, la tendencia es hoy la contraria: impedir las iniciativas para que el oficial intermedio no involucre a su superior en una aventura de legalidad dudosa aunque fructuosa.

Desradicalización: un fracaso

Aún más grave es la ausencia de un plan de reeducación masiva de los jóvenes que viven en los guetos musulmanes. Las escuelas, y ante todo los profesores, no pueden sacar adelante a una entera generación con un nivel educativo tan bajo. Yo fui a uno de los peores liceos de las cercanías de París. El nivel era, efectivamente, pésimo, y la mayoría de los estudiantes no tenían mucho respeto por los profesores ni por el contenido del curso. Los maestros se lamentan solamente en privado porque la Administración reprime toda crítica.

Lo que todos vemos de manera cruda en la vida cotidiana es una religiosidad simplificada e identitaria que siguen los jóvenes musulmanes: rechazan el cerdo, la compañía pública de mujeres y las actitudes 'femeninas' como los pantalones cortos. Los elegidos se lamentan de vez en cuando de esa situación, que evidentemente favorece la divergencia entre musulmanes y los demás. Peor: estigmatiza a los musulmanes que intentan vivir de manera más normal (es decir, vivir sin referencias constantes a reglas reales o inventadas de un islam popular duro).

Los jóvenes musulmanes siguen un religiosidad simplificada e identitaria: rechazan el cerdo, la compañía de mujeres y las actitudes 'femeninas'

Las asociaciones de desradicalización son pocas, y la más visible, el Centro de Prevención de las Derivas Sectarias Relacionadas con el Islam (CPDSI), que no ha tenido resultados convincentes. Su fundadora, Dounia Bouzar, mujer de fuerte personalidad y muy presente en las televisiones, no ha conseguido un porcentaje de éxito superior al 30% en su programa de desradicalización. Y ella es casi la única que ha emprendido tan ingrata tarea.

Los imanes que intentan oponerse a la radicalización son pocos y son amenazados por los simpatizantes del yihadismo. Estos religiosos viven con protección policial, pierden su cátedra en la mezquita y, desafortunadamente, se ven asociados al poder político (lo que genera una perdida de prestigio en la calle con los jóvenes).

El control policial no logra impedir totalmente los atentados. Evidentemente, su eliminación total es imposible. Pero ahora, además, el riesgo es que se produzca una reacción de odio de la población contra los 'musulmanes' en general. Un nicense, en la radio pública France Info, dijo el sábado que "los cristianos deben demostrar su voluntad de reaccionar: vamos a organizar una marcha en contra de los falsos musulmanes, invitamos a los verdaderos musulmanes a juntarse con nosotros. Si no lo hacen, dudaremos de su solidaridad." Lo importante de esta declaración es el tribalismo sectario basado en la fe más que en la ciudadanía. Esto demuestra un cambio profundo en el discurso. Visto desde el poder, el Estado tiene que erradicar no solo el terrorismo sino el propio radicalismo. De lo contrario, el clima racial y religioso va a degenerar.

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