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Trump, vuelta a los años de preguerra

La apertura y el libre comercio fueron las señas de identidad de EEUU desde la II Guerra Mundial y gracias a eso adquirió el grado de superpotencia. Ahora las cosas son completamente distintas

Foto: Una simpatizante de Trump espera su llegada en el Ladd-Peebles Stadium en Mobile, Alabama. (Reuters)
Una simpatizante de Trump espera su llegada en el Ladd-Peebles Stadium en Mobile, Alabama. (Reuters)

La época de las certidumbres se ha derrumbado. Los orígenes políticos de este suceso son evidentes, las primeras ordenes ejecutivas y decisiones de Donald Trump, no tanto la transformación económica y social que acarrearán. La apertura y el libre comercio fueron las señas de identidad de Estados Unidos desde que saliera como nación vencedora de la II Guerra Mundial y, por tanto, adquiriera el grado de superpotencia mundial. Durante la Guerra Fría, los responsables de la política norteamericana —conscientes de su contradicción— apostaron por cooperar con sus competidores más inmediatos para que crecieran lo más rápido posible. Francia y Austria se modernizaron gracias a su ayuda; así como Japón y la parte Occidental de Alemania aceleraron su transformación y alcanzaron el grado de grandes potencias. A pesar de las crisis hegemónicas parciales que sufrió durante las guerras de Vietnam e Irak, el compromiso norteamericano con la apertura confirmaba su fortaleza mundial.

Ahora las cosas son completamente distintas. Trump ha anunciado su retirada del enorme bloque comercial creado con otros 11 países de la región (Trans-Pacific Partnership,TPP); amenazado con poner un arancel de un 20% a todos los productos procedentes de México, socio comercial de otro tratado crucial como es el Nafta, y, en boca de su asesor Peter Navarro, acusado a Alemania de manipular el euro para fomentar su superávit comercial. Además, en una entrevista reciente con el 'Financial Times', dejó caer tácitamente que no seguirá con las conversaciones del Transatlantic Trade and Investment Parternship (más conocido como TTIP). Esto son, sin perdernos entre las siglas, medidas a todas luces proteccionistas, es decir, un signo de debilidad que deja en evidencia dos aspectos: Estados Unidos ya no es esa gran fuerza económica del pasado siglo y China se ve obligada, a regañadientes, a adquirir liderazgo en el nuevo orden mundial.

El declive americano fue un runrún constante en Washington desde que Bush hijo salió de la Casa Blanca. Barack Obama, como quien silencia sus peores pesadillas, trató de acallar esas voces con una estrategia de 'pivote hacia Asia'. A una importante pata militar, se sumaba la económica: el TPP, al que acaba de renunciar el presidente electo. Una apuesta con el objetivo principal de presionar a China mediante el establecimiento de normas acordadas entre países de la región afines al orden liberal de Occidente. Por otro lado, el TTIP y la Unión Europea eran un componente más de la estrategia geopolítica americana. Con la esperanza puesta en que los de Xi Jinping tuvieran que abrirse tarde o temprano, Obama pretendía repartirse la tarta de las exportaciones transatlánticas con Angela Merkel, a saber, la industria química y automovilística alemana.

Diferentes voces de peso anunciaron lo entre iluso y poco inteligente de esta estrategia. Incluso Henry Kissinger, en una larga conversación con una periodista de 'The Atlantic', criticó que el TPP no incluyera a la potencia amarilla. “Debemos entender que China ha de ser parte de este tratado para que, cuando cualquier conflicto económico que tengamos con ellos se produzca, podamos resolverlo a través de un sistema de cooperación”. El director del reputado 'think tank' College of Europe y ex alto cargo europeo, Pierre Defraigne, fue incluso más lejos en 2014: “Dejándola fuera del TPP y del TTIP, los Estados Unidos y Europa corren el riesgo de hacer sentir a China que está siendo aislada y obligarla a emprender una estrategia alternativa… Dan la imagen de dos poderes hegemónicos en declive que conspiran para marcar las reglas de los poderes emergentes”.

No es descabellada la idea nixoniana que se le atribuye a Trump, pero a la inversa, de que usará a Rusia para contener a China. Tampoco que pueda ir más allá de lo que llegó Reagan en Taiwán; que fuerce disputas geográficas en los mares de la zona

Sea como fuere, la llegada de Donald Trump refuerza una tendencia previa a la Guerra Mundial, cuando los republicanos eran más aislacionistas. La premisa de su Administración es completamente distinta a la de Barack Obama, y así lo reflejan sus decisiones: no empleará la globalización para alcanzar sus objetivos geopolíticos. Por su parte, negociará acuerdos bilaterales con aquellos países con los que posea superávit comercial (Austria o Nueva Zelanda) y se servirá de su papel como protector oficial para coaccionar a lo países con los que comience diálogos. Divide y vencerás, le llaman. De esta forma será Trump proteccionista. Entendiendo el proteccionismo como definía Immanuel Wallerstein el libre comercio de Inglaterra en el siglo XIX: “Una doctrina proteccionista, pero proteccionista con las ventajas de aquellos que en un momento dado están gozando de mayores eficiencias económicas”.

No obstante, a pesar de lo que pueda parecer, no abandonaría el TPP sin otro plan más duro y peligroso para Asia. No es descabellada la idea nixoniana que se le atribuye a Trump, pero a la inversa, de que usará a Rusia para contener a China. Tampoco que pueda ir más allá de lo que llegó Ronald Reagan en Taiwán; que fuerce disputas geográficas en los mares de la zona; o tense la cuerda de una guerra comercial —en la que sabe que perderían ambos—. Así que, de momento, no podemos hablar de que China gane peso en Asia, solo de una incertidumbre creciente y de la posibilidad de conflictos, ya sean comerciales o militares. Sucede que el Partido Comunista Chino (PCC), para mantener su legitimidad interna, no puede permitirse ninguna humillación. Y es poco probable que la arrogancia de Trump no les obligue a reaccionar.

En el Viejo Continente, los riesgos no serán de semejante calado. Es cierto que los asesores de Trump han admitido tácitamente que no negociarán “un tratado multilateral vestido de bilateral” con la Unión Europea (léase TTIP), pero haciéndolo reconocen que no pueden doblegar a un socio comercial que, a diferencia de Reino Unido, es casi tan poderoso económicamente como Estados Unidos. Por eso, buena parte de las preocupaciones vendrá de la forma en que se lleven a cabo las negociaciones para el Brexit y los diplomáticos europeos lidien con Therese May. Trump, a sabiendas de que la división entre ambos se incrementará, va a tratar de sacar todo el rédito posible y ya ha ofrecido “un acuerdo rápido y fácil” a los británicos. Siendo claros, ningún tratado comercial contiene esa dos características, a menos que una de las dos partes haga un buen número de cesiones, como tendría que ser en el caso de los anglosajones.

En definitiva, hay dos opciones: que, tras invocar el artículo 50 para formalizar el Brexit, Reino Unido se aleje cada vez más del orden liberal occidental para convertirse en la marioneta de Trump; o rechazar esos cantos de sirena que llegan como un 'déjà vu' de tiempos de Ronald Reagan y aferrarse a Europa.

La época de las certidumbres se ha derrumbado. Los orígenes políticos de este suceso son evidentes, las primeras ordenes ejecutivas y decisiones de Donald Trump, no tanto la transformación económica y social que acarrearán. La apertura y el libre comercio fueron las señas de identidad de Estados Unidos desde que saliera como nación vencedora de la II Guerra Mundial y, por tanto, adquiriera el grado de superpotencia mundial. Durante la Guerra Fría, los responsables de la política norteamericana —conscientes de su contradicción— apostaron por cooperar con sus competidores más inmediatos para que crecieran lo más rápido posible. Francia y Austria se modernizaron gracias a su ayuda; así como Japón y la parte Occidental de Alemania aceleraron su transformación y alcanzaron el grado de grandes potencias. A pesar de las crisis hegemónicas parciales que sufrió durante las guerras de Vietnam e Irak, el compromiso norteamericano con la apertura confirmaba su fortaleza mundial.

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