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El minifundio del miedo

Trump ha hecho del miedo un poderoso mensaje que deposita en las puertas de todos sus votantes de manera directa, sin intermediarios, a golpe de tuit

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters)
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters)

Hablar del miedo conlleva enfrentarse a numerosas paradojas. La primera casi representa una enmienda a la totalidad de todos los prejuicios que lo acompañan: sin el miedo no seríamos la especie dominante de la tierra. Los sentidos que desarrollamos desde nuestro inicio como humildes homínidos nos permiten captar el foco de peligro, que nuestro cerebro interprete estas señales y que el sistema límbico regule la respuesta (enfrentamiento, evasión...) para preservar nuestra conservación como individuos. Ese miedo original, muy ligado al instinto de supervivencia, era algo positivo en las sociedades prehistóricas. Las salvaguardaba de peligros objetivos, como los depredadores o las inclemencias del tiempo.

La segunda paradoja del miedo la encontramos en el desarrollo social. Más desarrollo parece generar más miedo. Hemos pasado del miedo primitivo relacionado con lo físico a un miedo más trascendente y, por momentos, difícil de abarcar. "A lo único que debemos temer es al miedo como tal", esto lo decía el que para muchos es el mejor presidente de los EEUU, Franklin Delano Roosevelt. Y no deja de ser paradójico que la interpretación del miedo de Roosevelt nos lleve de la mano hasta la fábrica de temores puesta en marcha por su más reciente sucesor, Donald Trump.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, durante un evento electoral en Melbourne, Florida, el 18 de febrero de 2017. (Reuters)
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En su primer mes de mandato, el líder del mundo libre ha conseguido convulsionar al planeta como no se conseguía desde hace décadas. Su amplia paleta de terrores se apalanca sobre conceptos tradicionales como la mentira o la manipulación, aunque ahora se den en llamar 'posverdad' o 'hechos alternativos'. En cualquier caso, lo verdaderamente llamativo de la Administración Trump no es tanto su aversión a los medios tradicionales como la apropiación de axiomas históricos del periodismo amarillo.

El presidente Trump lleva hasta las últimas consecuencias la idea de no dejar que la realidad eche a perder un buen titular o aquella otra de que la buena noticia no es noticia. No es el primero que lo hace, pero sin duda es el primero que lo hace sin el concurso de los medios.

Foto:  Donald Trump. (Ilustración: Lisette Brodey. Pixabay / Creative Commons)
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Trump ha hecho del miedo un poderoso mensaje que deposita en las puertas de todos sus votantes de manera directa, sin intermediarios, a golpe de tuit. Mientras que un político de corte tradicional puede caer en la tentación de eludir a los periodistas (y a la propia sociedad) a través de un plasma para construir mensajes de aparente normalidad, Trump arremete contra los periodistas cuerpo a cuerpo, conecta con la sociedad a pecho descubierto digital y, lejos de tranquilizarla, la fustiga con un fuego vengador que parece proceder de las mismas entrañas de la tierra.

El miedo siempre ha sido una gran herramienta de control social. El problema es que tanta proliferación lo está convirtiendo en una potencial pandemia. Pertenecemos a una generación en la que más de un 20% sufrirá una crisis de ansiedad en algún momento de su vida. Y la fotografía, desgraciadamente, empeora entre las mujeres (les afectarán dos de cada tres casos) y en los jóvenes.

El miedo siempre ha sido una gran herramienta de control social. El problema: tanta proliferación lo está convirtiendo en una potencial pandemia

Hasta ahora, esta proliferación ha estado relacionada con la globalización y el abismo que esta abre a nuestros pies. Con Trump, la antiglobalización ha encontrado un paladín como los de antaño, nacido para arrasar con la tan mentada como desconocida aldea global de Macluhan. El terror de un mundo global da paso a un terrorífico mundo pequeño. Pequeño de fronteras, pequeño de ideas. Un mundo de minifundios con miedos cuidadosamente segmentados en torno a un denominador común: la reacción contra lo nuevo, lo desconocido o los otros, donde la autocrítica brilla por su ausencia.

El terror de un mundo global da paso a un terrorífico mundo pequeño. Pequeño de fronteras, pequeño de ideas. Un mundo de minifundios con miedos

Ante la ausencia de indicios positivos, tal vez lo único que quede sea relativizar el miedo con humor, tal como propone Woody Allen, que sostiene que el miedo es nuestro compañero más fiel porque jamás nos ha engañado para irse con otro.

*Xurxo Torres, director general de Torres y Carrera, consultores de comunicación.

Hablar del miedo conlleva enfrentarse a numerosas paradojas. La primera casi representa una enmienda a la totalidad de todos los prejuicios que lo acompañan: sin el miedo no seríamos la especie dominante de la tierra. Los sentidos que desarrollamos desde nuestro inicio como humildes homínidos nos permiten captar el foco de peligro, que nuestro cerebro interprete estas señales y que el sistema límbico regule la respuesta (enfrentamiento, evasión...) para preservar nuestra conservación como individuos. Ese miedo original, muy ligado al instinto de supervivencia, era algo positivo en las sociedades prehistóricas. Las salvaguardaba de peligros objetivos, como los depredadores o las inclemencias del tiempo.

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