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Póngame cuarto y mitad de presagios. De los negros, por favor
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Póngame cuarto y mitad de presagios. De los negros, por favor

Según se iba aproximando el final del primer milenio, los agoreros de antaño empezaron a vocear por los foros de la época (las plazas de los

Según se iba aproximando el final del primer milenio, los agoreros de antaño empezaron a vocear por los foros de la época (las plazas de los burgos y caminos) negros presagios que profetizaban que la llegada del año mil marcaría el fin de los tiempos, la Segunda Venida de Cristo a la Tierra y la celebración del Juicio Final. Como lo de Lehman, pero a lo grande. El milenarismo se convirtió sin ningún género de dudas en el trending topic de la época. Pero, después de tanto canguelo, no pasó nada y el planeta siguió girando otro milenio y pico (de momento).

Hoy, mil años después, surgen de nuevo voces catastrofistas que nos anuncian el inminente fin del mundo, al menos tal y como actualmente lo conocemos, aunque la fecha de caducidad que pronostican es infinitamente más próxima.

Pregonan hasta la extenuación que esto es un desastre. Que esto se va al garete. Que viene de camino un corralito que ríete tú del de los nenes que están aprendiendo a ponerse de pie. Que hay que ir acopiando comida y una recortada para defenderla del vecino cigarra. Que, cual hijos pródigos, suspiraremos por las algarrobas que en otros tiempos echábamos a los cerdos. Y, ya puestos, que Obélix tenía razón y que el cielo empezará a desplomarse sobre nuestras cabezas. En unas semanas, o meses todo lo más, porque a esto la cuerda se le agota.

Y sin creer de forma patológicamente optimista que todo va a salir bien, me parece a mí que algún dato objetivo hay como para no volvernos locos todos echando carreritas en pos del título de Agorero del Año.

Mirando hacia el pasado, cuesta mucho aceptar que un pueblo que en unas pocas décadas fue capaz de convertir en octava potencia del mundo el país arrasado hasta sus cimientos y alfombrado con un millón de cadáveres que recibió de sus mayores, vaya a quedarse quieto contemplando cómo los trozos de bóveda celestial le rompen la crisma.

Mirando hacia el presente y hacia el futuro, cuesta más si cabe. Porque si uno deja de lado los cuatro tópicos que solemos repetir como una salmodia sobre la economía española, resulta que, con datos de 2010, entre las 50 mayores cadenas de distribución del mundo hay tres grupos españoles (Mercadona, Inditex y El Corte Inglés) y una de ellas (ECI) es el cuarto grupo mundial de distribución multiproducto, por detrás de Metro, Target y Sears Holding; que una empresa española (Acciona Agua) fue elegida el año pasado Mejor Empresa de Agua del Mundo por Global Water Intelligence; que España es el líder europeo en agrobiotecnología con el 80% de todo el maíz transgénico cultivado en la Unión Europea y el líder mundial en energía termosolar por delante de Estados Unidos; que de entre los 30 primeros grupos hoteleros del mundo hay cinco españoles y España ocupa el quinto lugar por número de estrellas Michelin tras Francia, Japón, Italia y Alemania; o que entre los cinco mayores operadores de telecomunicaciones del mundo está la emisora de las Matildes.

Así que no seremos los primeros de la clase, pero parece que tampoco tendríamos que estar opositando al título de lerdo de la vecindad.

Entonces, esa especial predilección por escuchar embelesados a quien profetiza desgracias sin cuento, ¿a qué se debe? No es, claramente, un atributo propio de la condición humana predicable en todo tiempo y lugar porque mientras los tejanos, un poner, gustan de pensar de sí mismos que viven en el Estado donde todo es más grande por definición (como si fueran de Bilbao, pero al otro lado del Atlántico, entre México y Oklahoma) o, sin ir tan lejos, los vecinos de allende los Pirineos se llenan la boca mayormente de grandeur, nosotros nos sentimos mucho más cómodos gimoteando por las esquinas convencidos de que todo está tan mal que cualquier día van a quitarnos hasta lo bailao.

Habrá que concluir que se trata, entonces, de una anomalía genética que padecen los habitantes de la vieja Piel de Toro, desde Irún hasta Tarifa y desde Olivenza hasta Jávea.

El triste sino de la sociedad española

Sólo así se explica que ni la clase social, ni la posición económica, ni la adscripción política, ni la pertenencia a ninguna iglesia balompédica (o de las de antes), permitan escapar de ese triste sino que amarga por igual la vida del eximio catedrático, del sociólogo tertuliano, del omnisapiente analista político (de martes a jueves) y financiero (de viernes a lunes), del humilde reponedor de lineales, o del lector influyente.

Si a eso añadimos una casta creadora de opinión publicada que, avisada de las tendencias de sus conciudadanos, se ocupa de suministrarles puntualmente la ración diaria de farlopa para fomentar la adicción y hacer caja, tendremos el cuadro completo.

Pues habremos de invertir la mutación a la carrera porque seguir regodeándonos en nuestras miserias, con independencia de que sean mayores o menores que la percepción que de ellas comúnmente tenemos, es un ejercicio, por encima de todo, radicalmente estéril.

Y eso solo se consigue interiorizando que cada uno de nosotros somos artífices de nuestro futuro personal y, todos juntos, de nuestro futuro colectivo. Primando a quien busca lo que nos une y postergando al que acentúa lo que nos separa. Aplaudiendo a quien nos anima a mirar al futuro con esperanza y acallando al que nos azuza para mirar al pasado con rencor. Apostando por el que suma y relegando al que resta.

No se lea esto en clave política, que también, sino como una forma de entender la vida día a día y en todos los ámbitos. En la familia y en el trabajo. En la excursión con los amigos y en la reunión de la comunidad de vecinos.

Decía Aristóteles que “la excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”. Manos a la obra, pues. De nosotros, y de nadie más, depende.

*Menipo es forero en estas páginas desde enero de 2009, desempeña su actividad profesional como abogado en Madrid y, reconocido políglota, se declara amante de la literatura clásica y del ensayo.

Según se iba aproximando el final del primer milenio, los agoreros de antaño empezaron a vocear por los foros de la época (las plazas de los burgos y caminos) negros presagios que profetizaban que la llegada del año mil marcaría el fin de los tiempos, la Segunda Venida de Cristo a la Tierra y la celebración del Juicio Final. Como lo de Lehman, pero a lo grande. El milenarismo se convirtió sin ningún género de dudas en el trending topic de la época. Pero, después de tanto canguelo, no pasó nada y el planeta siguió girando otro milenio y pico (de momento).