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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Todo era como Kiev

En Ucrania anduve perdido de verdad por primera vez en mi vida. Perdido como un ciego en una orgía. Había ido con un grupo de periodistas

En Ucrania anduve perdido de verdad por primera vez en mi vida. Perdido como un ciego en una orgía. Había ido con un grupo de periodistas a cubrir los problemas de gases que tenía aquel país y una noche salí con este grupo variado a tomar algo por Kiev. Los que tenemos un nivel de inglés aceptable, un nivel relaxing cup medio, describimos una curva ascendente en el manejo del idioma que va pegada a los grados de alcohol que corren por las venas. Pero traspasado el cénit viene siempre la debacle y me encontré frente a un reportero alemán que me hablaba como Isbert en su sueño western de Bienvenido Mister Marshall:

- GUAGUSPEI AGÜERBA

Asintiendo amablemente, con las dos de la madrugada marcadas en el reloj y sudando porque al día siguiente teníamos que viajar a remotos páramos a las seis de la mañana, informé al alemán de que tenía que irme:

- UER GO JOUNER

Y entonces ocurrió. Salí del bar y me perdí cual piojo en una calva. Si usted ha viajado a países postsoviéticos habrá experimentado la curiosa sensación del analfabetismo. Kiev es una ciudad preciosa y un desastre urbanístico donde el inglés brilla por su ausencia en marquesinas e indicadores. Sus habitantes, habituados a ello, parecerían políglotas al lado del político español medio. Por suerte, que los ucranianos no me entendieran no representaba un problema en aquel momento porque aquella noche de jueves las calles de Kiev estaban tan pobladas como una iglesia el lunes por la noche. Me topé con uno:

- ¿MARKS AND SPENCER?

Y el hombre me miró beodamente y respondió con toda la sinceridad y la cortesía que exigía la situación:

- SPRABDA SPROBODA DOBRINKA.

Y adiós muy buenas. Empecé a caminar y la nube de cerveza se desintegró mostrando el armazón oscuro de la realidad. No tenía forma de llegar al hotel y, en mi optimismo de guiri, ya había caminado lo suficiente como para dejar a varias cuadras confusas el bar donde abrevaba el resto de periodistas. Mi teléfono, como manda la tradición, estaba sin batería. Y yo era un español sin pajolera idea de cirílico agitando unos cuantos billetes ante los taxis, que debían haber emigrado a Polonia, porque allí sólo había avenidas vacías.

Una ciudad extranjera y cirílica en la que llevas tres días, compuesta por bloques comunistas y con un alumbrado digno de la gruta platónica es el escenario más aterrador sobre el que había puesto mis zapatos

- El agobio no se lo imagina ni Foreman bajo los puños de Alí.

- Tampoco sería para tanto.

Una ciudad extranjera y cirílica en la que llevas tres días, compuesta por bloques comunistas y con un alumbrado digno de la gruta platónica es el escenario más aterrador sobre el que había puesto mis zapatos. Deambulé durante una hora y pico y los barrios se multiplicaban a mi alrededor, las ventanas apagadas, ni un alma, y yo.

- Pero aquí te tenemos dando la murga.

Por fortuna. De cómo conseguí que un ucraniano me llevase a mi hotel sin entender ni una santa palabra y sin que yo entendiera nada de lo que me decía me sería imposible escribir. Es un misterio y, como dijo Latino de Hispalis en Luces de Bohemia:

- Es un misterio que debemos ignorar.

Pero desde entonces he pensado mucho en los mapas. Y hace un par de semanas tuve la oportunidad de leer un libro que aclara muchas cosas al respecto. Se llama En el mapa y lo ha escrito Simon Garfield. Es una historia de la cartografía, y ya puede usted olvidarse del profesor polvoriento de geografía y la procesión de países, ríos y capitales que nos obligaron a aprender. En el mapa es un compendio fascinante que nos explica cómo hemos llegado a descubrir lugar que ocupábamos en el mundo. Acaba uno hablando de Mercator como si hubiera hecho la mili con él.

Si Cristóbal Colón llegó a América antes que Américo Vespucio, ¿por qué no se llama Colombia el continente? Por un error cartográfico. El mapa de Waldseemüller, un best-seller del siglo XV, hizo un dibujo tan convincente del nuevo mundo que nadie le discutió a su autor la teoría de que Américo hubiera alcanzado la costa cubana después de Colón.

Esta anécdota da idea del poder de los mapas, pero el libro recoge muchas más. Por ejemplo: durante la Edad Media, una época oscura de la cartografía, los mapas no proponían viajes geográficos, sino morales. Los espacios desconocidos se poblaban de enseñanzas bíblicas, de advertencias y leyendas, y ni siquiera el contorno del mundo era importante: uno de los más famosos representaba al mundo con la forma de Cristo, con Jerusalén en el ombligo.

Si Cristóbal Colón llegó a América antes que Américo Vespucio, ¿por qué no se llama Colombia el continente? Por un error cartográfico en el mapa de Waldseemüller

Todo lo que he aprendido de este libro me explica cómo me sentía en Kiev, sin mapa en el bolsillo en plena época del GPS. Es prodigioso que durante tantos siglos sin mapas el hombre se haya aventurado a viajar en un mundo del que se sabía tan poco y que se derramaba hacia el vacío por los márgenes.

- Cuenta lo de las Kong, que es de cagarse.

¿Usted ha oído hablar de las montañas Kong? Aparecen en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y allí fue donde extravió el autor a su protagonista antes de que empezase el argumento. Bien: esta cordillera, que según las leyendas del siglo XVIII brillaba por culpa del oro que las colapsaba, aparecía en todos los mapas. Los conquistadores las rodeaban, sin llegar a acercarse demasiado, y eran un escollo impresionante para los viajeros. Todo el asunto terminó cuando un alpinista quiso escalarlas y descubrió... Bueno, que no había montañas Kong, sino llanuras, y aquello había sido como el precedente a un error de la Wikipedia. Una invención de un cartógrafo. Como si fuera Dios: aquí lo dibujo y aquí queda.

- Sería genial tener mapas de todo.

Y tanto. Mapas de las personas. Mapas de las relaciones que tenemos con las personas, de las creencias, de los fanatismos. Cuando el mundo era tan misterioso como la psicología de nuestra mujer o nuestro marido, todo era como Kiev.

En Ucrania anduve perdido de verdad por primera vez en mi vida. Perdido como un ciego en una orgía. Había ido con un grupo de periodistas a cubrir los problemas de gases que tenía aquel país y una noche salí con este grupo variado a tomar algo por Kiev. Los que tenemos un nivel de inglés aceptable, un nivel relaxing cup medio, describimos una curva ascendente en el manejo del idioma que va pegada a los grados de alcohol que corren por las venas. Pero traspasado el cénit viene siempre la debacle y me encontré frente a un reportero alemán que me hablaba como Isbert en su sueño western de Bienvenido Mister Marshall:

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