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El embrutecimiento de la mirada
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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El embrutecimiento de la mirada

Cada época tiene su obsesión y la nuestra, por lo que parece, es señalar a los culpables de la ruina general. Los políticos nos ofrecen un

Cada época tiene su obsesión y la nuestra, por lo que parece, es señalar a los culpables de la ruina general. Los políticos nos ofrecen un buen servicio. Sirven de culpables interinos, por ser las cabezas visibles, y lo cierto es que hacen todo lo posible por acentuar nuestra percepción. Gracias a sus trapicheos corruptos podemos sentirnos libres de pecado: la corrupción es en este sentido una panacea para la conciencia del ciudadano. Pero, para encontrar a los verdaderos culpables, hace falta escuchar a Sherlock Holmes, que aconsejaba a su ayudante una mirada libre de prejuicios.

- Elemental.

Pero no tanto. Les invito a pensar en la mirada. Sé que no es habitual, porque estamos más acostumbrados a pensar en lo que se ve con la mirada. A nuestro alrededor suceden cosas muy llamativas y, desde que empezó la crisis, una legión de miopes ha piado sin parar sobre estos fenómenos. Pienso en la gente que busca en los contenedores a las puertas de los hipermercados. ¡Cada vez están mejor vestidos! Alguno podría decir:

- Sí que se saca pasta con eso de buscar en las basuras.

Viento en popa, el observador torpe corre a explicar sus conclusiones baratas a sus amigos, y poco a poco las opiniones del vistazo lo empañan todo. Es un ejemplo de risa porque la gente bien vestida buscando en la basura nos indica que la clase media está sufriendo, y esto es muy fácil de deducir. Pero da menos risa esta tontería a la vista de otras conclusiones igual de miopes. Una abuela estándar, una señora moñuda y pulcra que aparentaba ochenta años, buscaba moneditas en los cajetines de las cabinas telefónicas en Barcelona. Empecé a seguir a la mujer para ver si encontraba dinero de esta manera.

- Hay que aprender de nuestros mayores.

Cuando los sabios miraban a la altura de la hormiga, sabían que la tierra plana. Como veían al sol caminando por su eje en el cielo, sabían que giraba alrededor de nuestro planeta. Observando sin sutileza, uno dice jactanciosamente auténticas estupideces

Al final la vi detenerse en una cabina más tiempo que en las otras. La señora había encontrado monedas, no pude ver cuántas, y pensé en un arrebato de cursilería que iría a comprar pan y leche. Pensé lo que mis prejuicios me dijeron que pensase, pero por fortuna seguí observando. La señora dio unos pasos y se detuvo cerca de Plaza Cataluña, mirando alrededor. Ahora no buscaba cabinas ni monedas. Encontró a un pobre, a un tipo más joven tirado en el suelo con unos perros, y se fue para él. Le dejó en la mano las monedas que había encontrado.

- Practicaba la redistribución de la pobreza.

Imágenes literarias como esta se han vuelto muy comunes, pero la tendencia a pensar que la pelota cae al suelo porque pesa, como si la teoría de la gravitación universal no existiera, es muy pertinaz. La prueba de la miopía general está en los periódicos, donde firmas importantes sueltan sus conclusiones cegatas cada día, y en las redes sociales, donde esto ocurre con una frecuencia de segundos. Hace un mes leí la columna de una importante mujer del periodismo. La capacidad de observación de esta señora es digna de Edipo, lo cual es muy útil porque nos permite a los demás sacar conclusiones de su ceguera. Escribía la buena mujer:

- Hay algo que no nos están diciendo. La crisis económica tiene malas cifras, pero yo veo las terrazas llenas, los restaurantes hasta la bandera. Gente saliendo de las tiendas cargada de bolsas.

La periodista caía en un error muy antiguo. Cuando los sabios miraban como ella, a la altura de la hormiga, sabían que la tierra era plana. Como veían al sol caminando por su eje en el cielo, sabían que giraba alrededor de nuestro planeta. Observando sin sutileza, mirando por encima, como quien oye la radio mientras plancha, uno dice jactanciosamente auténticas estupideces.

- Como Botín, asegurando que el dinero entra a chorros en la economía de España porque es lo que él ve a su alrededor.

Cada vez cuesta más trabajo evitar el simplismo al que nos lanza la indignación, pero también se hace más difícil seguir mirando, dejar que los fenómenos terminen, ver la película hasta el final

Todo esto me lleva a pensar que las miradas se están embruteciendo. Es un fenómeno propio de los tiempos desesperados. Cada vez cuesta más trabajo evitar el simplismo al que nos lanza la indignación, pero también se hace más difícil seguir mirando, dejar que los fenómenos terminen, ver la película hasta el final. Tener paciencia. Yo sé que los ciudadanos pueden hacer muy poca cosa por arreglar lo que otros han estropeado, pero estamos empecinados en morder la flecha que nos clavaron, como hacen los animales, en lugar de ir a por quien la disparó. Montaigne escribió:

- Vemos que el alma, en sus pasiones, prefiere engañarse a sí misma, formándose un objeto falso y fantástico, a dejar de actuar contra alguna cosa.

Las escenas de la crisis disparan nuestra imaginación, también nuestra insistencia en actuar contra alguna cosa, y los medios de comunicación hacen cuanto pueden por que perseveremos en el error de la mirada miope. Vivimos tiempos de urgencia y las reflexiones son cada vez más apresuradas. Precisamente ahora que todo corre tan deprisa, es recomendable tirar de la toga de los antiguos. Sentarse, leer, reflexionar. Evitar el gusto de las conclusiones biensonantes. Hacer oídos sordos al embrutecimiento general.

- Pero oiga, usted mismo es más bruto que un arado.

Por eso mismo he estado pensando todo esto. Ayer participé en algo maravilloso: el Club de la Serpiente, un escondite donde la gente se reúne para pensar con tranquilidad. Jacobo Siruela, el conde, estuvo hablando ante un grupo reducido de personas sobre los textos antiguos y su vigencia. Ese hombre privilegiado, ajeno a la prisa acuciante de nuestro tiempo, era mucho más lúcido que yo. Salí de allí deseoso de escribir estas palabras, preso de la urgencia de denunciar la urgencia, apostando todo al negro, la vista fija en la ruleta que no deja de girar.

Cada época tiene su obsesión y la nuestra, por lo que parece, es señalar a los culpables de la ruina general. Los políticos nos ofrecen un buen servicio. Sirven de culpables interinos, por ser las cabezas visibles, y lo cierto es que hacen todo lo posible por acentuar nuestra percepción. Gracias a sus trapicheos corruptos podemos sentirnos libres de pecado: la corrupción es en este sentido una panacea para la conciencia del ciudadano. Pero, para encontrar a los verdaderos culpables, hace falta escuchar a Sherlock Holmes, que aconsejaba a su ayudante una mirada libre de prejuicios.

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